CULTURA
charles bukowski

La cocina del monstruo

Con un abanico de emociones y sentencias que lo muestran sublime a la vez que despiadado, la publicación de una selección de cartas de Charles Bukoswki –reunidas en La enfermedad de escribir (Anagrama)– a distintas personalidades permite conocerlo en una de sus facetas más íntimas, con opiniones contundentes y juicios literarios que dan fe de ese tipo de hombre atormentado que entre la literatura y la vida siempre escogió la vida... para escribirla mejor.

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Charles Bukowski. | pablo temes

En marzo de 1963 Bukowski dio su primera entrevista a Arnold L. Kaye, corresponsal en Los Ángeles del Chicago Literary Times. Cuando Kaye se acercó a su departamento, lo primero que vio fue un hombre de ojos tristes, de voz fatigada y cuerpo cansado. “Parece sentirse un poco mal hoy”, disparó Kaye, a lo que Bukowski respondió: “Me siento un poco mal, sí. Es domingo a la noche. Fue un duro programa de ocho carreras. Estaba 103 arriba al final de la séptima. Derrotado por medio cuerpo por un caballo que pagaba 60-1 y que debería haber sido enlatado como comida para gatos hace años, el perro. Bueno, un día de pocas ganancias lleva a una noche de borrachera. Despertado por este entrevistador. Y realmente voy a tener que emborracharme cuando se vaya, y hablo en serio”. 

Este retrato de Charles Bukowski, incluso en los años 70 cuando comenzó a escribir novelas (Cartero, Factótum, Mujeres) y se hizo realmente famoso, nunca se vio alterado. Incluso hoy día parece seguir burlándose de los periodistas, poetas y escritores del mainstream y profesores universitarios.

Amante de la bebida y de las carreras de caballo, escribió mucha (y buena) poesía, cuentos y novelas. Aunque determinado sector ortodoxo del campo literario (y esto sucede desde su momento de emisión, revistas conservadoras como Poetry de Chicago) encuentran su trabajo sencillo, efímero, incluso grosero y “vulgar”. 

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La reciente edición de esta selección de su correspondencia, escrita entre 1945 y 1993, puede servir para evidenciar su sólida formación y el inmenso horizonte de sus lecturas.

El planteamiento de un estilo áspero y directo (“los poemas tienen que salir como un vómito a la mañana luego de una borrachera”) nace en conjunto de una visión radical de la vida y de la industria editorial. 

Para Bukowski, antes que nada, existe un problema muy esencial: siempre ha habido un abismo demasiado grande entre la literatura y la vida, y quienes han creado literatura no han escrito sobre la vida y los que han vivido la vida han sido excluidos de la literatura. Reconoce algunos avances, por supuesto, pero para él desde los tiempos de Shakespeare la poesía era falsa y aburría a un muerto. 

La edición de estas cartas que el escritor estadounidense le envió a colegas –editores y amigos, entre ellos Henry Miller, Harold Norse, Lawrence Ferlinghetti y su Dios literario John Fante– muestra a un Bukowski muy sólido y nutrido que renegaba de muchas tendencias en el campo literario (desde el New Criticism y las emergencias como la Escuela Black Mountain o la Beat Generation), y celebraba a quienes habrían encendido su llama: Louis-Ferdinand Céline, John Fante, el primer Hemingway, Knut Hamsun, y poetas como Ezra Pound, W. H. Auden y Stephen Spender.

Si bien los hechos contradicen sus juicios y entrevistas, la primera publicación de Bukowski se dio en 1944 (a sus 24 años), con la aparición del cuento Aftermath of a Lengthy Rejection Slip en el número de marzo-abril de Story Magazine. Dirigida por Whit Burnett, en esa revista, además, habían publicado por primera vez autores como J. D. Salinger.

Los problemas personales de Bukowski –las palizas que le daba su padre, por ejemplo– fueron retratados con extrema fuerza y solidez en (posiblemente) su mejor novela, La senda del perdedor. En una entrevista para otra revista norteamericana, Bukowski comentó que había comenzado a beber a los 13 años para calmar el dolor por los continuos golpes que le daba su padre. 

Con sus relatos cortos y novelas hizo algo de dinero, pero su corazón siempre estuvo más cerca de la poesía, género con el que se sintió sin duda más cómodo en sus últimos días.

Sus poemas fueron publicados por primera vez en periódicos de Los Ángeles como Open City y en pequeñas revistas literarias. Flower, Fist and Bestial Wail, su primera colección de poesía se publicó en 1959.

A diferencia de la atmósfera que prevalecía todavía por la influencia de la Nueva Crítica, y la convergencia posterior de la Escuela de Nueva York (John Ashbery y Frank O’Hara, entre otros), es decir, de una poesía llena de giros, revisión y trabajo (pese a su falsa espontaneidad), Bukowski planteaba “que un poema no se entienda no es ninguna virtud. Muchos poetas tienen vidas convencionales y su temática es limitada. Prefiero hablar con un basurero o un cocinero que con un poeta. Saben más los problemas y las alegrías de la vida cotidiana”.

