No sé explicarme bien las razones a mí mismo. Pero desde hace unos años busco con mayor obsesión algún relato o película nueva de horror que una de ciencia ficción o policial, géneros sobre los que he leído y visto mucho más. Por suerte vivo en una zona del planeta adecuada.
Además de la producción local, Argentina, con su ya tradicional bulimia lectora y traductora, ha sido también una proveedora importante de material en castellano de algunos de los grandes nombres, o del género en general.
Mis dos primeros contactos con H.P. Lovecraft fueron a través de ediciones con las que tuvo que ver Paco Porrúa. Primero El templo, un gran cuento (bastante acortado en la traducción) poco convencional de su obra, incluido por la revista Planeta (que editaba Sudamericana). Luego su brillante antología de relatos en El color que cayó del cielo (Minotauro), pionera tanto en la calidad de la selección como de la traducción. No deben de ser más de siete los autores como Lovecraft (en cualquier campo, incluida la así llamada literatura): uno los lee, y después ve las cosas de otro modo.
Después hubo ediciones de Rodolfo Alonso tanto del Drácula de Bram Stoker en versión completa, como de una abundante selección de cuentos de vampiros. En el caso de Stephen King, el papel de “editor” (en el sentido anglosajón) de Juan Forn en Emecé le permitió difundir traducciones de César Aira, como la de Cementerio de animales. El mismo sello dio la pista (en dos antologías de Caricias de horror) de un autor excepcional, que hubo que seguir durante décadas con la tenacidad y la paciencia de un sabueso en otras antologías: Robert Aickman, un inglés que hacía algo original, inexplicable y terrible.
El terror, o el relato de horror, casi no es un género. Quiere provocar un efecto fisiológico (el miedo o el pánico), al menos en teoría, como el porno respecto del sexo. La originalidad es un valor casi inalcanzable. En España difundieron todos los cuentos de un renovador intenso, Clive Barker (sus Libros de sangre), donde apuntaba y daba en el blanco. Después perdió un poco el rumbo en las novelas.
También en la Península se difundió un nombre nuevo y aparte, Thomas Ligotti (en ediciones de La Factoría de Ideas, y Valdemar). Lo ayudó mucho ser incluido en el mundo verbal de la serie televisiva True Detective por Nic Pizzolatto, un gran guionista, y un gran autor, de quien uno sospecha que tarde o temprano hará algo relacionado directamente con el horror.
España y Argentina se unieron para que al fin hubiera recopilaciones de Aickman hace muy poco tiempo: Cuentos de lo extraño (en la española Atalanta) y La aparición (al cuidado de Matías Serra Bradford, en Edhasa). Como lector, esta última me pareció más intensa y variada que la primera. Los argentinos somos así. Sobre todo si se trata de la Madre Patria.