CULTURA

La batalla cultural de París

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Durante tres días, del viernes 7 al domingo 9 de marzo, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires organizó un homenaje a Julio Cortázar en la Place du Palais Royal de París. Esto anticipó a la participación de la Secretaría de Cultura de la Nación en el Salón del Libro de París, del 21 al 24 de marzo, con Argentina como país invitado de honor. El honor es que el espacio de 500 metros cuadrados implicó un giro de un millón de dólares a la empresa organizadora, SAS Reed Expositions, los demás gastos son reservados y provendrían de la Cancillería. Pero más allá de los pagos de uno u otro gobierno. ¿A qué viene un enfrentamiento cultural en París? ¿Ocurre allí una olimpíada de poder real? No, pero sí un “enfrentamiento” entre dos políticas. ¿Acaso estamos ante una disputa entre Roma y El Vaticano? ¿Estado contra Ciudad-Estado? Tampoco, y menos se define la existencia de una deidad o la ideología dominante de los próximos 500 años. Allá se engalana a una representación (no importa cuál ni quiénes la encarnan) para homenajear a Cortázar que, curiosamente, los parisinos consideraban un francés más (había nacido en Bélgica). Ah, malentendidos. ¿Qué le brindó a Cortázar la cultura oficial argentina en su última visita al país? Vacío y silencio a su fe política. ¿Algo cambió en treinta años? Del lado de Cortázar, nada, sigue muerto. ¿Estos gestos oficiales vindican a su figura literaria? Lo dudo. Cortázar es canónico, incorporado a los planes de estudios escolares, y tal gesto honorífico nada dice de su estilo, del valor de una obra para futuras generaciones. Porque aquí es donde la literatura debe enfrentar a lo cultural a manos del Estado.

Cortázar fue maestro normal y profesor en Letras. Enseñó en el interior de la provincia de Buenos Aires, también en Mendoza. El homenaje es contemporáneo a una huelga docente por salarios, en un país donde el presupuesto en educación supera el 6% del PBI, inversión histórica pero mal administrada. Además, miles de niños no tienen acceso a la educación elemental en la Ciudad de Buenos Aires, mientras más de la mitad de los alumnos de toda la educación pública carece de lectura comprensiva: ¡imposible que puedan acceder a la literatura de Cortázar, ni a sus traducciones de Edgar Allan Poe! ¿Qué se homenajea en París? ¿A una literatura sin lectores? ¿Cuánto falta para que la clase política se ufane de un país con literatura sin libros?

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Esto ocurre porque el sistema es deficitario más allá de los funcionarios, como señala Pablo Farrés (docente y autor de El reglamento): “Piensan la literatura como capital simbólico y parten entonces de una cultura decadente como la nuestra. El tema es cuando la literatura encuentra el modo de estar fuera de la cultura, de inventarle un margen. Ahí se define todo: estás adentro o te estás inventando una fuga, cada uno elige”. La gran mayoría de los argentinos (99,99%) no se fuga a París para ver “de qué se trata” semejante batalla cultural, pero deben asumir sus costos y consecuencias, como siempre.

*Escritor.