Cuando se inaugure la cuadragésima versión de la Feria Internacional de Buenos Aires en el predio La Rural, puede que llueva, haga frío, salga el sol e incluso se sienta calorcito; todas ésas son posibilidades que entrega el clima, pero la certeza, y éste es otro tipo de clima, es que se hablará de números. Números y más números. Expositores, ventas, asistentes al evento más grande de la industria del libro, todo eso se sumará y se multiplicará. Por eso vale la pena anticiparse, porque los datos del Informe Estadístico Anual de Producción del Libro Argentino ya están disponibles, y preguntarse qué hay detrás de todo esto.
Antes de entrar en detalle siempre viene bien una caricia para preparar el camino. ¿Cuál es la importancia de la literatura o del mercado argentino sobre otras literaturas y mercados? En Fogwill, una memoria coral, de Patricio Zunini, el crítico español Ignacio Echevarría destaca la literatura argentina como “la más atrevida, la más dinámica, la más compleja y crepitante del ámbito hispánico”. Por esto se podría deducir que el mercado argentino es de interés para editoriales como Anagrama, que de hecho ha publicado a autores tan diversos como Copi, Ricardo Piglia, Alan Pauls, Martín Kohan, Leila Guerriero y Carlos Busqued. Desde España, Jorge Herralde, el editor del sello, ratifica la impresión de Echevarría: “Argentina y México han sido y siguen siendo los dos mercados más importantes, con diferencia, y también sus literaturas son las más presentes en nuestro sello”. En 2011, el Gobierno decretó una restricción a las importaciones de libros, que sigue vigente y que fue combatida por Anagrama “reforzando su apuesta por las ediciones locales, con un incremento notorio de las impresiones en Buenos Aires”. Es así como se han visto impresiones locales de varios títulos.
El Estado. Hasta aquí todo bien, más si el Estado, a través de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) y del Ministerio de Educación, ha intervenido en el mercado, comprando libros a las editoriales. Y si se agregan los datos del Informe Anual de la Producción del Libro Argentino, donde se consigna que el año pasado se registraron 27.757 títulos y se imprimieron 88.171.750 ejemplares, el éxito de la industria debería estar asegurado por mucho tiempo.
Manuel Pampín, editor de Corregidor, cree que se debe partir de la base de que el informe es cierto, “pero que después cada editor tiene su visión, de acuerdo siempre con lo que publica y con lo que ocurre en el mercado en sí”. Para Pampín, Corregidor se diferencia un poco del resto de las editoriales porque cuenta con un catálogo muy amplio, de 2 mil títulos, que va de la política a la poesía, del fútbol a la narrativa, y que tiene autores de muchas nacionalidades: “Por ahí nosotros no somos una editorial que va tras los best-sellers, sino más bien una editorial que va tras lo nacional y lo popular”. Pese a ser uno de los quince expositores que ha asistido a todas las ferias, hoy se les complica “por los costos fijos, que son altos, y que nos obliga a tener ventas altas. Lo bueno es que la feria es la más importante de Latinoamérica y que la cantidad de gente que la visita es inmensa”. Por eso en cada edición de la Feria esta editorial trata de lanzar títulos que intuye que se podrán vender más: este año, sin ir más lejos, tendrá una fuerte presencia de libros vinculados a los deportes y al tango, sin descuidar –si el menjunje lo permite– la colección de autores latinoamericanos.
Los números caen como gotas de lluvia y señalan que la producción del libro desde 1997 ha crecido sostenidamente, salvo las caídas de 2001 y de 2002 y unos pequeños tropezones en 2009 y 2013. Del total de los títulos registrados, el 59% corresponde al sector empresa editorial y el 12% a ediciones de autor, el resto concierne a empresa comercial (17%), institución privada no educativa (5%) y otros. El libro en papel creció 1% en relación con 2012, mientras que el e-book cayó ese mismo porcentaje: para ilustrarlo mejor, el libro en papel representa el 83% de los títulos registrados y el e-book el 17%. De esas cifras, la literatura (que excluye la infanto-juvenil) llega al 28% en papel y al 22% en digital. De nuevo, ¿cómo interpretar estos datos?
