En filosofía, a veces, para comprender los problemas y conceptos que interesan del pensamiento de cierto filósofo o filósofa, hay que atravesar diversos obstáculos y barreras o, para decirlo directamente, prejuicios. Y no solo es un problema (ideológico, moral, político, religioso, etc. ) de quien intenta acceder a esa zona conceptual que, por ciertas razones, ejerce una poderosa atracción. Esto es, rodeando ese núcleo específico que despierta la inquietud de llegar a él se hallan inconsistencias, incoherencias, puntos oscuros, ambigüedades, léxicos dudosos. Lo cual, por supuesto, justifica y fortalece los prejuicios y, más todavía, persuade de abandonar el asunto y quedarse a reparo de lo que ya se sabe –o se cree que se sabe– de antemano. Si a eso se le suma un estilo filosófico y una personalidad pública poco seductora ( o demasiado espléndida) para el gusto del interesado, entonces ya todo está perdido. Como es sabido, en la actualidad Peter Sloterdijk (1947) es ese filósofo tabú para muchos simpatizantes de la izquierda y de la amplia gama del progresismo, y no sin motivos.
En primer lugar, se trata de un pensador “políticamente incorrecto”, por decir así, y provocativo, además, como se desprende de los dos escándalos mediáticos que lo tuvieron como protagonista en 1991 y 2009 como consecuencia de las severas críticas (o más bien, anatemas) que recibió de Jürgen Habermas y Axel Honneth, entre otros. En el primer affaire, que despertó de un extenso letargo a la cultura filosófica alemana, se lo acusó –no sin cierta exageración, por otra parte– de deslizar ideas eugenésicas y antihumanistas en su famosísima conferencia Normas para el parque humano, la cual no hacía más que agitar el fantasma del nacionalsocialismo, según los intelectuales que la condenaron públicamente. En el segundo escándalo se lo atacó por su artículo Die Revolution der gebenden Hand, publicado el 13 de junio de 2009 en el Frankfurter Allgemeine Zeitung (un periódico conservador-liberal), donde Sloterdijk reprobaba la política fiscal del Estado alemán que favorecía que los “improductivos vivan a costa de los productivos” y “las personas de más alto rendimiento” deban financiar más de la mitad del presupuesto nacional. La solución que proponía era la “revolución de la mano dadivosa”, de tal manera que los impuestos a los más ricos se reemplacen por donaciones voluntarias. En su respuesta a Sloterdijk, que se publicó en el periódico Die Zeit, Honneth le señaló que el patrimonio de las clases altas en Alemania se deriva de una posición favorable que se funda en la herencia y otros privilegios que les concede la propiedad privada, y no en méritos propios. Por consiguiente, la redistribución de la riqueza por medio impuestos no era un acto caritativo ni solidario, sino un derecho fundamental de la justicia democrática.
Pero, por si fuera poco, los libros de Sloterdijk –un escritor prolífico– se publican y se traducen en gran parte de Occidente y los medios suelen exaltarlo como el más importante filósofo de Alemania después de Heidegger. Se dice que el programa Das philosophische Quartett (suspendido en 2012), que condujo con Rüdiger Safranski, transmitido mensualmente por el segundo canal de la televisión pública alemana (ZDF), fue un éxito. Por su parte, las nuevas figuras de la Escuela de Frankfurt –como Honneth– lo acusan de charlatán, publicista del neoliberalismo y grupos conservadores y promovido internacionalmente en ese carácter. A la vez, la notoria influencia en Sloterdijk de Nietzsche y Heidegger, considerados por la izquierda alemana como filósofos del nazismo, terminan de identificarlo como el ideólogo por excelencia de la derecha más reaccionaria. Se entiende que, con este perfil neoliberal-nazi (o la inversa) que se le adjudica, resulte muy difícil aproximarse a los aspectos más sugestivos e inquietantes del pensamiento sloterdijkiano.
Por ejemplo, el concepto de “antropotécnica” presentado por primera vez en Normas para el parque humano y desarrollado posteriormente en Has de cambiar tu vida (Du musst dein Leben ändern) de 2009. Y aquí aparece el primer escollo ante el cual es fácil renunciar a la comprensión. Sucede que no es posible entender el significado de este neologismo excluyendo a la llamada “antropología filosófica” surgida en Alemania entre los años 20 y 30 del siglo pasado. A esta corriente pertenecieron Ernst Cassirer, Max Scheler, Arnold Gehlen y Helmuth Plessner, quienes recuperaron la vieja pregunta acerca de la naturaleza del hombre articulando biología y “ciencias del espíritu”. Ahora bien, entre las influencias más evidentes en Sloterdijk respecto de la “antropotécnica” se registra la de Gehlen, sociólogo referente del neoconservadurismo y miembro en su momento del partido nazi. En su obra (un compendio del pensamiento de Gehlen se publicó en castellano en 1993 con el título Antropología filosófica. Del encuentro y descubrimiento del hombre por sí mismo) argumenta a favor de su tesis del hombre como Mängelwesen, como un “ser deficitario”, orgánicamente infradotado, carente de órganos para adaptarse al medio ambiente natural, por lo que este animal- (pre) hombre defectuoso debe crear un mundo artificial para sobrevivir. Por lo tanto, es un animal técnico, es decir, la técnica (y la tecnología) sustituye los órganos humanos (Organersatz) y así produce un entorno artificial apto para sí.
