H ablar es donarse al malentendido. Karl Popper fue claro cuando dijo que el lenguaje es oscuro: “Es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser mal interpretado”. El lenguaje es siempre metafórico. Tomarlo literalmente –pero si queremos comunicarnos estamos obligados a tomarlo literalmente– es la fuente de toda incomprensión. Cuando creemos que tomamos al otro al pie de la letra por lo general estamos forzando su frase para que encaje con nuestro deseo: no existe la literalidad absoluta; por lo tanto, nada puede decodificarse de una manera única. Todo está cargado de sentidos extras que sólo se interpretan si conocemos el contexto en el que se emite la frase. En el mundo del arte esa ambigüedad esencial de lo dicho se eleva al cuadrado: todo tiene un plus de significado. Las obras que Nico Sara presenta en la muestra Sara Land elevan esa metaforicidad a la enésima potencia. Todo es signo de todo.
Sara insiste con la condensación: sus imágenes suman partes que provienen de varias fuentes. Siguiendo el giro que su obra tomó hacia mediados de la década anterior, sus actuales pinturas presentan objetos imposibles que ofrecen en las dos dimensiones del plano la corporeidad de las tres dimensiones del espacio. Pero los objetos que representa no existen más que como proyecto visual: son collages surrealistas (muy en la línea de Roberto Aizenberg que se inspira, a su vez, en Max Ernst, quien, a su vez, dialoga con Man Ray, en una remisión ad infinitum).
Las imágenes de estas pinturas mezclan un perro con un diamante o una cara con una plancha metálica agujereada o una caja con unas alas. Esa mezcla se produce bajo el signo de lo onírico. Freud habló del “trabajo del sueño” como condensación en una imagen de fragmentos de otras. Sara lleva eso más lejos: el deseo es visto en sus telas como una recopilación de mutilaciones encastradas.
Estas obras híbridas mezclan lo concreto con lo ilusorio, lo pasional con lo racional, lo lúdico con lo necesario. Son híbridas y contradictorias: a lo inmóvil le surgen alas. El mundo de Sara no puede existir más que en la mente (es decir; en la memoria de su computadora). Allí viven esos seres que el artista genera digitalmente y que luego traslada a la tela. La pintura termina dotando de cuerpo a lo que nació como lenguaje binario.
Sara pinta como imagina. En sus cuadros, el mundo se reduce a la interacción de un objeto con un horizonte, una superficie en la que apoyarse o un aire que la rodea. Ese fondo o superficie es siempre plano, casi siempre estridente y por lo general difuso. ¿Dónde está lo que vemos? Está en lo inconsciente. Sara no pinta lo que vemos, sino lo que imaginamos.
En las obras de Sara la felicidad es real. El sabe que la felicidad no es un estado del mundo sino de la mente. Los objetos que pinta son fragmentos dispersos (pero coherentes) del parque temático en el que desearía vivir: Sara Land. Esa tierra -que no existe más que como proyección de estas imágenes imposibles- es su Disneyworld portátil. El mundo que crea Sara no está en este mundo: es una visión de la memoria. Su Sara Land se torna posible porque él lo hizo visible