Una de las potestades que distinguen al artista genuino, cuando la materia sensible de su oficio consigue expresarse en acciones que denotan pensamiento, es la vocación de nadar a contracorriente, dislocando santo y seña para devenir otro(s) en una metamorfosis permanente: testigo fugaz del instante del movimiento.
Las obras pictórica y textual de Luis Felipe Noé (1933) ocupan uno de los lugares más sólidos y vigentes del arte latinoamericano, como lo demuestra la inminente reedición de su Antiestética, obra que cumple 50 años de publicada y que abre sus páginas con un epígrafe de un joven e iracundo Vargas Llosa: “Mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor”.
Acorde con el espíritu de esa obra, saldrán a la luz también dos tomos publicados por El Ateneo titulados Mi viaje y Cuaderno de bitácora, en donde se consignan textos de y sobre Noé, así como imágenes y fotografías con lo más destacado de su trayectoria. En ocasión de la salida de estos tomos, PERFIL dialogó con el artista.
—Recientemente, en una charla sobre arte argentino donde estuvo con Eduardo Stupía, hizo algo que me pareció consecuente con su obra, que fue la negativa como afirmación, es decir, negarse a responder por cuestiones que lo osifican en vida o lo vuelven una suerte de imagen histórica de usted mismo, lo que resulta no sólo higiénico en términos intelectuales sino también decanta su material combustible.
—No, lo que pasa es que no me gusta quedar encasillado; no soy un militante del no, me interesa el sí. Me resisto a la tontería, lugares comunes y prejuicios, para lo cual la negativa es una resistencia. En esa ocasión se me preguntó por la valoración que había tenido nuestro grupo (Nueva Figuración) en los años sesenta, y yo me resisto a eso porque no puedo hablar. Yo fui protagonista junto con De la Vega, Macció y Deira. Por otra parte, estoy cansado de ese acercamiento. Yo sigo viviendo, eso sucedió hace mucho y no quiero ser la viuda de un pintor de los 60. Un vicio de los críticos es que ubican a la gente por el punto de partida y todo lo posterior se olvida, de tal manera que muchos textos sobre el arte argentino y latinoamericano en general terminan siendo guías telefónicas con números equivocados.
—¿No es un poco la condena del éxito, resignarse a ser malinterpretado?
—¿Qué es el éxito, lo que tuviste cuando eras joven y después ni te miran? A la gente no le gusta que la desconcierten y a mí me gusta desconcertar.
—¿Cómo se siente a cincuenta años de la publicación de tu “Antiestética”, que acompaña también la publicación de dos tomos sobre su obra en general?
—De lo que yo hablo en ese libro es de la estética creativa contra la estética establecida, porque no creo en las normas estéticas. Al respecto de los tomos que vendrán contenidos en una caja, el primero se llama Mi viaje y el segundo es Cuaderno de bitácora; el primero es ante todo un libro de imágenes, dividido en períodos donde explico parte de mi trayectoria. Es una obra bilingüe. El segundo es una suerte de testimonio e inventario, diagramado como una revista y con fotografías de vida; la Antiestética será publicada por De la Flor en noviembre.
—¿Cuál es su relación con la palabra escrita y la escritura de ensayos sobre arte?
—Te respondo con mi frase logotipo: cuando pienso en el mundo pinto, cuando pienso en la pintura escribo. Yo he sido periodista, antes de que naciera mi padre ya había publicado dos antologías de la poesía argentina, aunque a mí de chico lo que más me atrajo fueron las figuritas, toda clase de imágenes, de la publicidad, de las historietas y la pintura que me apasionaba. La imagen ha sido mi centro magnético y he reflexionado sobre ella. Creo que en el mundo invadido de imágenes se ha hecho difícil la elaboración de un imago mundi, como fue la función del arte en el renacimiento, en el barroco y aún en el siglo XX. Los artistas de hoy están muy desconcertados, se ha producido un ciclo desde el romanticismo hasta el arte conceptual que comparo con el striptease: la pintura o la diosa desnuda, que se ha ido despojando de sus atributos en función de otras artes y tecnologías. Creo sin embargo que la pintura sigue teniendo una función, que es la de proveer una imagen compleja del mundo. El artista no debe huir de la responsabilidad. A mí me interesa asumir ese desafío: tener un imago mundi de la complejidad.
—¿Qué papel ha jugado en su proceso creativo la destrucción, la ruina, el despojo?
—La destrucción por la destrucción misma no me interesa. Lo que hay que destruir no es obra ni objetos, sino las imbecilidades, los prejuicios, los conceptos mal habidos.
—¿Fue decisiva su experiencia en el extranjero?
—Una palabra que llegué a definir de muy joven es la palabra nostalgia, que es una distancia consigo mismo. No tengo nostalgia del pasado, salvo de algunas personas, puesto que estoy proyectado hacia el presente