CULTURA

La dékada pensada

La publicación de ensayos de distinta raigambre, que sopesan los alcances y fracasos de la última década, se ofrece como una oportunidad inmejorable para juzgar con argumentos un presente desbocado en el que la realidad no es lo que cuenta, sino sus improbables interpretaciones.

Novedad. De reciente aparición, el libro compila ensayos de diferente calibre.
| Dibujo: Pablo Temes / Cedoc

Cuáles son las ideas de estos casi 12 años (2003-2015) de gobierno de Néstor Kirchner y Cristina Fernández? Si el Estado es el centro hacia el cual fluye la libido en la Argentina, cabe preguntarse por esa matriz. Poder y deseo es un tándem que suele leerse en los ensayos políticos. Quizá por eso los libros de investigación periodística (o de no ficción), incluso los instant books más seriados, suelen funcionar bien comercialmente en este país. Aquí el Estado es el mayor productor de ficciones y los funcionarios públicos son los personajes ejecutores de ideas, ideologías o encarnaciones poéticas. Aquí el Estado y sus tentáculos diversificados (ministerios varios, CGT, partidos políticos) son portavoces del deseo.    

El reciente libro ¿Década ganada? (Debate), de Carlos Gervasoni y Enrique Peruzzotti (compiladores), nos permite hacer ese balance desde una distancia aún no tan macerada pero al filo del fin de ciclo a partir de un conjunto de artículos valiosos que los politólogos antologaron en un volumen con voces plurales (liberales, marxistas, socialdemócratas) y ejes claros: democracia, libertades, economía, política exterior y el kirchnerismo como productor y objeto de interpretaciones. Se celebra, entonces, aún con el proceso sin terminar, el equilibrio y la lejanía de la mayoría de los textos de la divisoria de aguas. En gran medida todos los artículos que componen ¿Década ganada? se pueden vertebrar a partir del texto de Peruzzotti donde contrapone las teorías políticas de Ernesto Laclau y Guillermo O’Donnell. Por un lado, la propuesta de un “populismo a medias” que no llegó a la partición total en campos antagónicos a partir del significante “pueblo” y en detrimento de una política “inocua” en el marco del juego institucional. Ese populismo que se cristaliza en la figura del líder que encarna las demandas insatisfechas del pueblo es lo que Laclau considera que se llevó a cabo efectivamente en Venezuela (Chávez) y Ecuador (Correa) pero parcialmente en Argentina (los Kirchner), donde se mantuvo cierta formalidad institucional y hubo mayores resistencias y contrapoderes. La otra variante, opuesta a la mirada laclauniana, será la de O’Donnell, que caracteriza al kirchnerismo como una “democracia delegativa” que atenta contra la salud institucional. Este “hiperpresidencialismo” que construye líderes que se consideran el “salvador de la patria” y cuya acción se da en el marco de una “gesta patriótica” es lo que ve peligroso el politólogo. De todos modos, marca Peruzzotti, el kirchnerismo nunca devino un verdadero populismo en sentido estricto (para la visión radical de Laclau) ni tampoco supuso la superación de la democracia delegativa que era la preocupación de O’Donnell. Ese medio camino entre el populismo y el institucionalismo es precisamente lo que dota de grises y complejidades al proceso.

