CULTURA
ANTONIO DI BENEDETTO

Ética y literatura

A veinte años de la muerte del genial escritor.

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Se me ocurre, para comenzar, que la ética funciona, dentro de una cultura, casi de igual manera a como funciona la literatura dentro de una lengua. Y se me ocurre, también, que Antonio Di Benedetto es uno de los poquísimos escritores argentinos fundamentales.

Dos ocurrencias, apenas. O dos caminos, mejor, que pueden juntarse en algún punto o no cruzarse jamás.

La historia cuenta, por un lado, que Di Benedetto, entre otros libros, publicó Zama, Groz o Cuentos claros, El silenciero y Los suicidas. Y, por el otro lado, cuenta que en 1976, al negarse a entregar los archivos del diario Los Andes de Mendoza, del cual era director, fue detenido por la dictadura militar que lo mantuvo preso durante un año. Diferentes eslabones de una literatura más una decisión ética que, creo, alcanzan para enmarcar la vida de un ser humano argentino, además de escritor.

Y tendríamos que apurarnos a reconocer, desde cierta lástima, que la ética no es una región importante en nuestra cultura. No ocupa casi ningún lugar dentro de ella. Es nada, en un sentido literal. Por eso, quizá, es que acostumbremos a pensar en las poquísimas acciones o actitudes éticas de nuestros antepasados o de nuestros contemporáneos, como acciones o actitudes heroicas. Heroísmo, eso es lo que vislumbramos, por ejemplo, ante la pobreza final de Manuel Belgrano o ante la negativa de Di Benedetto. Ante la ética. Una cultura que pone desde siempre a la salvación individual en el centro de los comportamientos sociales adorables, no tiene ningún lugar para aquellos que enderezan sus obras hacia el bien común de la nación, como pretendía el viejo Aristóteles. Ningún lugar. Nos enfrentamos a esas acciones éticas de nuestros compatriotas con una mezcla de admiración y de incomprensión, incapaces de emularlas, imposibilitados de asimilarlas culturalmente, percibiéndolas como heroicas porque, claro, el heroísmo sí ocupa una región importante en nuestro pensamiento colectivo. De ahí que se me haya ocurrido pensar, para comenzar, que la ética funcionaba en nuestra cultura de manera muy similar a como funciona la literatura dentro de una lengua: como lo extraordinario, como lo incómodo, como lo insólito, como lo monstruoso.

Si uno se toma el trabajo de revisar los diarios y las revistas de la década del cincuenta o del sesenta del siglo pasado, años en los que Antonio Di Benedetto publicó sus mejores libros, va a encontrarse con páginas sobrecargadas de palabras. Da la impresión de que dejar un blanco, en aquella época, además de antieconómico constituía una suerte de desentendimiento imperdonable para con la realidad o, mejor, de negación y de incomprensión para con esa realidad. Todo tenía que estar escrito y todo debía estar ocupado por la escritura. No parece haber en esas geografías, ningún sitio para que el lector levante los ojos y piense por sí mismo. Los periodistas, los escritores, debían develar la realidad y los lectores, aparentemente, sólo podían consumir esa genial manera de descorrer los velos.

Y a esa realidad escrita o, lo que es casi lo mismo, a esa manera agobiante de escribir la realidad, Antonio Di Benedetto le antepuso una literatura de blancos, de silencios, de lo escaso, de rupturas constantes que no respetaban ninguna norma literaria ni sintáctica.

Un mismo movimiento. Una misma intencionalidad. Dos caminos que cruzan una sola vida. La cultura y la lengua constituyen sistemas autoritarios, en tanto y en cuanto enfrentarlas nos expulsa, nos deja afuera de nosotros mismos. Sin embargo, Antonio Di Benedetto decidió enfrentarlas heroicamente: desde la ética y desde la literatura. Y el resultado, en ambos casos, parece referir a la misma cuestión: el odio a la pasividad y la imperiosa necesidad de crear ciudadanos libres o de inventar lectores.

Personas capaces de transformar una cultura o personas capaces de animarse a construir objetos literarios.

*Escritor.