Se sabe por Freud, pero antes por Schelling, que para que lo siniestro emerja debe estar en el ámbito de lo familiar. Esa condición es indispensable y el vocablo alemán así lo indica. “Unheimlich” es esa duplicidad: la negación y las dos posibilidades de sentido. “Heimlich” es tanto secreto y oculto como aquello conocido. “Lo que debía de haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado”, lo definió el romántico y en esa línea siguió el psicoanalista.
Esa categoría se adueña de la escena en suspenso de Leila Tschopp. El ambiente está enrarecido, aunque algunos de sus objetos puedan resultar del orden de lo doméstico. Es el escenario apenas se corre el telón o el que se vacía cuando los actores ya han terminado la función. Lo mismo da. Tanto comienzo como final han perdido su lugar en el devenir diacrónico. Ocurren al mismo tiempo y en todos los tiempos. La trampa al ojo, la perspectiva y las líneas son los partícipes necesarios de ese momento “colgado” y suspendido en la suma de todos los instantes que se repiten maníacos y se devoran para congelarse en uno solo: el de la representación. Que en el caso de Tschopp es la de una idea sobre la pintura. Eso, en todo caso, es lo que viene haciendo: pintar e instalar pensamientos, antes que figuras y fondos.
La mesa, las lonas pintadas, un rectángulo demarcado, el tambor, el ocre, los tonos del azul. Los elementos de Leila son exiguos. Además, muchos, ya conocidos. Esas dos características hablan menos de carencia y repetición en un sentido negativo que de la manera más iluminadora que esos dos conceptos puedan dar.
Carencia es la estela que deja la fuga, entendida como ese ejercicio al que se puede remitir toda su obra. El color en fuga es el degradé con el que armoniza el ambiente. Lo que falta es aquello que la ruina exhibe como parte del todo. En este caso, en AMA, la exposición que presenta en Hache Galería, lo que no está es el cuerpo. Sin embargo, de manera muy extraña pero evidente está indicado para estar dentro de la instalación. La coreografía de una danza para su pintura geométrica que tenía movimiento –recordemos sus telas suspendidas– ha recuperado la forma humana. Josefina Zuain es bailarina y tiene una participación en la muestra: alguien que baile sus líneas y sus colores. Que componga en el aire los trazos de sus objetos, reconfigure el territorio, cambie y modele una nueva sinfonía cada vez.
Por su parte, la repetición, en su caso, no apela a la reproducción. Por el contrario, la definición de rizoma de Gilles Deleuze viene de maravillas para esta operación de Tschopp que, a su vez, el pensador francés ata con el concepto de fuga: “El rizoma no es objeto de reproducción: ni reproducción externa como el árbol-imagen, ni reproducción interna como la estructura-árbol. El rizoma es una antigenealogía, una memoria corta o antimemoria. El rizoma procede por variación, expansión, conquista, captura, inyección. Contrariamente al grafismo, al dibujo o a la fotografía, contrariamente a los calcos, el rizoma está relacionado con un mapa que debe ser producido, construido, siempre desmontable, conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas, con sus líneas de fuga”.
Como contrapunto de esta potencia artística, de la inestabilidad del sentido que es la instalación, Tschopp ajusta en sus cuadros, en la otra parte de la sala, un catálogo de imágenes. Un friso que es una lista o un manual de instrucciones que no fija un procedimiento del mirar unívoco. Por el contrario, multiplica y desestabiliza.
Las manos, unos cuadrados, la luz, una letra, el negro, los colores. Escapados de los límites del espacio contiguo, de las fronteras de las asociaciones. Notas de una música que no se escucha porque se escribe en el pentagrama de un cuerpo ausente con la retórica de las artes. Sí, en plural porque son muchas tanto en la teoría como en la práctica.
AMA
Leila Tschopp
Curaduría: Hernán Borisonik
Bailarina invitada: Josefina Zuain
Hasta el sábado 4 de noviembre.
Hache Galería. Loyola 32, CABA
De martes a sábado, de 14 a 19