El último fin de semana se realizó en San Juan el Festival de Plataforma Futuro, un programa de mecenazgo del Ministerio de Cultura que premia, a diferencia de otras convocatorias, menos el producto final que el proceso, ya que los artistas ganadores, que reciben un subsidio de entre 80 y 120 mil pesos, deben trabajar junto a un tutor especialista en la concreción de la obra. En este caso, se presentaron los ganadores de la zona de Cuyo, más otros del resto del país en cuya selección, según uno de los jurados, el artista Aníbal Buede, hubo básicamente dos criterios: se apostó al cruce de lenguajes, a la interdisciplinariedad, pero también “a la idea de experimentación, que es casi como apostar al fracaso”, dice, y recomienda: “No hay que ir a tratar de entender, sino ir a ver qué pasa”.
Pero lo que pasa, o lo que pasó, ha sido, como mínimo, controvertido, al menos en términos estéticos. En una de las salas del Centro Cultural Estación San Martín se podía ver, por ejemplo, un preservativo explotando por efecto del hidrógeno; en otra, una mesa con botellas de plástico defectuosas, que hacen pensar en el error elevado a la categoría de arte; pero también en lo inverso: en el arte como error, concepto que se reafirmaba cuando al salir se veía a un tipo tirado en el suelo, inmóvil junto a una mesa frente a la que otro tipo succionaba pan a través de un tubo. Según advertía un cartel, se trataba de un acto físico que “invierte la relación de lo sensual humano maquinal, donde la fisiología, cediendo territorio a la acética funcionalidad biológica, deroga el propio cuerpo sensible mineralizándolo sobre sí mismo en un acto de pureza y éxtasis”.
Hoy no es posible entender el arte sin estos subtextos que vuelven inteligible lo sensible y que parecieran cumplir esa función de “anclaje” de la que hablaba Barthes. Pero en ocasiones el lenguaje críptico pareciera una de las formas que asume la inseguridad del artista, que en poco más de doscientos caracteres procede a una demostración conceptual inútil que justifique una obra que consiste en un trapo sucio tirado en el suelo.
Como fuera, también hay que decir que hubo proyectos interesantes. Uno de ellos es el de la artista mendocina Angie Villé, cuyos hombrecillos espaciales fueron atravesando distintos lenguajes: nacieron en la pintura, después pasaron a la fotografía, luego adquirieron otra dimensión a partir de la impresión 3D y ahora está trabajando, según cuenta, en incorporarlos a la realidad aumentada, como el juego de los Pokemones.
También fue interesante la performance del proyecto Gómez Casa: una mezcla de música, danza e iluminación, imposible de adscribir a algún ritmo o género, pero perturbadora y desconcertante: en un momento, mientras se oía un mantra gutural del baterista, pasó un mozo preguntando qué era todo aquello. Naturalmente, nadie le pudo dar una respuesta. Quizás Aníbal Buede, que no estaba, se la podía haber dado: no había que entender sino quedarse viendo qué pasaba, misma actitud que había que adoptar, dos días después, en el Teatro del Bicentenario cuando se realizó la performance inspirada en Macbeth, a partir de luces, sombras, poesía, sonidos y proyecciones de, entre otras cosas, muñequitos Playmóvil recitando parlamentos.
Pero más allá de todo esto, resulta destacable que el ministerio haga este tipo de inversiones, máxime teniendo en cuenta que este año el presupuesto es el mismo que el año pasado, con lo cual hubo –inflación mediante– una reducción significativa, que plantea un reordenamiento de las prioridades.
En diálogo con PERFIL, Enrique Avogadro, secretario de Cultura, dice que “hoy el foco está puesto en que la mayor cantidad de recursos esté disponible en forma de convocatorias. El año pasado hicimos más de cincuenta. Hay una lógica diferente que es corrernos de la idea de un ministerio enfocado en la cultura del espectáculo, donde uno termina siendo un productor de eventos, para convertirnos en uno que acompañe a los artistas con herramientas que les permitan a ellos hacer su trabajo”, dice. Sin embargo...
—¿No continúa siendo el ministerio un productor de eventos?
—Bueno, me contradigo porque contengo multitudes, como dice Whitman. Pero yo estoy hablando de una cuestión de énfasis. Parte del trabajo que hacemos también es ése. En lugares donde la cultura no está presente en términos de oferta, me parece bien que exista también una instancia más espectacular. Tenemos un programa que se llama “Festejar”, que apoya a fiestas populares de todo el país.
Fiestas que –podría agregarse– todavía están contaminadas por una actitud estética anacrónica: la de pretender entender las cosas.