Autocelebratorio. Alejandro Katz tiene treinta años de experiencia como editor, primero estuvo a cargo de Fondo de Cultura Económica y después fundó su propio sello, Katz Editores, que se dedica principalmente a la no ficción. El análisis que hace él de las cifras de la Cámara Argentina del Libro (CAL) es más pesimista, porque detrás de ellas “hay un énfasis autocelebratorio y autocomplaciente, ya que la cantidad de títulos registrados no da cuenta de los verdaderos problemas, como los niveles de lectura”. Pero no sólo eso, sino que además se anima a cuestionar la veracidad de los datos, e indica que la industria del libro argentino funciona sobre la base de tres ejes: la lógica trasnacional, otro nivel más micro o pyme, donde hay editoriales que publican entre cinco y quince títulos de gran calidad al año, y una fortísima tendencia de venderle al Estado. Este último aspecto es el más preocupante para Katz, ya que eso hace que la industria del libro argentino no compita internacionalmente, “y si no compite afuera no se puede hablar seriamente de una industria fuerte”. Esta debilidad se muestra en que “el principal cliente de las Bibliotecas Populares es Editorial Planeta y el principal proveedor del Ministerio de Educación es Editorial Santillana”.
¿Pero cómo se encaja este Estado de la situación con la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires? Para este editor, la Feria es “una de las organizaciones más exitosas de la sociedad civil por su transparencia y honestidad, pero también porque incluso durante la dictadura fue un espacio plural y abierto y porque ha sabido interpelar a la sociedad civil y convocarla”. En este sentido le parece lamentable la iniciativa del Gobierno de organizar dos semanas antes el Encuentro Federal de la Palabra en Tecnópolis: “La pretensión de este gobierno de cooptarla y llevarla a Tecnópolis terminó en un castigo, y ese castigo fue el Encuentro de la Palabra”.
Entre los grandes beneficiados por el Estado se encuentra Santillana, que pertenece a Prisa Ediciones, que hasta hace unas semanas tenía, entre otros sellos, Alfaguara, Taurus y muchos más, pero que en un comunicado decidió vender a otra multinacional: Penguin Random House Mondadori, reteniendo Santillana. Augusto di Marco es director del Area Sur de Prisa Ediciones, y cree que los datos entregados por la CAL son, de primera, muy buenos; por eso, por una parte, hay que estar muy satisfechos, “ya que la industria editorial desde 2001 para acá se ha venido recuperando, pero por otra, esas cifras registran todo: desde manuales de heladeras hasta papers”. De todos modos, Di Marco admite que hoy se produce más en Argentina, pero llama a poner atención con las importaciones y principalmente con las exportaciones, en las que el tipo de cambio, aun bajo (en $ 8 oficial), no hace que la industria del libro argentino sea competitiva internacionalmente. En este sentido, el director de Prisa agrega con preocupación que conoce a muchos editores que están en problemas por no poder exportar, “porque además del tipo de cambio están las condiciones externas que no son favorables; por ejemplo, el mercado español se cayó”.
Si el mercado internacional está complicado, la política estatal de adquisición de libros los ha ayudado: “Se podrá cuestionar la selección, como en el Salón de Libro de París y como en todo, pero a mi parecer la selección ha sido amplia, plural y diversa; se han comprado muchos libros que han llegado a personas que de otro modo no hubieran podido llegar”. Para Augusto di Marco, el papel activo que está teniendo el Estado favorece a todo el circuito, es decir a autores, editores y lectores. A diferencia de lo que piensan otros editores, esta política de gobierno, que espera que perdure en el tiempo, no ha significado que “las editoriales, por hacer un negocio aquí, dejen de hacer un negocio afuera. El editor argentino no se ha ‘achanchado’ porque tenga venta pública. Un editor es un empresario, a la larga”. Y aclara además que para una multinacional la carga tributaria para exportar es mayor. Por eso si el libro por estos motivos no puede viajar, siempre estará el libro digital, que “viene a llenar ese bache”.
