CULTURA
literatura argentina

¿Existe una vanguardia?

Desde antaño, la literatura argentina se ha destacado tanto por su exploración iconoclasta como por su vocación retadora. ¿Es posible hablar de vanguardia o se trata de un gesto insulso y anacrónico? Un debate.

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Cuando todo está perdido. Tal oración puede ser el comienzo de una novela. Cien años atrás o a escasos minutos, un escritor la colocó allí, en la apertura ante el misterio blanco del papel (o la pantalla), que puede ser leída o diferida en la ignorancia. Así es la química cruel de lo inédito: nada está a salvo, y puede perderse el más valioso original. A veces ocurre que un libro nos llega en determinado momento de la vida como un bálsamo, pero si el lector se especializa como editor, esa responsabilidad le es propia: habrá lectores huérfanos de ciertas obras literarias por su rechazo, como crueldad en un ecosistema contaminado. Si un editor cree ser algún dios, ya no lee, solamente cree en sus sentidos, los valora en exceso, duerme el sueño del paradigma llamado “mercado”. Ante tal avance, la historia literaria remite a las vanguardias, a esos gestos estéticos que emitían manifiestos. Tal vez haya sido el surrealismo (y Freud su gen revolucionario inmóvil) el último gran movimiento capaz de conjeturar y modificar de plano la estética en todas las artes. Y tal efecto sí abreva en Rimbaud como sacrificio sin rito en la escritura, continúa en Artaud, pregna al absoluto de la representación (el cine) con Buñuel. Allí hay un cisma que nos interesa: al mismo tiempo que Buñuel dejaba Estados Unidos delatado por republicano, Dalí ingresaba en el mainstream del arte neoyorquino. Más allá del significado político, se marca el límite entre un pasado vanguardista marginal y el reciclado del arte en el sistema de mercado, y la especialización, como en el saber, dividirá el todo entre escuetas expresiones individuales a través de grandes movimientos de modas y masas. Del pop art a la nouveau roman, del realismo sucio a las alegorías de Tarkovsky, la literatura deriva en el escritor, sin anclaje en movimientos artísticos grupales, pero sí agotándose en modas editoriales o reclamos teóricos.

Luego aparece la función de un suplemento cultural, cuál es su rol (si lo tiene), cuál su objetivo. Con las breves citas adjuntas de novelas de Aivars Holms, Jeremías Maggi y Marcelo Miceli, tomo el riesgo como lector deslumbrado, también irresponsable (¿habrá otra nota difundiendo textos inéditos?), pero más por compartir la felicidad de haber leído algo inusual que por gesto estético. ¿Ahí están los textos que desacralizan el principio de siglo? Entre las más de 400 novelas publicadas al año, ¿asoman estilos y estrategias para desafiar la lengua? ¿Por qué un suplemento cultural no puede dar a conocer novelistas inéditos? En la terrible neblina de rechazos de originales, de omisiones y publicaciones sin trascendencia, ya no existen manifiestos sino vanas intenciones declamativas. El no lugar de una vanguardia contemporánea está en la polarización y el individualismo, en una soledad que refiere al abandono, a la deriva sin luz ni avidez por el conocimiento en sí, más allá de la ilustración como absoluto, aunque resulte inalcanzable. Luego, la pobre glosa, el asomo de lo ágrafo.

El texto de Miceli forma parte de una antología, Escuela de Escritores (Libros del Rojas, noviembre 2012), compilada por María Sonia Cristoff, que además incluye textos de Jimena Repetto, Mariela Ghenadenik, Marcelo Guerrieri, Lara Mirkin, Damián Huergo, Diego Vargas Gaete, Clara Anich, Tamara Domenech y Juan Gabriel Miño. Dice Cristoff del taller que dirige: “¿Con cuánto de lo incorporado en esos talleres, escuelas y programas se queda un escritor cuando está solo? Tema suyo. Insisto: hay escritores que se construyen desde el adocenamiento y terminan imitando tics de maestros o lanzándose sin filtros a la maquinaria marketinera, y hay otros que se asumen como saqueadores y, desde ahí, no tienen miedo de pasar por instituciones ni por maestros ni por postas de mercado ni por bibliotecas ajenas, porque saben cómo captar algo y después tomar distancia”.

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Fuera de tales sistemas de formación, Aivars Holms ocupa un lugar de privilegio en la fosilización de los blogs como herramienta virtual, y con su medrar en el universo singular de Carlos Busqued, que de él afirma: “Me trae una novela, la leo, le indico ciertas correcciones y cambios. Al mes vuelve con una nueva, y así una y otra vez, es una máquina de escribir”. Ante la pregunta “¿cuál es la motivación más vívida por la que escribe novela?”, Holms responde: “Quisiera creer que es sexual o por puro prestigio… o por entretenimiento sin límite y barato (apretar teclas, mezclar palabras y tramas) al que podría recurrir hasta el último día”. Para Maggi, que huyó de grupos poéticos por gerenciales y almidonados, la respuesta al interrogante también conlleva una crítica al género mismo: “La predilección por un género es la cuestión tenaz para la reproducción del mismo. La prosa es un terreno mucho más fecundo, esa forma que juega con el dinamismo y la insistencia de los pasadizos quebrados de quienes la frecuentan, un terreno esquivo pero mucho más prolífico e interesante que el obsoleto género de la novela. Ya lo sabemos, hemos caído en la literatura por error, y también sabemos que es una araña que no deja escapar a sus merodeadores...”. Espero que disfruten las citas, tal vez tengan destino en una forma extensa, destino de libro. O no, y debamos asumir como lectores la tragedia de la omisión.