Cómo orquestar una muestra para conmemorar el Bicentenario? ¿Por qué hacerlo? ¿Debería componerse como un recorrido histórico, cronológico, o convocar artistas que trabajen “lo argentino”? ¿Existe tal cosa? ¿Es posible representar la identidad nacional en una imagen? ¿Serviría de algo esa búsqueda? En el sexto piso del Centro Cultural Kirchner, en una superficie de 1.700 metros cuadrados, se lleva adelante la muestra 200 años. Pasado, presente, futuro, que alberga el trabajo de más de sesenta artistas, dispuesta en tres grandes salas y anclada en cuatro ejes (con curadurías independientes): “Paisaje y territorio”, “Identidad”, “Encuentros” y “Futuro”, que inaugurará a mediados de septiembre.
En “Paisaje: el devenir de una idea” –con curaduría de la crítica Ana María Battistozzi– se intenta trazar un recorrido por la geografía múltiple que teje el territorio nacional; pinturas, fotografías, instalaciones de artistas de tradiciones disímiles: Prilidiano Pueyrredón, Juan Manuel Blanes, Mondongo, Julián D’Angiolillo, Enrique Policastro, Eduardo Stupía, Alfredo Prior y Luis Felipe Noé, entre tantos otros. Merece atención la obra de Andrés Paredes, una gran pieza de barro misionero que atesora mariposas, cristales de cuarzo y osamenta.
(“¡La de López, la de López!”) La gema de la exhibición es (“¡La de López!”) “Identidad”, trabajo colectivo en el que más de treinta artistas se encolumnaron detrás del magnetismo creativo del fotógrafo Marcos López –ahora también pintor–, que antes de convertirse en marca registrada (“¿Dónde está la muestra de López?”) confeccionaba unos retratos en blanco y negro preciosos. En la sala de “la muestra de López” que todos quieren ver conviven una foto de Cortázar con una de Borges; María Elena Walsh, Palito Ortega, un colectivo –¿invento argentino?–, la tapa de la revista Noticias en la que María Julia Alsogaray –enfundada con tapado de piel animal– se volvió sex symbol (o algo así); el Gauchito Gil más famoso –Damián Ríos by López–, Ramona Galarza, un kiosco de diarios con tapas emblemáticas de revista Gente. Pero también un colchón enrollado con la estampa de San Martín, secundado por otros colchones enhiestos que sostienen la imagen de Rosas y Sarmiento; un retrato de Kuitca –los colchones son una cita evidente al trabajo de éste–, una pileta plástica azul con una mujer pintada –cita de Eduardo Sívori–. El espacio así compuesto se presenta como una pulpería elástica en la que siempre queda lugar para poner algo más. Así, todo junto, todo amontonado.
En “lo de López” no hay coordenadas de lectura; la pulsión que trabaja su lente es corregida y aumentada en el retoque final de esos íconos nacionales impresos para el altar de los ancestros. Con una persistente panoplia individual, las marcas y suturas que exhiben buscan volverse signo de la travesía identitaria (el punctum del que nos hablaba Barthes se escurre en la materia). En este osario patrio no hay tensión, no hay conflicto, más allá de que haya cuchillos y sangre. Resulta extraño, entonces, que en un país vertebrado por la violencia física y simbólica sólo se acumulen figurones más o menos conocidos de la pandilla nacional, coronados en un flashback hiperbólico. La hipersignificación que obtura el sentido, una hoja sin renglón vacío, la muestra así planteada se desarma en aporías metafísicas.
“Encuentros” se exhibe como un contrapunto de instalaciones entre Alberto Passolini y Pablo La Padula. El primero compone con el inventario telúrico: rancho, montura y mate, y lo entrelaza con acuarelas y un mural. En el caso de La Padula –con aportes de Teresa Pereda y Juan Cambiaso–, se advierten piezas representativas colocadas en vitrinas que, atravesadas con una luz sugerente y delicada, germinan con sofisticación.
200 años: pasado, presente y futuro
De miércoles a domingos de 12 a 19.
Hasta fines de diciembre.
Centro Cultural Kirchner, Sarmiento 151.