De la misma forma con la que Walt Whitman, William Carlos Williams y la “generación beat” –cada uno a su forma y en su propia época– llevaron a la poesía hacia un lenguaje más natural, propio del habla y de las costumbres estadounidenses, Bukowski la empujó incluso más cerca todavía del verdadero núcleo y centro del corazón de la sociedad norteamericana.

Enfermo de leucemia, ya hospitalizado, escribió poemas como My Last winter, A Summation y Like a Dolphin. Esperó a la muerte con la misma tranquilidad con la que siempre esperaba otra cerveza. Pocos escritores fueron tan radicalmente solitarios y originales como él.

 

[A Hilda Doolittle]

29 de junio de 1961

Sheri M. me ha dicho que estás muy enferma. Eres una leyenda entre nosotros. Acabo de terminar tu último libro de poemas (Evergreen). Espero no parecer un idiota al desearte lo mejor y volver a escribirte.

Con cariño.

 

[A Henry Miller]

16 de agosto de 1965

Hoy cumplo 45 años y con esa pobre excusa me permito el lujo de escribirte, aunque me imagino que recibes tantas cartas que acabarás loco. A mí también me llegan muchas, la mayoría muy animadas, incluso con garra, pero pierden fuelle cuando escriben poesía (y me la mandan). Estoy escuchando Chopin..., sí, soy bastante carca en algunos sentidos... y dándole a la birra. Conocí a tu querido Fink y sus chistes sobre los judíos, y también su amplitud de miras. Trajo cerveza y a su mujer, lo escuché y le regalé un collage o algo que había hecho. Te pone por las nubes, pero vaya novedad, muchos lo hacemos.

Pues nada, me regaló un ejemplar del libro de Céline, ¿cómo se llamaba, Viaje al fin de la noche? La mayoría de los escritores me ponen enfermo. Sus palabras ni llegan al papel, pero Céline hizo que me avergonzara del pésimo escritor que soy, quise dejarlo todo. Un puto maestro hablándome al oído. Dios, volví a sentirme como un niño. Escuchando. No hay nadie como Céline o Dostoievski, salvo que se llame Henry Miller. Pues bien, después de sentirme mal al descubrir lo insignificante que era, leí el libro entero y me dejé llevar de la mano. Céline era un filósofo que sabía que la filosofía es inútil; un cabronazo que sabía que follar es casi una farsa; Céline era un ángel que escupía a los ojos de los ángeles y caminaba por las calles. Céline lo sabía todo; es decir, sabía todo cuanto hay que saber cuando se tienen dos brazos, dos pies, una polla, algunos años por delante, no muchos […].

Céline, Céline, dios mío, Céline. ¿Cómo es posible que haya existido un hombre así?

Otra birra.

Pues nada, como eres Céline, me gustaría que supieras que, escriba lo que escriba, he vivido lo mío: los bancos públicos, las fábricas, las cárceles; vigilé la puerta de un burdel en Fort Worth, trabajé en una fábrica de alimento para perros, cumplí la condena con el Enemigo Público N °1 (¡vaya suerte la mía!); robé y me robaron; me desangré en los hospitales; me arrejunté con todas las putas y zorras locas habidas y por haber; trabajos terribles, mujeres terribles, de todo, y casi nada aparece reflejado en mi poesía porque todavía no soy lo bastante hombre y tal vez nunca lo sea; en el último número de La Grande Ronde Review dicen que soy tosco, que mi ortografía es pésima y me asestan todo tipo de golpes bajos. No he comprado un ejemplar, no tengo agallas, me lo contaron. Emplearon cinco páginas y media para ponerme por los suelos, ¿¿significa que lo estoy consiguiendo?? […].
 

[A Lawrence Ferlinghetti]

29 de junio de 1966

[…] no quería irme por las ramas. En cuanto a Artaud, caí en la cuenta de que muchas de sus ideas son parecidas a las mías; de hecho, mientras leía la antología como si yo mismo hubiera escrito muchos de los pasajes... Idioteces, claro está, pero es uno de los pocos escritores que me hace sentir como un niño aprendiendo a escribir, y casi nunca me siento así.

No te preocupes por las reseñas en Francia, esos cabrones siempre piensan que somos unos carcas... Es una especie de estandarte que blanden hace siglos, es una caza de brujas y un conjuro de coños. Es tu mejor libro, una maza con piernas y ojos.

Mientras, me toco mis pobres huevos y tirito bajo el sol.

 

[A Jack Micheline]

2 de enero de 1968

[…] Sí, tienes razón, el mundillo poético es demasiado baboso y lo controlan impostores de tres al cuatro; la revista Poetry (Chicago), que antes era de las mejores, ahora es el territorio de poetas mediocres y timadores, pero nos vigilan, llaman a nuestra puerta, quieren vernos de cerca para saber cómo nos lo montamos. Pero no ven nada, solo un borracho en el sofá que habla como el vendedor de periódicos de la esquina.

