CULTURA
Libros y pandemia

El día después de mañana

Cuando la curva se haya aplanado completamente, será el momento de prestar atención a otra crisis: la del libro. Editoriales, festivales, ferias, libros... todo lo que quedó postergado necesitará volver a cobrar protagonismo.

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Pandemia. El libro que vendrá. | Pablo Temes

Mientras la cuarentena se ha convertido en muchas partes del país en una “cincuentena”, el sector del libro local alcanza otro récord negativo. Cuando se pensaba que no podía empeorar más, luego del período 2016-2019, la Cámara Argentina del Libro (CAL) informó que el primer cuatrimestre de 2020 había sido el peor en la historia de la década para el libro argentino. Para muchos editores, este es un año perdido. Y, pese al permiso concedido por el gobierno nacional de ventas online y entrega de ejemplares a domicilio, en las librerías se corre el riesgo de bajar las persianas en forma definitiva por la caída en las ventas. Como sucede con cada crisis, la industria editorial se achica y se corre el riesgo de una mayor concentración. Algunos vaticinan un cambio radical en el sector del libro; otros sugieren que la pandemia solo acelerará procesos que se habían puesto en marcha años atrás. Probablemente el tiempo les dé la razón a unos y a otros.

Un duro golpe al sector. El presidente corporativo del área Cono Sur del Grupo Planeta, Gastón Etchegaray, sugiere que en la crisis provocada por el Covid-19 se esconde una oportunidad que el sector debe aprovechar. “Muchos otros consumos culturales, como el cine, el teatro y los recitales, no se podrán hacer por cierto tiempo –dice–. Y con estas semanas de cuarentena parece que ya hemos visto todas las series. Creo que el libro recuperará el terreno que estos consumos culturales le habían sacado”. No obstante, advierte que será un año difícil para la industria editorial. El plan de publicaciones previsto para este año en Planeta sufrirá al menos un recorte del 30%. “Las novedades de abril y mayo irán saliendo a partir de junio si se flexibiliza la cuarentena –señala–. Algunos títulos quizás queden descolocados por la coyuntura, pero es probable que aparezcan otros que no estaban considerados”. Un anhelo que comparten los editores locales es que las librerías vuelvan a abrir sus puertas, lo que pondría en marcha otra vez la rueda (por ahora casi paralizada) de la cadena de pagos. “La caída en las ventas en abril y mayo fue fuerte: entre el 70 y el 80% menos de lo estimado”.

“Este golpe es lo suficientemente duro como para permitir acelerar los cambios que nuestras editoriales necesitan, y que venimos demorando –señala la editora Trini Vergara–. Las tres tendencias más claras que la cuarentena nos ha permitido testear se pueden convertir en tres cambios reales, a mi juicio básicos: publicar en formato e-book y audiolibro con el marketing y los precios adecuados, entendiendo estos formatos exclusivamente como servicios al lector; agregar un carrito de compras en nuestras páginas web, dejando atrás la culpa por traicionar al librero, que en el comercio electrónico nos llevará siempre ventaja por la amplitud de su oferta, y así construir un diálogo directo y permanente con los lectores; y reducir o eliminar drásticamente las oficinas, pasando a home office todo lo posible, que es casi todo”. Según la creadora de Entre Editores, más tecnología, mejores sistemas de gestión y el posicionamiento de las editoriales como jugadores globales en el mercado de una lengua hablada por más de 500 millones de personas en el mundo es la respuesta adecuada a la “coronacrisis”.

En su opinión, el Estado deberá ayudar a rescatar la industria editorial. “Y los editores, agremiados –explica–, debemos concentrar este pedido de ayuda en un solo tema, el más útil a toda la cadena del libro: una ley de subsidio a los fletes para libros, que deberían costar no más del 20% del flete de cualquier otro producto, por tratarse de libros”. En un territorio tan vasto como el de Argentina, y con la escasez de librerías por fuera de los tres centros urbanos más grandes (Buenos Aires, Rosario y Córdoba), es difícil que el comercio electrónico prospere si el costo del flete es el 60% del precio que paga el comprador de un libro. “Y el e-commerce es la herramienta de toda la cadena de comercialización del libro”, concluye Vergara.

Desafíos en el escenario de la pospandemia. “Es fácil quejarse de la situación de corto plazo, y es superdesafiante para quien tiene que pagar sueldos, alquileres e impuestos –dice el economista y asesor empresarial Leo Piccioli–. Sin duda, la mayoría de las empresas tradicionales está sufriendo, y algunas no podrán superar esta crisis. Pero una disrupción como esta cuarentena suele acelerar procesos que nos costaba implementar”. Piccioli observa algunas tendencias de largo plazo que favorecerán el mercado editorial en distinta medida, gracias a los protocolos de prevención y distanciamiento social: “Por un lado, tendremos más tiempo para leer, ‘ahorrando’ en viajes y minimizando salidas. Hoy es preferible tener una editorial a un cine. La vida será menos intensa de lo que era, dando espacio a textos que nos dejen pensando y conversando. También habrá más tiempo para escribir. Y creo que habrá un mix mucho más sano de digital y papel, menos inventario inmovilizado, más autores”.

