CULTURA
entre el ojo y el oido

La expresión musical de las formas

Con una selección de pinturas provenientes de diez colecciones distintas, el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires presenta la fantástica obra de Kazuya Sakai, un artista argentino de familia japonesa absolutamente fuera de serie. La exposición tiende un puente entre nuestra tierra y el Oriente. Galería de fotos

Conjuncion. Si bien sus primeras obras destacan por la abstracción geométrica, a la postre su obra será una experiencia musical.
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Las relaciones entre la música y la pintura siempre fueron muy intensas a lo largo de la historia del arte, aunque no del mismo modo. Un recorrido posible es el que une a las disciplinas bajo el concepto de “estilo”: el barroco, el renacimiento, etc. Darse al mismo tiempo, corresponderse temporalmente, pasar de un modo de ejecución a otro son maneras de vincularse, pero no las únicas. Para Leonardo da Vinci, una viene después de la otra: “El ojo es el medio principal por el que la inteligencia puede apreciar las obras de la naturaleza de la manera más profunda; el segundo es el oído, el cual, escuchando las cosas que el ojo ha visto, adquiere dignidad”. Escuchar es refrendar las visiones primarias. En el siglo XX, Vasili Kandinsky pensó esta relación y reflexionó sobre la forma en que las artes “aprenden unas de otras”. Música y pintura no sólo fueron producidas juntas, sino que entablaron mecanismos de apropiación que son bien interesantes porque discurren por canales sensoriales distintos: el oído y la vista. Al tiempo que la dimensión que ocupan también difiere: la música se da en el tiempo, mientras que la pintura se contiene visualmente en el espacio. La primera es un arte temporal, de movimiento que articula un lenguaje discursivo. Necesita del sintagma, mientras que a la pintura le alcanza con el instante que ofrece la imagen. Sin embargo, todas estas distinciones teóricas no fueron suficientes para que Kazuya Sakai decidiera “pintar la música”. Para hacerlo, el pintor que había nacido en 1927 en Buenos Aires pero que hizo toda su educación en Japón recorrió un intenso camino. En 1951 volvió a la Argentina y desde su lugar en la Embajada de Japón comenzó una intensa actividad de intercambio cultural entre los dos países con traducciones directas de una lengua a otra de textos literarios. “Un traductor solitario que vale por cien”, así lo llamó Octavio Paz, con quien compartió la redacción de la revista Plural, entre 1972 y 1979, durante la estadía en México. El crítico Juan Acha también hace coincidir este viaje con el cambio en su producción, pasando del informalismo a la pura geometría. Porque Sakai comenzó a exponer en la década del 50, muy vinculado con el arte concreto, y luego formó el Grupo de los Cinco Independientes. Pero el viaje a Estados Unidos y el contacto con la vanguardia artística, sobre todo con John Cage, son puntos de inflexión que se dejan ver en sus obras. En la selección, curada por Rodrigo Alonso, hay una fuerte impronta del deseo de hacer música con sus trazos ondulados y sus colores vibrantes. No sólo en los títulos que hacen referencia a la música y sus realizadores, sino también a la manera de componer el cuadro: desplazarlo en el espacio, como si fuera un pentagrama. Colores que vibran y le dan la tonalidad que se confunde entre lo que se ve y lo que se podría oír. Una “traducción” de la escala de sonidos a los tonos del color. Pintar como quien escribe una partitura y ensaya, como en el jazz, las variaciones sobre una misma línea melódica. Como si la música tuviera un color que pudiera ser visto y la pintura dilatara el instante y se extendiera ocupando una línea en el tiempo que se “escucha” en el espacio.