Con la misma vocación de pensar el ciclo político pero en otras direcciones podemos sumar ensayos más literarios y menos académicos, pero conceptuosos, densos y que tocan diferentes teclas respecto de la reflexión sobre el kirchneris-mo. Aquí no interesan las seudocategorías simplistas o reduccionistas (K/anti K) que sólo entretienen a la hinchada en busca de su camiseta favorita. Todo intelectual de fuste sobrevuela y pinta con el color gris, no hace alharaca de su posición en el mapa aunque reclama un punto de vista para afirmar su política, así se asuma como libre u orgánico. En este corpus, varios ensayos son destacables, a saber: Kirchnerismo: una controversia cultural (2011) de Horacio González, La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010 (2010) de Beatriz Sarlo, La lechuza y el caracol (2012) de Tomás Abraham, El malestar de la política (2012) de Juan José Sebreli, Historia y pasión de José Pablo Feinmann y Horacio González (2012) y Orden y progresismo (2014) de Martín Rodríguez.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Los ensayos más notables oscilan en diversas formas de acercamiento, sea desde el prisma ideológico, social, sea desde el caldero de la herencia peronista, a través de los medios, las celebrities y el aparato de prensa oficial, o desde las figuras que los constituyen (Néstor y Cristina). No resulta un equívoco que en un país donde el rizoma deleuziano no parece gozar de mucho arraigo en favor del falo arborescente de los grandes líderes, caudillos, capangas, barones o porongas, pensar las figuras que encarnan tradiciones sea la estrategia de la mayoría de los ensayos sobre el kirchnerismo. Lo que se balancea en la mayoría de los textos es la necesidad de colocar categorías o ideas de lo nuevo: ponerlo en palabras. Resulta indudable que el kirchnerismo irrumpe como lo nuevo que logra contener figuras que se repelen (desde izquierda a derecha), en ese caso, los ensayistas reconocen esa tensión que ya está en las claves agonales argentinas del siglo XX (Yrigoyen, Perón, Menem, Kirchner). Sea desde intelectuales no kirchneristas (Sebreli, Sarlo, Abraham), como desde aquellos que adscriben –o adscribieron– a la causa (González, Forster, Feinmann), existe algo común en la necesidad de determinar las características desde esta etapa que se cierra. Algunos intelectuales modulan sus críticas por esta retirada, otros, precisamente por lo mismo, elevan su mirada ácida.

Los ensayos que piensan al kirchnerismo, en rigor, piensan algo mayor: el poder en Argentina. Qué mejor forma de descular esa maquinaria electoral y de retención de voluntades que radiografiar este ciclo político. Así es que para Sebreli se trata de neopopulismo latinoamericano mientras que para González de un rebrote de filamentos libertarios al interior de cada tradición política (no sólo la peronista). En ese sentido, para González, el kirchnerismo permitió repensar la libertad al interior de las instituciones, mientras que para Sarlo, por el contrario, obturó su expresión por su antiinstitucionalismo y para Abraham se instituyó como estafa moral a partir de la victimología y de la apropiación de los discursos de las organizaciones de derechos humanos.
Si el poder en Argentina pasa por estamentos ineludibles (barones del Conurbano, sindicalismo y medios de comunicación), entonces los ensayistas piensan esta tríada con rigor e inteligencia. No es fácil avanzar hacia lo que aún se está cocinando, así sean las últimas frituras del ágape. Lo que no tiene el radicalismo por su moralismo krausista, aparece en las pulsiones filoperonistas (Menem o Néstor). Si bien el ensayismo nacional aún es susceptible de ser pensado a partir de la dicotomía de tradiciones que chocan (liberal-republicana o nacional-popular), lo mejor es sobrevolar por ese entramado para permitir un mestizaje.

En Kirchnerismo: una controversia cultural, Horacio González critica la falsa dicotomía que dirá que el peronismo abraza un poder pulsional, mientras que el radicalismo hace del cumplimiento de las reglas institucionales su norte inclaudicable. Esa visión hedónica del poder se chocaría de bruces contra la burocracia normativa. Es cierto, dice González, el peronismo acepta y activa subculturas populares con mayor vigor, lo constituyen sus hábitos, relaciones y arraigos locales, su relación con el cine, la pintura, la poesía, el arte en general. Toda una cultura plebeya antes que un partido o incluso un movimiento, esa identidad porosa, señala el director de la Biblioteca Nacional, hace posible un peronismo neoliberal (Menem) o un peronismo neopopulista (Kirchner). Pero el peronismo fue frentista desde sus comienzos, no es para asombrarse por la sumatoria de almas anarquistas, socialistas, conservadoras, liberales o radicales al nido de Juan Domingo. Dirá González que el kirchnerismo surge dentro del peronismo pero no como operador de la ortodoxia ni custodio de los rituales pasados –en ese sentido es similar al menemismo–. Ese impulso transversal, como lo llamó Néstor, apelaba a la adición de voluntades populares diversas. No es posible el kirchnerismo sin el sustrato peronista pero tampoco se reduce a él.