Este medio ambiente técnico es el modelo de lo que Sloterdijk denomina “esferas”. Se trata, en última instancia, de envolturas protésicas con las que la humanidad se inmuniza de la naturaleza tanto externa como interna a través de un medio ambiente artificial organizado a partir de “técnicas de climatización”, en palabras de Sloterdijk. Son burbujas artificiales, “invernaderos” creados técnicamente, cubiertas inmunológicas, que han constituido al animal-hombre como humano. En este sentido, estar-en-el-mundo, estar-en-lo-no madre, consiste en hacer esferas técnicas. En su libro En el mismo barco (1993), Sloterdijk se apropia en gran medida de las concepciones antropogenéticas de Gehlen. Por ello cuestiona la narrativa del humanismo en la cual el hombre se define en correspondencia con las civilizaciones superiores (Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma), con lo que suprime el largo ciclo que antecedió a esas culturas. En esa era de la horda primitiva comienza la separación técnica de la naturaleza del animal-hombre infradotado. Ese período arcaico ya supone un entorno artificial, una esfera protésica, inmunológica, ante el contexto natural que hace posible la crianza de seres humanos.
La antropogénesis es el proceso por el cual los hombres generan una segunda naturaleza técnica (como pensaba Ortega y Gasset) para autoproducirse y autocriarse. El humanismo, a juicio de Sloterdijk, conforma puramente un conjunto de antropotécnicas orientadas a la domesticación y amansamiento del hombre por parte de una élite de intelectuales y especialistas, con el propósito de corregir su animalidad. El humanismo, en otros términos, no es más que la aplicación sistemática de ciertas técnicas antropógenas. Con la modernidad, las antropotécnicas dan un giro radical. La conformación del Estado moderno, durante los siglos XVI y XVII, introduce esas nuevas tecnologías de gobierno que Foucault llama “biopolítica”, a la cual Sloterdijk describe de la misma manera como “hacer vivir, dejar morir”. En suma, según entiende, una forma de técnica inmunológica que difiere de las anteriores porque se impone la gestión y administración de la vida biológica de la mayoría de la población. Las antropotécnicas modernas gobiernan a las masas para reformar el mundo por medio del trabajo. Sloterdijk distingue tres olas biopolíticas durante la Edad Moderna: la de los siglos XVI y XVII ( fase clásica del Estado moderno y del capitalismo), la de inicios del siglo XIX (socialismo), y la de los años 30 y 40 del siglo pasado (fascismos).
En Has de cambiar tu vida, Sloterdijk establece dos formas de antropotécnicas que se originaron en las grandes culturas la Antigüedad. Esto es, la producción de seres humanos por otros o técnicas para “dejarse operar” (Sich-Operieren-Lassen), y la producción de hombres a partir de los mismos individuos (Selbststeuerung) o técnicas de “auto-operación”. Esta antropotécnica se refiere a las prácticas ascéticas que prosperaron entre el 800 a.C. y el 200 d.C., en China, India, Persia, Grecia y Palestina. Sloterdijk sostiene que el ascetismo generó una revolución antropotécnica que determinó la antropogénesis de allí en más y dividió moralmente a los seres humanos. De esta partición brota el imperativo básico de la moral para el animal-hombre: “Has de cambiar tu vida”. En cualquier caso, implica psicotécnicas de “auto-operación” cuyo fin es fortalecer espiritualmente a los individuos. Entre estas experiencias ascéticas, Sloterdijk se interesa en particular por las “prácticas de sí” en la modernidad durante los siglos XVI y XIX: el arte, la educación y el trabajo. Estas nuevas “auto-operaciones” se forman a consecuencia de que las antropotécnicas modernas ya no pretenden inmunizar al animal-hombre sino lo incitan hacia el exterior de sus esferas inmunológicas, hacia un afuera peligroso, no esferológico: unas “espumas”, como dice Sloterdjk, donde imperan fuerzas desconocidas y aterradoras.
De todo esto se infiere que, en el fondo, el pensamiento sloterdojkiano es una filosofía posmoderna de la tecnología. El concepto de antropotécnica, como “dejarse operar” o “auto-operación”, no significa más que interpretar al hombre como un animal técnico, como el producto histórico de una serie de técnicas. De ahí que la optimización tecnológica – odicho de otra manera: la eugenesia– aparece como un horizonte totalmente posible. De hecho, las biotecnologías y la ingeniería protésica hoy se presentan a la vanguardia de las nuevas antropotécnicas capaces suscitar una mutación antropológica. A pesar de todo, y de su admiración por Gehlen, calificar a Sloterdijk de “eugenista” ( o de “neonazi”) es una simplificación de la sinuosa problemática que aborda. Como explica él mismo en El hombre operable. Notas sobre el estado ético de la tecnología génica: “Pero que el desarrollo a largo plazo conduzca también a una reforma genética de las propiedades de la especie; que una antropotecnología futura se imponga hasta lograr una planificación explícita de los caracteres genéticos; o que la humanidad pueda llevar a cabo, haciéndolo extensivo a toda la especie, un cambio desde el fatalismo natal al nacimiento opcional y a la selección prenatal, eso son cuestiones en las que el horizonte evolutivo, si bien de forma confusa y no fiable empieza a despejarse ante nosotros”.
*Doctor en filosofía, profesor de UBA.
La era del kitsch (Alción Editora, 2021) es su último libro
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