CULTURA
Pier Paolo Pasolini

La cosa en fuga

La editorial Mardulce publica una nueva traducción de “El sueño de una cosa”, de Pier Paolo Pasolini, el novelista, poeta, director cinematográfico y “púgil político”que encarnó la conciencia estético-crítica de un modo tan radical como tal vez no ha vuelto a verse en el mundo desde la fecha de su trágica muerte, el 2 de noviembre de 1975. Adelanto exclusivo.

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Pier Paolo Pasolini. Creador inconmensurable que cultivó con solidez y originalidad disciplinas tan disímiles como la poesía, el cine y la pintura. | Pablo Temes

Esta novela es tan iniciática como el paso más allá en la aventura artística, porque como un resorte comprime el talento entre poesía, pintura, cine, filosofía, antropología, sociología, análisis político y, casi como epifanía, la inevitable tristeza del pasado. Fue publicada en 1971 por la editorial venezolana Tiempo Nuevo y hasta esta nueva traducción, a cargo de Guillermo Piro, era una ausencia notable en la extensa obra de Pier Paolo Pasolini. El sueño de una cosa fue escrita entre 1948 y 1949, pero recién se publicó en 1962. Tal vez como huella secreta, impulsó el pasaje  del poeta al novelista con Ragazzi di vita (1955) y Una vita violenta (1959); pero también podemos especular que su contenido sentimental y biográfico reclamaba cierta distancia para la publicación, a la espera de superar el dolor por varias pérdidas.

Milo, el Nini y Eligio son tres jóvenes campesinos, pobres, pujantes, que traban una amistad tan espontánea como sólida durante los festejos de Pascuas en la región del Friuli, al oeste del río Tagliamento, entre los poblados de Ligugnana, San Giovanni y Rosa. Hablan el dialecto de la región, pero tienen incorporadas las vindicaciones partisanas, de izquierda, a la vez que nacionalistas, pero con la triste desazón económica y social luego de la Segunda Guerra Mundial: no hay futuro, o el futuro es la miseria misma. Como tantos italianos desde fines del siglo XIX (y como lo hicieron españoles, portugueses, judíos centroeuropeos), emigrar aparece como una opción salvadora. Milo viaja a Suiza, los otros dos a Yugoslavia (en una larga caminata que termina en un desastre de humillación y más hambre). En una carta, Milo narra su experiencia en el campo de sangre germana, distante, donde las costumbres y la diferencia social son tan gélidas como la imposibilidad de una vida digna. Pero son demasiado jóvenes, y esta experiencia no los disuade, tienen más que su fuerza de trabajo, aunque el proyecto de vida no existe aún, cuentan nada más que con el impulso, la voluntad por el sueño… El sueño de “esa” cosa, que por ahora queda oculta en el futuro.

La novela es lineal, progresiva en lo dramático y a la vez minuciosa en cuanto a las relaciones de la acción con los hechos más sencillos en la vida de todos los personajes utilizados como ejes. También las descripciones de Pasolini van más allá de su herramienta poética dotada de una amplia diversidad lingüística; elabora con ellas un tiempo que oscila entre la puesta en escena teatral y la cinematográfica, pero montadas en cierta particularidad plástica: a la manera de Brueghel el Viejo, cada capítulo es un fresco y un miniado, donde al margen del cuadro un movimiento gestual hace al documento perpetuo, a esa tradición en el detalle como en el pulso vital que nunca más tendrá testimonio como tal. Ya en este vuelo estético es donde aparece la nostalgia junto con la tristeza ante esa desaparición en curso, la de la belleza espontánea, simple, cálida, que entre efebos y ninfas habita en la campiña, en una especie de Paraíso sin alardes, siempre en tensión con la injusticia y la violencia. Pero en esa tradición también se anudan padres, hermanos, tíos, primos, vecinos, en una red de costumbres que van de la comida, las canciones, los chistes, las creencias religiosas, a la misma opacidad de las miradas ante la incógnita del porvenir.

