No sabemos si será el artista del año; tampoco, el de la década que termina. Pero Maurizio Cattelan concluye con la misma irreverencia con la que empezó hace más de 20 años a transitar el mundo del arte. Sólo por mencionar sus hits de estos últimos diez años está su apertura con las 2000 palomas taxidermizadas en la Bienal de Venecia de 2011. Los pájaros estaban “posados” en las vigas y la fachada del pabellón principal y no hacían sino otra cosa que infundir un profundo desconcierto y cierta repugnancia. Luego se mandó con una retrospectiva súper turbia con sus obras en el Guggenheim de Nueva York. Los puso a todos y All se llamó esa muestra: el Papa tirado en el piso, un caballo sin cabeza, Hitler arrodillado y JFK inclinado sobre un ataúd. Un inodoro de oro macizo que presentó en 2016 y que se podía usar.
En el 2018 dijo que se retiraba. “Como italiano, estoy acostumbrado a ver muchos jubilados falsos’”, dijo Massimiliano Gioni, director artístico de un museo y muy amigo de Cattelan. “Es un deporte nacional y una grave plaga financiera: personas que fingen discapacidades para cobrar pensiones o jubilarse con el único propósito de recibir un pago mientras todavía trabajan ilegalmente. Maurizio juega con los estereotipos italianos y los exacerba.”
Comedian, la banana pegada con silver tape en la última feria de arte en Miami, fue una vuelta atrás para discutir precio y valor en las obras y horrorizar a propios y ajenos sobre qué es arte y qué no. También para darle la razón Gioni y tomarlo, una vez más, como un tano chanta.