El mercado editorial enfrentará nuevos desafíos en el escenario de la pospandemia. “Pasado más de un mes de la cuarentena podemos hacer un análisis provisorio sobre el sector editorial y sus principales cambios –dice Germán Echeverría, director editorial de Autores de la Argentina–. El mayor tiempo libre disponible y el confinamiento provocaron que se alteraran algunos comportamientos del lector, incrementándose las búsquedas online y las compras de libros digitales y audiolibros. Esta mayor cantidad de búsquedas en la web, y no en librerías físicas, hizo que aumente, a su vez, el problema de la competencia por captar la atención del lector”. En una librería física se pueden encontrar miles de títulos, pero en una librería online un lector dispone de cientos de miles. “Cómo lograr la visibilidad de los libros en esas tiendas pasó a ser una tarea clave para los editores –indica Echeverría–. Además, las propias tiendas online de cada editorial recibieron un caudal mayor de visitas y ventas directas en papel, sin las librerías como intermediarias. Cada actor deberá adaptarse al nuevo escenario e innovar con nuevas estrategias para encontrar su lugar”.

Las librerías como centros culturales. El ex secretario de Cultura de la Nación Pablo Avelluto trabajó en la industria editorial local por más de veinte años. “El sector va a cambiar mucho –augura–. Todos los cambios son resultado del hecho de que la pandemia va a acelerar procesos que se venían dando. En la industria hay muchos que se pueden discutir. El primero tiene que ver con el uso de internet, no solo para comprar los libros sino también para leerlos, bajarlos, compartirlos. También se debería discutir el porcentaje que reciben los autores: un 10% de derechos de autor que en general se cobra seis meses después de publicado el libro, en una Argentina inflacionaria, es un disparate. Y hay que revisar el sistema comercial, la idea de que para editar se deben imprimir libros, inmovilizando el capital en un objeto que no se sabe si se venderá”. Según Avelluto, esa ineficiencia en la producción no la absorben las editoriales sino los lectores en el precio de los libros. “El negocio editorial es uno de los pocos en el mundo donde el precio que paga el público es el del costo industrial multiplicado por siete, ocho o nueve. A eso le agregaría que las nuevas formas de sociabilidad deberían generar nuevas formas de escritura, nuevos géneros”. Como otros consultados, cree que las librerías sufrirán más que otros eslabones del sector. “Cumplen una función cultural pero corren el mismo riesgo que enfrentaron las disquerías años atrás; probablemente haya nuevas formas de circulación y de distribución. Es una discusión que se plantea en todo el mundo y la cuestión no pasa solo por ayudar a que todo vuelva a ser como antes, porque probablemente nada será como antes”.  

Desde Trenque Lauquen, María Patricia Abalo, responsable de la librería Lecturas en esa localidad desde hace décadas, sugiere que estos espacios de comercialización deben pensarse como “glocales”. “Esta palabra es la conjunción de los términos global y local –explica–. La librería como centro de difusión cultural local pero con una mirada global, aprovechando todo lo disponible para poder serlo. En el orden de lo local, se pueden hacer alianzas con otros comercios que no tengan nada que ver con el rubro para potenciar ventas. En nuestro caso, tenemos previsto articular una cuponera con descuentos asociados con los comercios de la zona. Y en cuanto a lo global, gestionar rebajas en las comisiones que nos cobran las tarjetas de crédito y débito y todos los costos asociados, teniendo en cuenta que manejamos otro tipo de ganancias”. Para los libreros, Mercado Libre es una vidriera notable, pero su alto costo desalienta la venta de libros por ese canal. “En referencia a los costos de transporte, es imperioso poder articular con otros rubros, ya que para las localidades alejadas de la Ciudad de Buenos Aires es cada vez más difícil afrontarlos. Sería ideal que editoriales, distribuidores y libreros hagan convenios con los transportes que deben viajar desde Buenos Aires al interior por otros motivos y que por un diferencial puedan agregar los libros a su viaje”. Esta medida estaba prevista en el proyecto de ley del Instituto Nacional del Libro Argentino impulsado por el diputado Daniel Filmus. El proyecto del INLA hoy duerme el sueño de los justos en el Congreso Nacional. Para Abalo, “el trabajo colaborativo entre los diversos actores puede potenciar ideas innovadoras que nos permitan continuar con el noble oficio del librero”. Y agrega que es necesario que las asociaciones y cámaras del sector impulsen un estudio que brinde información sobre el libro y los cambios en los canales de comercialización existentes y potenciales. Cabe señalar que existen varios estudios en curso sobre el ecosistema editorial argentino, a cargo de investigadores de universidades públicas.