La fama + la inmortalidad son juegos que no están hechos para nosotros. Es una suerte que no nos reconozcan por la calle, siempre y cuando la máquina de escribir siga creando cuando volvamos a sentarnos frente a ella.

Mi pequeña me quiere y eso me basta. 

 

[A John Fante]

2 de diciembre de 1979

Me gustó oír el final de tu novela por teléfono; como siempre, material de primera. Me levantó la moral saber que sigues escribiendo igual de bien que siempre. Fuiste mi principal fuente de energía y después de tantos años vuelves a serlo.

Estoy atravesando un período de sequía, cosa rara en mí. No digo que todo lo que he escrito sea excepcional, sino que nunca he dejado de hacerlo, salvo últimamente. Bueno, la otra noche escribí varios poemas, pero no es lo mismo. Le he hablado mal a Lunda e incluso le di una patada al gato. Detesto comportarme como un divo, pero si no escribo me pongo enfermo, dejo de reír y de escuchar música clásica en la radio y cuando me miro en el espejo veo a un hombre mezquino, de ojos pequeños y rostro amarillento... Demacrado, inútil, como un higo seco. Cuando se deja de escribir, ¿qué nos queda? La rutina. Movimientos mecánicos. Pensamientos huecos. No soporto la monotonía.

Escuchar a Joyce [la esposa de John Fante] leyendo el final de la novela, escuchar la llama de la pasión y el valor de Fante me ha sacado del letargo. La botella de vino está abierta y la radio encendida y voy a poner papel en la máquina de escribir y, gracias a ti, las palabras llegarán de nuevo. Llegarán gracias a Céline y Dos y Hamsun, pero sobre todo gracias a ti. No sé de dónde has sacado el talento, pero los dioses te dieron de sobra. Para mí has sido, y eres, más importante que cualquier otro hombre vivo o muerto. Tenía que decírtelo. Ahora vuelvo a sonreír un poco. Gracias, Arturo [Bandini].
 

[A Harold Norse]

21 de octubre de 1967

[…] p.d.: vaya mierda de carta..., en cuanto a Ginsberg, está claro que hace mucho que aceptó la adulación de las masas y es un error porque cuando las masas te adulan y lo aceptas, comienzan a joderte vivo. Pero Allen no lo sabe. Cree que tiene agallas de sobra para superarlo. Su barba destaca y suele salvarlo, pero es imposible escribir poesía con una barba. Apenas leo nada suyo. Su autoproclamación como DIOS y LÍDER es anodina y ambiciosa. Pero, claro, depende de Leary y Bob Dylan, quienes acaparan las noticias de portada. Son decisiones mediocres. Todo esto es más que obvio, pero nadie dice nada al respecto porque temen a Allen del mismo modo que temen (un poco más) a Creeley. Es un mundillo consumado, como si fuera una película de miedo..., quieres reírte pero el aire apesta. Creo que algo tan retorcido solo puede ser cosa de los Estados Unidos, aunque no estoy seguro. ¿Es que los europeos cagan del mismo modo? Supongo que sí, pero no con la misma constancia y certeza.

 

[A William Packard]

23 de diciembre de 1990

[…] Cuando todo va sobre ruedas no es porque hayas escogido la literatura sino porque le literatura te ha escogido. Te desborda, te sale por los oídos, por la nariz, se te mete por debajo de las uñas. Es tu única esperanza.

Una vez estaba en Atlanta, muriéndome de hambre y de frío en una casucha. El suelo estaba cubierto de periódicos. Encontré la punta de un lápiz y escribí en los bordes blancos de los periódicos con aquella punta del lápiz, sabiendo que nadie leería mis palabras. Era una enfermedad. No lo planeaba ni era parte de un movimiento literario. Era y ya está.

¿Por qué fracasamos? Tiene que ver con los tiempos que corren, con esta época. No ha habido nada en los últimos cincuenta años. Ningún avance verdadero, nada nuevo, ningún riesgo, ni un solo destello cegador.

¿Qué? ¿Quién? ¿Lowell? ¿Ese saltamontes? No me vengas con tonadillas de mierda.

Hacemos lo que podemos y no lo hacemos muy bien. 

Censurados. Atrapados. Pura pose.

Nos lo curramos demasiado. Nos esforzamos demasiado.

No te esfuerces. No te lo curres. Está ahí, Nos mira, ansioso por salir del útero encerrado. 

Ha habido demasiada dirección. Todo es libre, no tendrían que guiarnos tanto.

¿Clases de literatura? Las clases de literatura son para gente burra.

Escribir un poema es tan fácil como machacársela o beberse una cerveza. A ver, ahí va uno: 

FLUJO

madre vio el mapache,

me dijo mi mujer.

Ah, dije.

Y así estaban

las cosas

esta noche.