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La resurrección de Jesús

En Jesús. Una biografía , el historiador Armand Puig reafirma el perfil humano del galileo y su prédica del amor como método de convivencia pacífica. En Tras la huella de Cristo , Kathy Reichs adhiere a las actuales teorías conspirativas en un thriller con asesinatos y robos, además de sugerir que el nazareno sobrevivió a la crucifixión y murió muchos años después. Dos fragmentos imperdibles.

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Cristo polmico. El de Mel Gibson, ltimo de los calvarios filmados en Hollywood. | Cedoc

Una biografía rigurosa

¿Cómo escribir la historia de Jesús de Nazareth? ¿Hasta qué punto podemos situarnos en la Galilea del siglo I con garantías suficientes en cuanto a los resultados finales? ¿Se puede escribir un libro sobre un personaje que no fue un líder político ni un general victorioso ni un pensador admirado ni un dirigente religioso reconocido por Israel, su propio pueblo? A pesar de todo, después de su muerte, su memoria perduró y aumentó hasta tal punto de que la historia del mundo no puede escribirse sin él.

Esbozar el perfil del fundador del cristianismo es tarea que muchos han acometido. La inició Marcos, el autor del primer relato sobre Jesús, al que le siguieron Mateo, Lucas y Juan, y otros textos posteriores conocidos como evangelios aunque no aceptados como escritos canónicos a la par de aquellos cuatro (...). La historia de Occidente manifiesta, en sus múltiples expresiones artísticas y literarias, un interés sostenido por la interpretación de la figura del profeta galileo, capaz de suscitar reacciones contrapuestas y despertar la creatividad del espíritu humano (...).

La historia se ha encargado de mostrar que la memoria de Jesús, un profeta y rabino judío del siglo I, no ha dejado de crecer en los últimos dos mil años, y que, especialmente en el siglo XX, se ha extendido por toda la Tierra. De hecho, desde el primer momento, los que se han proclamado seguidores suyos y han visto en él al hijo de Dios no se han identificado con una etnia, una cultura o una lengua, sino que han intentado introducir su mensaje en múltiples y variados sistemas de vida.

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El cristianismo guarda la memoria de Jesús, el Cristo, continúa su obra y propone a su persona como punto de referencia fundamental de la existencia. El proyecto de Jesús, su visión sobre Dios y la humanidad, sobre el presente y el futuro, sobre la vida y la muerte, ha sostenido y sostiene muchos caminos y esperanzas, del mismo modo que es un apoyo ante contratiempos y adversidades. Se pueden hacer infinidad de preguntas a Jesús y sobre Jesús, pero quien se aproxima a su persona y a su mensaje recibe no sólo respuestas, sino también preguntas que lo interpelan.

Contemplando ahora el conjunto de la vida de Jesús, emerge su muerte en la cruz como la piedra del escándalo, como el elemento más difícil de digerir. ¿Acaso no es su muerte, en última instancia, una agresión injustificada e injusta? ¿Por qué la salvación de la humanidad tenía que pasar por la muerte del enviado de Dios? Por otra parte, ¿por qué un sufrimiento casi excesivo como el suplicio de la crucifixión tenía que culminar aquella vida, tanto en lo que respecta a Dios, que así lo quiso, como en lo que respecta al mismo Jesús, que libremente lo aceptó? ¿Por qué un inocente tenía que morir como un culpable? ¿Por qué el hijo de Dios terminó colgado en una cruz acusado de blasfemo, sometido a un castigo que, según la ley judía, era precisamente propio de los que Dios rechaza?

La respuesta a estas preguntas no es ajena al dolor del mundo y de los hombres y las mujeres que lo habitan, ajena al sufrimiento de tantos inocentes con los que se identifica Jesús y con los que comparte su suerte. La vida de Jesús reproduce la vida de todos y cada uno de los hombres y las mujeres que han vivido y vivirán en esta Tierra. Su humanidad resulta conocida, familiar, próxima. Sus sentimientos no están por encima de los sentimientos humanos, sino que los penetran en profundidad. Para Jesús, lo humano no es extraño o forastero, tampoco la pasión o la muerte, el desprecio y la injusticia.

Jesús se ha identificado de modo especial con los pobres y los pequeños, los ignorados y los sencillos, los enfermos y los niños, todos los que permanecen en los márgenes de los centros de poder y de las grandes deciciones. Durante su vida ha recogido muchos gritos y súplicas que le llegaban de gente desconocida, anónima, que se refugiaban en él como en la última, la única esperanza a la que podían aspirar. Jesús se ha erigido en defensor de los débiles, no ha esquivado la compañía de los pecadores –los marginados religiosos de su tiempo– y ha criticado enérgicamente una religiosidad autocomplaciente y satisfecha de sí misma. Jesús no lucha para derrocar las instituciones, sino para reforzar y extender el valor de la persona: el sábado es para el hombre, y no el hombre para el sábado.

Para Jesús, la causa del otro es sagrada, no admite discusión. Cuando los pobres piden, hay que dar sin demora ni excusas. Ellos no pueden continuar siendo las eternas víctimas de una historia construida desde el dominio y el enriquecimiento. Por eso, el cristianismo –siempre que es fiel al evangelio de Jesús– defiende a los débiles y es un apoyo para los que ven negada su dignidad última: ser hijos del padre del cielo.

