Había una vez un niño que se llamaba Juanito Laguna, era pobre y vivía cerca del bañado de Flores. Su padre era peón metalúrgico y su madre, ama de casa. Juanito iba a la escuela y allí aprendió a leer. Le gustaba remontar barriletes, mirar las estrellas y un día vio pasar un cometa. El tripulante lo saludó y todo. Era Yuri Gagarin, el astronauta ruso que a las 6.07 había sido lanzado al espacio, un 12 de abril de 1961. En su paso, antes del aterrizaje de emergencia en la pura estepa rusa, Juanito vio su mano en alto.
Esta es una de las posibilidades para contar la historia del personaje que Antonio Berni inventó para sus cuadros a fines de los años 50. Porque en las obras del artista rosarino se va desarrollando la saga completa del pequeño que quedó para siempre entre tachos, maderas, cielos de lata, tapitas, tornillos y un inagotable rejunte de los desechos. Mientras en la vida real los Juanitos se intoxican, se enferman y hasta mueren en esas condiciones de pobreza extrema, el de Berni está saludable. Hasta es hermoso y brillante. Esas piezas magníficas con las que el padre de esta criatura torció el rumbo del realismo, inventó una forma nueva de dar cuenta de su entorno e hizo de la miseria un valor. Berni unió su oficio de artista con el de coleccionista de restos, cartoneando para el arte, antes de que esa práctica fuera tan extendida, económica y estéticamente. También lo ligó con la artesanía y hasta con el trabajo duro, como un obrero: dobló chapas, martilló, soldó y pintó grandes piezas en las que el nene pasó la Navidad, emigró con su familia y hasta soñó pesadillas. Esos monstruos que estaban atrapados en su cabeza fueron liberados por el progenitor.
Un señor de anteojos de marcos muy gruesos que cuidó de Juanito y tranquilizó sus sueños, cuando pudo extraer esos bichos y mostrarlos.
En la muestra que se exhibe en el Malba con la curaduría de Mari Carmen Ramírez y Marcelo Pacheco, Juanito no está solo. Viene con Ramona Montiel. Diseñada por Berni en París, a partir de 1962, la costurera que dio el mal paso y se hizo prostituta muestra su vida. Si para Juanito vale el cuento infantil, para Ramona Montiel, la letra de tango. En ensambles, collages y los despampanantes xilocollages, Berni explora la técnica que le da una espesura inusitada a su trabajo de esos años. Rebusca en las mercerías y ferias parisinas para encontrar telas, encajes y bijouterie para engalanar a su Ramona. Propone una biografía que va desde el nacimiento, con un bebé rollizo y sensual, hasta la señorita que pelechó en Europa. El registro está en grabados y se muestran los tacos de esas obras que, junto con las de Juanito y los monstruos, “esas construcciones polimatéricas”, suman una extensa exhibición original y congruente. Por un lado, el artista que comulgaba con el realismo, participaba ideológicamente y mantenía los ojos bien abiertos a su entorno: las villas miserias que comenzaron en los años 30, continuaban y empeoraban y luego el barrio de la gran ciudad, la publicidad y el consumo que enloquece de impotencia. Por el otro, una innovación estética con la que Berni puso en el centro de la escena a los que ocupaban la periferia: los villeros, los trabajadores, las mujeres, las costureras y las prostitutas. Los empoderó, se diría hoy con esa palabra así de fea. Juanito viene con Ramona y se instalan en el Malba. En un barrio que nunca conocieron ni siquiera para soñarlo.