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El mercado musical resurge de sus cenizas

El fenómeno resulta tangible en los tres gigantes discográficos: Sony Music, Warner Music y Universal Music. Gracias a los cambios tecnológicos, globalmente se está dando una mutación. Quiénes son los nuevos consumidores.

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El caso. Gary Moglione destaca el caso de Don’t Stop Believin, de Journey. | cedoc

El mercado de la música inició el camino a una transformación de índole global. Envueltos en los cambios tecnológicos, los nuevos consumidores acceden a las interpretaciones desde “plataformas” (como ocurre con el cine y las series), en dispositivos multimedia que poco a poco se relacionan con la billetera y datos personales. La identidad, en breve, será un número de consumo más relevante que el del DNI. Así como su importancia la capacidad de gasto que representa. ¿Este nuevo panorama social es una pesadilla de Philip K. Dick hecha realidad? Lo que sigue no es ninguna ficción, al contrario.

Gary Moglione, del fondo de inversión Momentum, en su artículo “Regalías musicales: cómo funcionan, su perspectiva”, publicado en What Investment del Reino Unido, explica: “En 2019, la transmisión representó el 56,1% de ingresos globales de música y fue la de más rápido crecimiento de todas las fuentes de ingresos con una tasa de crecimiento del 22,9% en 2019. Inicialmente, fue la generación más joven la que adoptó la transmisión, pero el rango de edad de los suscriptores se está ampliando en más de 45 años, convirtiéndose en el grupo etario de más rápido crecimiento de suscriptores en Spotify, que representan el 60% del total.”

Explica Moglione que a nivel internacional una canción genera tres tipos de regalías: por desempeño (reproducción o interpretación pública a través de televisión, radio, cable/satélite, en vivo o en un concierto, más el uso en lugares públicos como restaurantes, tiendas, bares, etc.); por sincronización (anuncios de TV o banda sonora en una película o programa de TV/serie); y por ventas mecánicas (ventas físicas como CD, casete, vinilo y descargas digitales). Las descargas digitales no deben confundirse con la transmisión. Un ejemplo de descarga digital sería la compra y descarga de la canción a través de una plataforma como iTunes.

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La puesta en valor de una composición musical, Moglione la destaca con el caso de Don’t Stop Believin de Journey, con derechos de publicación de Hipgnosis: “La canción se lanzó originalmente en 1981 y alcanzó el puesto 62 en las listas del Reino Unido, por lo que no fue un gran éxito. Sin embargo, fue elegida para el episodio final de Los Soprano y también para la película Rock of Ages protagonizada por Tom Cruise (y en la producción de Broadway). Los ingresos de estas producciones habrían sido razonables, pero los ingresos subsiguientes han sido enormes. Luego, la canción fue utilizada por el elenco del programa de televisión Glee, lo que la hizo reconocible para una nueva generación de consumidores. Merck Mercuriadis de Hipgnosis declaró el año pasado que Don’t Stop Believin se reproducía diez millones de veces por semana en plataformas de transmisión y generaba dinero en países como Senegal y la República Democrática del Congo.” 

El fenómeno resulta tangible en los tres gigantes discográficos: Sony Music, Warner Music y Universal Music, que en 2020 sumaron ingresos por US$ 21.600 millones, en un crecimiento constante de los últimos cinco años. De hecho, ese monto proviene en su mayoría del consumo digital de música, más precisamente por streaming en Spotify y Youtube, donde se está monetizando e identificando el consumo que, en poco tiempo, tal vez algunos años, hará que toda escucha musical se pague de manera masiva. A esto acompaña la caída de las ventas en formatos físicos, que apenas rozan un 15% del total. Se debe agregar el fenómeno de caducidad tecnológica para el mantenimiento y abastecimiento de los reproductores de estos formatos. En sí, la piratería musical entró en decadencia por un cambio en el hábito de consumo generalizado.

La cita de un miembro de un fondo de inversión global tiene que ver con la compra de derechos de canciones de artistas de renombre, como si fueran oro u otro valor precioso, una inversión a futuro muy rentable. Como noticia aparece Hipgnosis Songs Fund, fundada por el ya citado Mercuriadis (quien fuera representante, entre otros, de Guns N’ Roses, Iron Maiden y Elton John), dueña de un catálogo de 44 mil canciones valuadas en US$ 2.210 millones y que recibe dinero de inversionistas para seguir creciendo. La fiebre es tal que Bob Dylan, como tantos otros, vendió sus derechos sobre más de seiscientas canciones a Universal Music Publishing Group por US$ 300 millones, la cifra más grande para una compositor del género. Todo esto genera infinidad de dudas, entre ellas, cómo impactará este modelo de explotación en el mercado musical de habla hispana, sobre nuestra historia musical, nuestros músicos.