No estar en la Feria. El Cuenco de Plata es una editorial mediana con 250 títulos. Su editor es Edgardo Russo, Premio Editor del Año de la Asociación de Libreros Argentinos; según él, son “una editorial de catálogo”, es decir con un catálogo vigente, que en Argentina son muy pocas, “porque acá lo que predomina es la guerra de las novedades”. Russo cree que, a diferencia de Uruguay, por ejemplo, los libros les queman a las editoriales: “Si no vendés en seis meses, los libros ocupan espacio y generás pérdidas. En ese sentido el libro se ha vuelto un producto perecedero. De hecho, la competencia de las grandes editoriales se da por quién ocupa más espacio en el mesón de novedades de las librerías”. El Cuenco de Plata trata de estar más allá de las novedades con un catálogo que incluye a Copi, Felisberto Hernández, Gombrowicz y muchos más. Esta editorial también se ha visto beneficiada por las compras que hace el Estado, específicamente el Ministerio de Educación, que compró 17 mil ejemplares de un título. Esto, según Edgardo Russo, es una política del fomento al libro y a la lectura que ha sido muy transparente, por lo menos hasta ahora. Esta venta le permitió a la editorial “pagar derechos, contratar traducciones, en fin, generar más trabajo y hacer crecer nuestra producción en casi 40%”. La actitud de esta editorial consiste en tomar riesgos, contrario a, según él, lo que hace Anagrama, que por ejemplo imprime algunos títulos acá, “pero imprime los libros que sabe que más podrá vender”. Por otra parte, para este mediano emprendimiento las exportaciones han ido en aumento. De hecho, el tipo de cambio “es favorable para el que te compra, porque lo hace más barato, y también para el que vende. Si vos te calentás con tener un fondo editorial interesante a nivel internacional, te van a comprar más, sobre todo si vendés barato”.
A nivel nacional, El Cuenco de Plata cuenta con distribución propia, y se da el lujo de anunciar en su página web que no trabaja con ciertas cadenas de librerías, como Cúspide y Yenny; quizá por eso para esta edición de la Feria del Libro decidió no asistir: “El año pasado, al igual que otros años, gastamos un montón de guita en los stands, luego, cuando estuvimos en Guadalajara, nos dimos cuenta de que allá valía la mitad que en Buenos Aires”. Pero no sólo el precio fue lo que motivó a este sello a no participar este año, sino que la venta que la Fundación El Libro, encargada de organizar la Feria, hizo la mitad de la señalética de su stand con una marca de jugo de fruta: “Eso te habla del mercantilismo de este engendro”. Sin embargo, El Cuenco de Plata estará presente en el stand de Letra Viva, básicamente como punto de encuentro para sus títulos y para su editor.
No sólo el Estado está adquiriendo libros, sino que además desde 2009 está funcionando el Programa Sur de apoyo a las traducciones, dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo que se ha traducido en 704 subvenciones aprobadas por un monto total de US$ 1.555.000, beneficiando así a 320 autores, vivos y muertos. Los cinco autores más apoyados por este programa han sido Cortázar, Borges, Piglia, Claudia Piñeiro y Aira. Pero el Estado no puede estar presente en todas las instancias del mercado editorial. Por eso aún hay déficit, como el desarrollo del libro digital, que según las mediciones de la CAL retrocedió un poco en vez de avanzar, y desde luego el asunto de la competitividad internacional. La Feria del Libro es el mayor y más importante punto de venta de la industria del libro, pero no se le puede exigir más de lo que da. La Feria, hay que entenderlo, es una señora madura de 40.