“Es un perro negro de pelo corto, de tamaño moderado, sin nada particularmente notable en su apariencia real” (…) “Sin embargo, hay dos señales por las que se lo conoce: los hombres lo han visto ladrar, pero no han oído ningún sonido; y no deja huella en el polvo del verano o la nieve del invierno”. Estas líneas pertenecen al relato El perro negro, publicado en The Connecticut Quarterly durante el invierno de 1898, lo firmaba un tal FS. La publicación plasma la leyenda por la cual ver al perro negro por primera vez resulta en alegría, la segunda es una advertencia, mientras que la tercera es un presagio de muerte. El recurso: dos geólogos exploran un pico de Hanging Hill, FS y Marshall, quien trabajó para el Servicio Geológico de Estados Unidos. Avistan al can; Marshall, para el que era su tercera vez, muere por el desprendimiento de las rocas. En una nota final, el lector toma conocimiento de que FS, el misterioso narrador, tiempo después también fue víctima de un tercer encuentro con el animal.
Este detalle de forma, entre el anonimato, la crónica realista y la fantasía popular, instaló la leyenda en la región casi al nivel de un mito. Los visitantes al parque nacional que implica Hanging Hill saben del perro negro y que durante más de 120 años se adjudicó varios decesos. Esto lo destaca el profesor y escritor Erik Ofgang, quien, en un reciente artículo publicado en Connecticut Magazine, subraya algunas raíces históricas del espectro animal: “El folclore británico habla del Black Shuck, un sabueso fantasmal que no deja huellas y cuya aparición a menudo presagia la muerte. En la mitología galesa, los perros de Annwn también son precursores de la muerte y, según algunos relatos, solo los perros negros terrestres pueden verlos. A nivel local, estaba la historia del zorro negro del río Salmon, un afluente del río Connecticut que fluye a través de Colchester y las ciudades circundantes. Este zorro no podía ser asesinado pero engañaba a los cazadores, quienes lo perseguían obsesionados hasta encontrar la muerte”.
Tiempo y ficción intercambian otro tipo de trampas, algunas biográficas, otras que afloran en ideas y razonamientos sobre lo real. Es aquí donde aparece la identidad del autor del relato, FS: William Harry Chichele Pynchon, geólogo de Nueva York, abuelo de Thomas Pynchon, el novelista americano cuya característica más llamativa en el siglo de la tecnología consagrada es ser invisible, lo que deja a los lectores con lo más importante, su obra. En su artículo, Ofgang aclara que el abuelo murió en 1910 de neumonía, joven, sí, al punto que el padre de Thomas, más tarde ingeniero, tan solo tenía 3 años. El cuento, su recurso anónimo para atravesar las épocas y seguir vigente, es más que un legado para el escritor, también es su forma de vida así como la materia de una novela que comenzó a escribir en 1975 y publicó 22 años después con el título de otro dúo, Mason & Dixon (publicada en nuestra lengua por Tusquets, 2000).
Es aquí donde la grieta que divide a la sociedad norteamericana toma estado de viaje temporal que atraviesa la historia, con un guiño de sagaz ironía. En la novela, los topógrafos ingleses Charles Mason y Jeremiah Dixon deben resolver la disputa fronteriza entre William Penn y Lord Baltimore, entre 1763 y 1767. En sí, la línea que trazan queda nula por la Guerra de la Independencia pero, décadas después, será la tangible divisoria frente a la esclavitud que deriva en la Guerra de Secesión. En la aventura de los personajes, el capitán Zhang, chino, señala al respecto: “Nada producirá una mala historia de forma más directa (...) que trazar una línea (...) en medio de un pueblo”, esto conducirá a la “guerra y la devastación”. Los estudios académicos encuentran que tal límite, perpendicular al océano Atlántico, también fue el vector de fuerza para el imperio americano: ir por el Oeste, la tierra prometida del progreso, sin importar las consecuencias, incluyendo genocidios contra la naturaleza y aquellos no hombres, como bisontes, negros, indios…
Para señalar esta otra línea tenebrosa, a las treinta páginas de Mason & Dixon aparece un personaje fantástico, también entrañable, que el lector asume como verosímil: el perro hablador inglés, “terrier de Norfolk”. Perro sabio, no es repetidor como loro, razona, pero desde la condición de la supervivencia: “Al notar que, entre los hombres, ningún delito era tan aborrecible como comer la carne de otro ser humano, el perro aprendió enseguida a actuar de la manera más humana posible…”. De allí el habla y lograr “suficiente misericordia para que nos permitáis vivir un día más”.