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Opinin

El peso del presente

Ni la posteridad (mito banal si los hay), ni el anacronismo: el presente es el tiempo de la literatura.

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Tengo un amigo que no lee autores vivos, no lee literatura contemporánea. Es un gran lector, y su biblioteca es inmensa. Pero no hay caso con los escritores actuales. Le digo Aira, Jean Echenoz, John Asbhery, y nada. O mejor dicho: me responde con Mansilla, Walter de la Mare, o Jules Supervielle. Siempre me pregunto qué hubiera dicho sobre Supervielle, en caso de haber sido su contemporáneo.

¿Baudelaire? ¿Francois Villon? Aunque desde cierto punto de vista, o tal vez desde todo punto de vista, el anacronismo es una forma discreta de la vanguardia. No hay en el anacronismo ninguna nostalgia por el pasado, ningún lloriqueo sobre que todo tiempo pasado fue mejor, sino todo lo contrario: es un pensamiento radicalmente crítico acerca del presente, la marca de una inadecuación frente al estado de las cosas. El anacronismo remite sin cesar a su espejo, su par invertido: la contemporaneidad. Porque si hay una pregunta que siempre me ha intrigado es esa: ¿Qué es lo contemporáneo en el arte? ¿De qué es contemporáneo el arte contemporáneo?

En El poeta y el tiempo, Marina Tsvietáieva, probablemente la más grande poeta rusa del siglo XX, escribe: “’Amo el arte, pero no el arte contemporáneo’- palabras que pueden ser dichas no sólo por un profano sino, en ocasiones, también por un gran artista pero que invariablemente se refieren a un campo distinto de la actividad artística. Un pintor puede decirlas a propósito de la música, por ejemplo. En su campo, el gran artista es inevitablemente contemporáneo”.

Tsviétaieva nació en Moscú en 1892 y se suicidó en Elábuga, pequeña ciudad de provincia, en 1941. Toda su vida estuvo signada por la penuria, el desgarramiento y la tragedia. En 1922, cinco años después del triunfo de la Revolución, se marchó a Praga, para mudarse luego a las afueras de París. Siguiendo a su marido y a su hija, que volvieron a Rusia y fueron deportados poco tiempo después, volvió a su país en 1939 con otro hijo adolescente. Sola, sin apoyo, sin trabajo, sin casa, sin amigos, sin poder publicar, sin esperanzas, se quitó la vida a fines del verano del ’41. Fue amiga de Rilke, Pasternak y Mandelshtam. En sus memorias, Nina Berberova la trata, al mismo tiempo, con admiración y desprecio. Su obra está atravesada por el dolor, la tensión, la angustia contenida. Pero, sobre todo, por un pensamiento agudo, uno de los más agudos que la poesía haya dado, sobre el problema de lo contemporáneo.

También en El poeta y el tiempo escribe: “A propósito de los que supuestamente llevan un retraso de uno o tres siglos, citaré un solo ejemplo: el del poeta Hölderlin, que por los temas que trata, por sus fuentes e incluso su vocabulario, es un poeta de la antigüedad, es decir, llegó a su siglo XVIII con un retraso no de un siglo, sino de dieciocho. Hölderlin, que solamente ahora comienza a ser leído en Alemania, es decir después de que han transcurrido más de cien años, ha sido adoptado por nuestro siglo, y ciertamente no es antiguo. Tras haber llegado a su siglo con un retraso de dieciocho, se ha revelado contemporáneo de nuestro siglo XX. ¿Qué significa este milagro? Significa que en el arte es imposible llegar tarde; que no importa de qué se nutra, ni qué busque resucitar, el arte es de por sí mismo avance. Que en el arte no hay retorno, que es movimiento continuo, es decir, irreversible”

Ni la posteridad (mito banal, si los hay), ni el anacronismo: el presente es el tiempo de la literatura. Pero el presente toma densidad, envergadura, peso; en el momento mismo en que cruje, en que es puesto en cuestión, en el que cae bajo el peso de la sospecha. Lo contemporáneo es para Tsvietáieva (y para cualquier literatura crítica) ese crujir, ese estado de inadecuación con nuestro tiempo, y al mismo tiempo, es voluntad de abrazarlo.

Hacia al final del libro, Tsvietáieva parece contestarle a mi amigo anacrónico: “La razón por la que X no acepta el arte contemporáneo es que él mismo ha dejado de crearlo. El arte camina, los artistas se quedan”.