Podemos pensar que la campiña del Friuli, narrada con tal detalle, es un jardín sin delicia que se consume a sí mismo en la ejecución de la vida, donde el acto social funciona como un sacrilegio inevitable, similar al amor del escritor por los personajes: esas pieles tensas remontan al tratamiento de Caravaggio, su luz que supera el realismo de una estructura compositiva, y donde resume un código de belleza que azora, deslumbra, aquieta con la mirada del espectador como rehén de lo mortuorio. Sobre esta faceta es que yace la pesadumbre de Pasolini: la muerte de su hermano Guido (ver recuadro), más joven, con todo el vitalismo pujante de una juventud anclada en la esperanza del socialismo, de la libertad, de una sociedad tan permisiva como humanitaria, marcó con crueldad tanto a él como a su madre. Guido fue víctima de una encrucijada entre partisanos garibaldistas y comunistas pro yugoslavos, con el mariscal Tito ya en desgracia ante Stalin, la que se denominó “la matanza de Porzûs”. En su convicción separatista de lo friuliano, privilegiando su visión de un pueblo por encima de toda nación, Pasolini ensaya una cruda crítica al socialismo en aquel viaje de Nino y Eligio por lo que hoy se denomina Eslovenia: a la manera kafkiana, nadie sabe cómo ni dónde conseguir la credencial para comer, o trabajar, y el universo se convierte en una espera, la espera de la nada misma del nuevo Estado tan inútil como insensible. Ese estado socialista que, en una aventura expansionista, le quitó sangre de su sangre.

Pero El sueño de una cosa encierra otra pesadilla biográfica. En 1947, ya como miembro militante del Partido Comunista Italiano (PCI), Pasolini da clases en un instituto de Valvasone. De manera sorpresiva es acusado de corrupción de menores y actos obscenos, cuestión que deriva en la expulsión del PCI por indigno moral y político; así como en un juicio que, mucho después y con la condena social consumada, desestimará las acusaciones. A consecuencia de esto pierde su empleo como profesor que, sumado al acorralamiento escandaloso, lo lleva a radicarse en Roma con su madre. Vale decir, termina su primera novela cuya secuela en lo vital lo lleva donde nacerá el cineasta.

La escena de la novela que reproducimos (ver recuadro) no solo es ejemplo del tratamiento pasoliniano de la historia, en el reclamo de los agricultores ante el hambre y el despojo de la guerra, también es una escena de Novecento, film de Bernardo Bertolucci (donde las mujeres se acuestan en la calle para detener el avance de la caballería: los caballos no pisan cuerpos). Pasolini fue asesinado el 2 de noviembre de 1975, el film se estrenó 1º de septiembre de 1976. Es más, en el tratamiento detallista de Bertolucci podemos entrever la influencia de El sueño de una cosa y del mismísimo Pasolini en persona sobre el hijo de su amigo (Attilio Bertolucci, poeta y guionista de cine). A propósito, en la edición de Palabra de corsario, del Círculo de Bellas Artes de Madrid (2005), disponible en internet, un artículo de Bernardo, titulado “Raíces profundas”, lo recuerda de cuando fue asistente en la filmación de Accattone:

“Clavaba la cámara delante de las caras, de los cuerpos, de las barracas, de los perros vagabundos a la luz de un sol que a mí me parecía enfermizo y a él le recordaba los fondos dorados: construía cada encuadre frontalmente para convertirlo en un pequeño tabernáculo de la gloria subproletaria. Durante el rodaje de su primera película, día tras día, Pasolini se descubrió inventando el cine, con la furia y la naturalidad de quien, teniendo entre sus manos un nuevo instrumento expresivo, no puede dejar de adueñarse de él totalmente…”

También inventó su estilo en la novela, incursionó con esa potencia impertinente, y como corolario, Eligio agoniza ante sus amigos, muy enfermo por trabajar en la cantera, tan joven, reducido a una mirada en el delirio del dolor. Quiere decir “esa cosa”, la del sueño imposible, y no puede, la cosa en sí se le esfuma. Toda esa potencia vital desperdiciada por el trabajo, o en el sacrificio de Guido en una masacre, nos deja un mensaje crudo, sin ambigüedades: la cosa va en fuga, como nuestras vidas.

