En 1920, el Constructivismo ruso afrontó el primer resquebrajamiento en sus cimientos de hierro, cemento y vidrio. Naum Gabo y Antoine Pevsner, los hermanos de un lado; Tatlin y Rodchenko quedaron del otro. Y todo por el arte: más precisamente por el Monumento a la Tercera Internacional pergeñado por Vladimir Tatlin que, para colmo, fue dejado en los sueños utópicos del diseño en los fervores bolcheviques en plena ebullición. Ese edificio, que iba a ser más alto que la Torre Eiffel, con un cubo, un cilindro, una media esfera y una pirámide, todos estos cuerpos geométricos de vidrio, rotando a diferentes velocidades, nunca fue construido pero suscitó críticas y adhesiones, por partes iguales. Mientras las primeras pretendían librar al arte de un sentido utilitario y no mezclar casas y puentes con puro arte, los que lo amaron pronosticaron: “El arte está muerto. ¡Larga vida al arte de la máquina de Tatlin!”.
Es lindo pensar que pasaron los años y la máquina del genial artista ruso sigue funcionando. Los restos del triunfo (dos x tres), la singular muestra de Amadeo Azar y Jorge Miño, podría ser la experimentación, fruto de ese pensamiento. El resto, como ruina, nombra al olvido y la memoria al mismo tiempo. Esa capacidad dual, hasta paradójica, de contribuir a estos opuestos. La máquina de Tatlin como reliquia pero puesta en marcha en la imaginación de estos artistas. En el único espacio que hace falta para ponerse en marcha. No tanto para pensar un presente político revolucionario sino para su vinculación productiva con el arte contemporáneo. Es exquisito este trabajo que une, con ligaduras de fantasía, dos comienzos de siglo tan distintos. El triunfo, en ese sentido, acompaña a lo que queda y mitiga su valor de victoria. Por el contrario, en su modestia deja ver el verdadero sentido del logro. El éxito, entonces, está en desafiar a la justeza de los números y hacer de un dúo, un pregnante trabajo en colaboración, algo más que eso. Buscar un tres en un par perfecto.
La sala tiene cuatro obras que discuten varios tópicos del arte contemporáneo, al tiempo que exhiben su capacidad de belleza. Por un lado, la relación con la vanguardia rusa que está en los colores que los dos artistas se han propuesto utilizar. El rojo, el blanco y el negro refieren a ese pasado constructivista y en los degradés que logran en las piezas proyectan el arco cromático hasta el presente. Una cita sutil que se engama en los papeles plegados de Azar y que tienen su contrapunto en la fotografía de Miño que recupera la geometría y el cemento como otro modo de apropiación de ese pasado. Por el otro, en el cruce de ambos llevan al límite las nociones de autor y de disciplinas. Eligen dos maneras de hacer obra conjunta: una pieza muy grande que intercala pequeñas realizaciones de cada uno, donde las acuarelas de Amadeo se parecen mucho a las fotografías de Miño. En este caso, cada uno fuerza su propio lugar, la pintura y la fotografía, para acercarse al otro. Una destreza y un deleite en esa magnífica confusión de estilos, bordes y propuestas. El cuarto formato traspasa lo propio y lo ajeno. La fotografía de Miño está intervenida muchas veces por Azar con delgadas varillas de madera balsa. Sobre la obra de uno se levanta la construcción del otro. Una figura que entrelaza de manera definitiva este in crescendo en cuatro tiempos.
Los restos del triunfo (dos x tres)
Amadeo Azar y Jorge Miño
Curadora Valeria González
Fundación Federico Klemm
M. T. de Alvear 626
De lunes a viernes de 11 a 20