En Historia y pasión, el libro de diálogos de José Pablo Feinmann con Horacio González, se marca en reiterados pasajes esa tensión entre un peronismo burocrático y un peronismo libertario. Precisamente, González vuelve con su idea de reconstituir ese hálito libertario dentro del peronismo, es decir, reactivar esa tensión entre libertad y autoridad. El opuesto radical a la visión de González se da en Juan José Sebreli que en El malestar de la política define al kirchnerismo como un neopopulismo latinoamericano que toma elementos del bonapartismo (categoría marxista), la exaltación del alma nacional y que rechaza la democracia como idea cosmopolita y extranjerizante. De esa relación entre el líder y la masa emergerá el emocionalismo que dicta que el peronismo es un sentimiento. Para Sebreli el kirchnerismo se ancla y dialoga no sólo con los regímenes populistas de la región (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua) sino también con los partidos populistas de derecha europeos. Sea de izquierda o derecha, para Sebreli el neopopulismo del siglo XXI se apoya en cuatro claves: el movimientismo (no la lógica de partidos), los líderes autoritarios, la manipulación de las masas y una economía de mercado interno antiexportadora e inflacionaria. Autoritarismo light, así define Sebreli al kirchnerismo. Acentuado por el culto a la personalidad, la propaganda continua (de 6,7,8 a Fútbol para Todos y al abuso de cadenas nacionales), la retórica hermética de Laclau y el llamado “relato”, el kirchnerismo se consolidó sobre las ruinas de 2001.

En el caso de Beatriz Sarlo, su visión en La audacia y el cálculo parte de la idea de que no hay políticos sin medios ni redes sociales, por lo tanto, la emergencia de lo que llama “celebrityland” será el terreno fértil  para la aparición pública de sus discursos y cuerpos. El populismo, dice Sarlo, se alimenta de la partición, no de la unidad. Logra pasar de la categoría anodina de “gente” para reinstalar la idea de “pueblo” como vector de lo nuevo. Ser progresista e institucionalista es contradictorio para el kirchnerismo, dice la ensayista. La gran virtud de Kirchner, para Sarlo, fue percatarse del lugar vacío dejado por el Frepaso, ese casillero vacante del progresismo le permite al peronismo moldearse y salirse de la centroderecha que asumió en la década del 90. Esa plasticidad del peronismo (neoliberal con Menem, neopopulista con Kirchner y Cristina) parte de la doctrina pragmática y de la conducción política del propio Perón. Dice Sarlo: Kirchner fue antiliberal no en términos económicos sino ideológicos, frente a políticos tecnocráticos (como Cavallo o Terragno) el kirchnerismo dotó a la política del vitalismo del conflicto, frente a la desideologización de la “gestión” de Macri, impuso sus arrestos autoritarios, su intolerancia, su control. Señala la escritora: la gestión sin política es naif. En ese sentido, desde la oposición Carrió lográ exhibir esa tensión entre dos discursos en pugna: la denuncia a la “mafia” y el país tocando el límite de lo tolerable. La confrontación “carrioísta” reintroduce el dramatismo, lo agonal, pero desde el diagnóstico severo y angélico del contrato moral. Lo chamánico y el carisma, la desmesura y lo mesiánico atraviesan el cuerpo de la dirigente, dice Sarlo.

Si en los textos de Tomás Abraham y de Martín Rodríguez prevalecen las grageas de pensamiento, chispazos de lucidez, irreverencia y ocurrencia (populista fino, antikirchnerismo menemoide, Tinelli con derechos humanos, sciolismo o barbarie), es decir, un pensamiento del fragmento, en González, Sebreli y Sarlo se busca cierta totalidad en su reflexión sobre el kirchnerismo desde diferentes tradiciones o apelando a analíticas que van desde la semiótica a la sociología, pasando por la crítica literaria o la ciencia política. En Orden y progresismo, Rodríguez hace gala de su don poético con una prosa deleitable y apuestas fuertes (que siempre se agradecen) en torno al kirchnerismo como producto fiable de la clase media urbana, aunque parte de ella no lo vote. Rodríguez habla de valores para hablar de política. Así es como afirma que el duhaldismo fue el GOU de Kirchner o que Menem merece un busto en la Casa Rosada (“democratizó el consumo”, ganó en elecciones limpias, pacificó el país). La prosa de Martín brilla en materia política por su lámina poética.

Desde el debate entre Sarmiento y Alberdi el ensayo fue la expresión del hacer filosofía desde Argentina. La urgencia, lo despectivo, cierto ultraje, el concepto macerado con la estética y la literatura o la toma de posiciones crujientes son algunas de sus marcas. Pensar al calor, pensar rápido –como escribió Abraham– es producir una ontología del presente. En la Argentina suele pensarse con celeridad, pasionalidad y desde modos beligerantes. ¿Será una marca local? Tal vez impacte sobre nosotros esta bellísima y certera frase de Martín Rodríguez: “Yo soy lo que hice con lo que el Estado hizo de mí”.