 


 

Los días de la resolución De Gasperi *

Todos estaban en la plaza, alrededor del palacio de los condes Spilimbergo, que no eran ni los Pitotti ni los Malacart; eran un hueso duro de roer. No había nadie en casa, esos casi siempre vivían en Roma. Al principio León y los otros dirigentes esperaron con paciencia, llamando por teléfono a los granjeros de aquí y de allá, luego dieron vía libre a sus hombres. Inmediatamente los manifestantes tiraron abajo el portón y entraron en la casa, que era una mansión.

El Nini, Milio, Eligio, Jacu y los más chicos fueron a sentarse en los sillones de terciopelo. Luego, satisfechos, entraron en los sótanos, y allí le dieron al vino y las salchichas. Entre varios se llevaron sacos de azúcar y de harina, que sus viejas madres en Ligugnana o en Rosa bendijeron.

Pero he aquí que, en lo mejor, llegaron de Pordenone pelotones de policía, con un carro blindado. Los jóvenes de las Vanguardias, dentro de la mansión, de asediadores pasaron a ser asediados. Pero no había nada que hacer ese día con la fuerza del pueblo. Cuando el carro blindado tiró abajo el muro que rodeaba la mansión y entró en el jardín, llevando encima a los policías apuntando con sus armas, una mujer, luego dos, luego tres, luego cien se sentaron en el suelo, sobre el barro, bajo la densa lluvia que caía. Y allí se quedaron, acostadas, ¿y quién podía moverlas?, gritándoles a los policías:

—¡Avancen, avancen si tienen coraje, hijos de puta!

De modo que los policías, de a poco, tuvieron que volver de donde habían venido y, ya entrada la noche, llegó una llamada telefónica del administrador de los Spilimbergo diciendo que aceptaba las condiciones de los manifestantes.

El Nini y los demás estaban en el sótano de la mansión cuando llegó la noticia: “¡El administrador en Codroipo aceptó las condiciones que ya aceptaron los terratenientes!”. Jacu, que estaba borracho como una cuba, tiró hacia arriba la trenza de salchichas que se había llevado y agarró a las patadas las botellas vacías.

—¡Afuera, afuera, compañeros! –gritaba Susanna–. ¡Hemos ganado!

Ya estaba oscuro, y se veían las sombras de los policías y de los soldados derrotados más allá de los arcos de las puertas. Ya gran parte de la multitud había abandonado el jardín para volcarse a la plaza, llenándola de clamores, gritos y cantos. Aquí y allá comenzaron a prenderse las luces de las ventanas de las casas, no en la plaza, sino en los alrededores, en las afueras, detrás de la zanja. Todos se llamaban y se saludaban alegremente.

En un rincón, Honorino, siempre con su bandera, estaba montado en su bicicleta, sobre el barro que resplandecía, junto a los otros de San Giovanni.

—¡Mañana le toca a San Giovanni! –dijo el Nini, saludando a Eligio y sus amigos.

—¡Mañana –gritó, torvo, Jacu–, les vamos a hacer ver a esos señores quiénes somos! n

Fragmento de El sueño de una cosa (Mardulce). Los días de la resolución De Gasperi era uno de los títulos que PPP evaluó para esta novela, y se refiere a la medida de pacificación entre terratenientes y agricultores emitida por el presidente del Consejo, Alcide De Gasperi, en marzo de 1946.

 

Guido Pasolini, partisano *

El asunto se puede contar en dos palabras: mi madre, mi hermano y yo habíamos dejado Bolonia para refugiarnos en el Friuli, en Casarsa. Mi hermano seguía estudiando en Pordenone: cursaba el bachillerato científico, tenía diecinueve años. Enseguida se unió a la Resistencia. Yo, un poco mayor que él, le había inculcado el más encendido antifascismo con la pasión de los catecúmenos, pues yo mismo era casi un niño y apenas hacía dos años que había descubierto que el mundo en el que había crecido sin ninguna perspectiva era ridículo y absurdo. Unos amigos comunistas de Pordenone (yo aún no había leído a Marx y era liberal, cercano al Partido de Acción) convencieron a Guido de la importancia de la lucha activa. Tras unos meses se echó al monte, donde se combatía.

