Tal vez la importancia de la ciencia ficción en las obras sobre Malvinas se entienda con estas ideas de Carlos Gamerro: “Hasta los 80 la imaginación tecnológica existe en nuestra literatura arrinconada en la ciencia ficción. A partir de los 80 empieza a infiltrar la literatura realista, y la noción misma de una literatura realista-atecnológica es un anacronismo. Ciencia ficción, literatura fantástica y realismo empiezan a fundirse”. El punto de quiebre es la guerra de Malvinas, “que nos hizo conscientes de que pertenecíamos al tercer mundo, y que la brecha, en los 70 vista sobre todo como económica y política, era, además, tecnológica.” Malvinas marcaría entonces “la irrupción de la imaginación tecnológica en nuestra vida cotidiana”. “Toda aplastante exhibición de superioridad genera el deseo, por parte del aplastado, de poseer alguno de los atributos del aplastador.” La implantación de la tecnología en la vida cotidiana, dice Gamerro, ocurre en los 90, con la ilusión “de que con ella entrábamos al primer mundo”. Pero diez años antes había aparecido en la cultura “la imaginación tecnológica, que en nosotros surge no como reflejo de la realidad, sino del deseo, del deseo profundo de ser tecnológicos”, implantado en 1982. Se sabe: el género ciencia ficción es hijo de la revolución industrial y la industria editorial norteamericana. En la Argentina aparece casi siempre reformulado con productiva libertad. Tal vez porque, como dice Gamerro, no sea la realidad argentina la que lo impulsa sino el deseo, “un deseo perverso y fetichista, nacido como respuesta a la violencia tecnológica. La tecnología con sangre entra”. Con sangre, al menos, entró a nuestra literatura.