Ana Teresa Torres (Caracas, 1945) es una de las escritoras más prestigiosas de Venezuela. Su último libro es La herencia de la tribu, un ensayo sobre la influencia de los mitos fundacionales de Venezuela en el discurso político chavista.
—Críticos como Julio Ortega consideran que la literatura venezolana pasa por un gran momento. ¿Comparte esa opinión?
—Comparto la opinión de Ortega. Es un excelente momento en que, a pesar de las dificultades que atraviesa el país, se está escribiendo mucho y se publica bastante, en todos los géneros. Una peculiaridad estriba en que publicamos al mismo tiempo autores de diferentes generaciones, estilos, tratamientos; en suma, no hay una corriente destacada sino un predominio de la diversidad.
—¿Existe una literatura chavista y otra antichavista en Venezuela?
—Hay escritores chavistas y antichavistas, y también escritores que se mantienen al margen de la política. Probablemente, en algunos textos narrativos pueda sospecharse la tendencia política del autor, en otros no, pero en ningún caso diría que hay una división entre literatura chavista y antichavista. Otra cosa sería si nos refiriésemos a los artículos de opinión, pero en la elaboración literaria me parece que hemos sabido conservar el texto fuera de la tentación del panfleto.
—Algunos autores no oficialistas se quejan de que sólo se promueve lo que está en línea con los postulados del gobierno.
—No comparto esa opinión. En publicaciones políticas es así, pero no en materia literaria. Es necesario reconocer que se han publicado miles de ejemplares de autores clásicos de la literatura venezolana, y asimismo las editoriales estatales mantienen una importante publicación de nuevos nombres en poesía y narrativa. No tengo por qué suponer que todos esos textos estén en línea con el gobierno.
—El debate sobre la pertinencia o no del compromiso político del intelectual es universal. ¿Cómo debe ser la relación del intelectual con el poder en términos generales y, en particular, en el caso de Venezuela?
—En términos generales, pienso que los intelectuales deben siempre mantener una prudente distancia con el poder, no necesariamente en contra, pero con cuidado de no pasar a ser fichas a favor de un determinado gobierno. El intelectual debe siempre sostener la libertad de su conciencia, y eso no es siempre posible en el terreno de la política real. Para el caso venezolano pienso lo mismo. Creo en la libertad de opinión, y si un intelectual se siente representado con el liderazgo del gobierno, o el liderazgo opositor, me parece que tiene pleno derecho a manifestarlo, pero con cuidado de no convertirse en una repetición ciega de las voces del poder. Eso hace al intelectual una presencia siempre incómoda, qué le vamos a hacer.