Como usted sabe, la Venezia Giulia se encuentra en la frontera entre Italia y Yugoslavia. En aquella época, Yugoslavia trataba de anexionarse todo aquel territorio y no solo el que en realidad le correspondía. A pesar de estar inscripto en el Partido de Acción, a pesar de ser íntimamente socialista (no hay duda de que hoy estaría a mi lado), mi hermano no podía aceptar que un territorio italiano, como es el Friuli, pudiera estar en el punto de mira del nacionalismo yugoslavo. Se opuso y luchó.

Murió de una manera que cuento con el corazón partido: aquel día habría incluso podido salvarse, pues murió por acudir en ayuda de su comandante y de sus compañeros. Creo que ningún comunista pueda criticar la conducta del partisano Guido Pasolini.

 Respuesta en cartas de lectores del periódico comunista Vie Nuove, 15/09/1971.

 

Carta a Luciano Serra *

Versuta, 21 de agosto de 1945

Te digo, Luciano, que ha elegido la muerte, que se la ha buscado desde el primer día de nuestra esclavitud. El 10 de septiembre del 43 ya habían arriesgado su vida varias veces, él y un amigo, robándoles armas a los alemanes en el campo de aviación de Casarsa; y así todo el otoño del 44. Renato perdió una mano y un ojo en una de esas arriesgadas empresas; pero no desistieron y toda la primavera estuvieron distribuyendo panfletos por las noches, tras el toque de queda, haciendo pintadas (en una casa en ruinas de Casarsa se lee aún con su letra: “Se acerca la hora”). Recordarás nuestra detención, cuando me acusaron de esa propaganda: había sido él. Desde aquellos días la vigilancia fue continua y exasperante.

Muchas veces íbamos a dormir a Versuta; Guido ya tenía tomada la decisión de irse a las montañas y a últimos de mayo del 44 se fue, sin que se pudiese convencerlo de que se quedara escondido en Versuta, como estuve yo un año. Yo le ayudé a marcharse una mañana. Compramos un billete para Bolonia y le dijimos a todo el mundo que iba allí. Eran los días de mayor terror y más estrecha vigilancia. Nos dimos un beso de despedida en un campo tras la estación; fue la última vez que lo vi. Fue a Spilimbergo, y llegó por fin a Pielungo, incorporándose a la división Osoppo. Entonces empezaron sus hazañas, que no conozco bien. Sus cartas eran escasas y oscuras.

En ese tiempo, en los Alpes de Carnia, los patriotas eran pocos; en la sección de Guido eran seis o siete y tenían que fingir que eran una compañía con furiosas, increíbles marchas por los montes. En septiembre mi madre fue a verlo; estaba en Savorgnano del Torre, por encima de Tricesimo. Estaba bien, los partisanos bien organizados y la moral altísima. Luego vino la ofensiva de octubre y noviembre de las brigadas negras y los alemanes; ofensiva memorable, que los friulanos no olvidarán. En aquella confusión Guido debió pasar momentos tremendos; quedan atestiguados en una larga carta que me escribió. Los partisanos se reorganizaron, Guido se encuentra en Musi con su amigo Roberto d’Orlandi, “Gino” y “Eneas”. Su mayor hazaña es de este período (en enero de 1945); “Gino”, su comandante, me rogó que si escribía sobre Guido no ahorrase los adjetivos más extraordinarios.

El lo vio en acción, y te repito lo que me dijo, sin poder reproducir su admiración y emoción. Guido y Roberto se enfrentaron solos a un centenar de cosacos que habían ido a rastrear Musi; les disparaban retirándose monte arriba, con calma y frialdad de veteranos, aunque no eran más que chicos de diecinueve años; y aunque llegaron casi al cuerpo a cuerpo no perdieron la cabeza un instante y resistieron hasta que se retiraron los cosacos. Un mes después, el 7 de febrero, Guido estaba muerto…

*Pier Paolo Pasolini