No obstante el rosario de dificultades que atraviesa el sector, para el escritor Edgardo Scott no habrá cambios significativos. “Sería deseable algún tipo de crédito o de asistencia estatal para las editoriales y librerías y distribuidoras que en este tiempo están en rojo –dice–. Pero no creo que vaya a cambiar ninguna política interna. Supongo que todos se quedarán por cierto tiempo con el reflejo de la venta online, mejorando sus sitios de comercio electrónico, y quizás haya un mayor volumen que antes de esa variable que era muy baja y poco desarrollada en nuestra módica industria”. En el primer cuatrimestre de este año, según el informe de la CAL “Impacto de las medidas de distanciamiento social obligatorio en la producción editorial”, que se dio a conocer el lunes pasado, se duplicó el registro de e-books en comparación con el mismo período de 2019.

El autor confiesa que le gustaría que hubiera menos ficciones sobre la pandemia, el virus y sus efectos indirectos que textos documentales, de no ficción, que permitan rastrear y entender aspectos que en la emergencia se pasaron por alto. “También me gustaría que, de algún modo, todo lo que no se pudo o no se llegó a hacer en este primer semestre del año se pueda hacer en el segundo, aunque las agendas se vuelvan más apretadas, pero creo que sería una manera de compensar la situación”. Sobre este punto, la realización de ferias y festivales dependerá del descubrimiento de una vacuna que combata el nuevo virus. Por un tiempo, el distanciamiento social impondrá sus reglas incluso en el universo del libro.

 


 

Interpelar a la comunidad de lectores

La recuperación del sector editorial será lenta. Sobre todo en librerías, los cambios serán importantes. Hasta ahora, hasta antes del coronavirus, lo que teníamos mayoritariamente eran unos lectores que visitaban librerías, que a veces se instalaban en ellas y compraban libros. Muchas veces decidían la compra allí. Lo cual implica mantener una relación con el espacio, con los vendedores. Hoy es difícil pensar en librerías abiertas antes de mediados o fines de junio. Una vez que abran, seguro será con horarios restringidos y un límite en la gente que pueda ingresar. Seguramente, aquellos que ingresen, por unos cuantos meses, se quedarán menos tiempo, verán menos libros y tendrán menos contacto con los vendedores. Todo esto implica que tanto libreros como editores deberemos llegar a esos lectores por otras vías, esencialmente digital. Ya lo hacíamos, por supuesto, pero deberemos hacerlo mucho mejor. De manera más segmentada y precisa.

Al mismo tiempo, es seguro que aumentará la venta online de libros físicos y también la venta de e-books. Me parece difícil que incluso algo tan radical como el coronavirus logre que una enorme masa de gente pase al formato del libro electrónico, pero seguramente ese formato, cuya incidencia era mínima dentro de las ventas generales, ganará participación. El gran desafío es cómo interpelar a una comunidad de lectores que tendrá un formato diverso del que tenía hasta hace poco más de un mes. Al cambiar la circulación de la población, habrá cambios en las formas de informarse y tomar decisiones. El otro desafío, aun más impredecible, es qué querrá leer la gente. Me inclino a pensar que más ficción que ensayo. La cantidad de saber e información que hemos consumido (y seguiremos consumiendo) en estos meses puede haber saturado a muchos, por no decir a todos.

*Fernando Fagnani, Gerente general de Edhasa.

 


 

El núcleo utilitario

¿Leer literatura para informarse? La idea no me seduce. Como cualquiera que haya escrito novelas o cuentos, prefiero creer que las relaciones entre una ficción y su lector son ajenas a todo propósito utilitario. Como Cyrano, por instinto sostengo que c’est bien plus beau lors que c’est inutile. Sin embargo, después de seis años de trabajar como editor empiezo a creer que la mayoría no comparte este credo romántico y que es común buscar en la literatura, conscientemente o no, claves para orientarse en la vida actual. Para algunos es curioso que por estos días muchos hayan comprado La peste, de Albert Camus –como si esa novela, con su epidemia alegórica, fuera un instrumento útil frente al Covid-19–, pero puedo atestiguar que el proceder no es nuevo. Por supuesto, siempre hubo lectores para esos libros que prometen revelar “el modo en que vivimos” –una tradición que conecta al Houellebecq de Sumisión con el Gogol de Almas muertas–, pero también ciertas ficciones ajenas o directamente hostiles a todo propósito didáctico o satírico seducen porque el lector, con razón o no, cree espiar ahí mecanismos donde se forja lo actual. Se ha señalado que el auge de la novela en el siglo XIX coincidió con el apogeo de la burguesía cuyas claves, supuestamente, revelaba. ¿No puede sostenerse que hoy un relato de varones decadentes como La uruguaya, de Pedro Mairal, o una fantasmagoría de la maternidad como Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, atraen en parte porque la época percibe ahí cuestiones de género que es de interés vital para todos comprender? Los orígenes de la literatura, después de todo, son prescriptivos: recomendaciones para obtener el favor de Atenea, de Baal o de Thor. Más que indignarse en nombre de la soberanía del arte, contra ese núcleo utilitario que subsiste en el acto de leer, habría que atender a los escritores que lo hackean para sus propios fines: ¿cuántos, buscando informase acerca del peronismo en Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, se habrán extraviado en esa indagación sobre la fugacidad y la inconsistencia de la identidad?

*Gonzalo Garcés, Editor y escritor, autor de Hacete hombre y Cómo ser malos.