La semilla sembrada por Jesús, de solidaridad sin límites ni condicionamientos, ha fructificado de modo imprevisto y paradójico en su resurrección. La resurrección ha abierto un camino nuevo más allá de la muerte. Jesús ha atravesado, en todas sus fases, una vida pobre, sin nidos ni guaridas, una vida que sus discípulos más próximos –sobre todo los Doce– han aceptado como propia. Pero cuando su proyecto parecía sepultado por un poder que, como todo poder, intentaba afirmarse a sí mismo, entonces se ha producido un giro inesperado que ha relanzado con fuerza el mensaje del Reino, el corazón de su predicación: el que había muerto en la cruz, ahora vivía para siempre. A partir de aquella mañana de Pascua, el énfasis pasa del mensaje a la persona del mensajero.

El cuerpo crucificado y glorioso de Jesús, su persona total, divina y humana, ha pasado a ser el punto central y neurálgico. Su resurrección ha sellado la opción de amor que Dios ha tomado a favor de su hijo amado y a favor de toda la humanidad. Después de que los discípulos lo han visto libre de los lazos de la muerte, ha quedado claro el núcleo indestructible de su persona y, por tanto, de la fe de los cristianos: Jesús, el Cristo, ha muerto y ha resucitado.

La comunidad primitiva, la Iglesia de los primeros tiempos y de todos los tiempos se ha forjado desde esa convicción. La Iglesia no ha surgido de un determinismo sociológico o de un azar coyuntural o del empecinamiento de algunos seguidores por impulsar un proyecto que, con la muerte trágica de lo que había iniciado, parecía decapitado. Jesús ha querido reunir a su alrededor a un grupo de discípulos, ha llamado a doce de entre ellos y les ha confiado la nueva alianza, la continuidad de sus palabras y sus gestos de curación y misericordia. No obstante, Jesús no ha convertido a sus discípulos, enviados a la misión, en activistas ansiosos por la eficacia.

Tampoco ha querido introducirlos en una sabiduría especulativa, apta sólo para iniciados. Su evangelio no es un proselitismo ni una gnosis. La instrucción de los discípulos crece a partir de la imitación, ya que en la vida de Jesús hay una sola urgencia: proclamar la primacía de Dios, comunicarlo con un lenguaje evocador y eficaz, el lenguaje de la parábola y del milagro, explicar que él es el padre de todos los hombres.

Para Jesús, la realidad no es nunca un pliego de proyectos fracasados o abandonados a medio hacer, ni tampoco es un ámbito en el que deban dominar la desconfianza y la autodefensa. Para él, el mundo sigue siendo un espacio complejo, a veces incluso hostil, en el que la violencia sólo se vence mediante la compasión. Este es el registro fundamental de su vida: el amor abierto a todos, la donación de su propia existencia como instrumento eficaz de salvación. En el evangelio de Jesús, se sueña la historia como espacio de construcción y no de destrucción, un espacio en el que la solicitud sustituye al rechazo. “La paz sea con vosotros” son, precisamente, las palabras con las que Jesús resucitado se dirige a sus discípulos reunidos que, por miedo, tenían cerradas sus puertas.

Sin embargo, Jesús se hace presente entre ellos y el miedo se convierte en la alegría del reencuentro. La respuesta a la injusticia no es el enfrentamiento sino la justicia, es decir, el perdón dado y la paz ofrecida: la vida definitiva que posee Jesús después de la resurrección no es su signo de venganza contra sus adversarios, sino el sello de una nueva humanidad. La resurrección no es la reivindicación insoslayable de la figura de Jesús, que Dios habría promovido para aniquilar a los que lo habían llevado a la muerte. Si ésta fuera la intención esencial, Jesús resucitado se les habría aparecido a los sumos sacerdotes y a los demás dirigentes de Israel, y les habría reprochado sus comportamientos. No obstante, una vez resucitado, Jesús sólo se manifiesta ante sus discípulos, sus amigos, que en su mayoría habían le fallado al abandonarlo en el momento de la prueba. Estos son los que deben saber que vive.

El cristianismo no se basa en evidencias incontestables –que en último término pueden ser negadas o mistificadas–, sino en testimonios fieles y fidedignos.

El mensaje del reino que Jesús predica intenta acercar el corazón de las personas a Dios. La oración hecha con confianza –de la que el mismo Jesús es modelo–, la orientación de la vida –basada en la conversión del corazón–, el gesto generoso hacia el prójimo –al estilo del buen samaritano–, son expresiones claras del camino nuevo que él ha abierto. Igualmente, en relación con los demás, el servicio humilde y que no flaquea, las relaciones interpersonales mantenidas a pesar del espíritu maligno de la discordia y la división, y el calor de una acogida sincera, indican un nuevo modo de ver y de vivir las cosas.

El paso de Jesús por la historia humana representa un cambio radical, una auténtica revolución de certezas y actitudes. Todo empieza con una mirada distinta de la realidad, que sale del corazón y que es capaz de extraer dulzura de la dureza, bondad de la maldad, amor del odio. La civilización del amor crece con la cultura del perdón. El perdón es un pilar del cristianismo.

Sin embargo, lo que hace singular la vida de Jesús es que su historia, a pesar de coincidir con la historia humana, la supera. El cristianismo afirma que Jesús volverá para juzgar a los vivos y a los muertos, es decir, que habrá un discernimiento sobre las intenciones y los comportamientos, en el que el amor será el fiel de la balanza. La resurrección de Jesús comporta una victoria sobre la muerte y una presencia activa del resucitado al lado de Dios, de un alcance cósmico.

Jesús, pues, no sólo ha pasado personalmente de la muerte a la vida, sino que atrae hacia la vida todo rastro de muerte y de dolor, de duelo y sufrimiento. La creación queda transfigurada. No existen límites para la esperanza ni barreras para el bien. Es posible imaginar un mundo sin el lastre del mal y la destrucción del prójimo, un mundo sin las heridas de la shoá y los gulags. La verdad prevalecerá.

El proyecto de Jesús no es un sueño que se queda a la espera de un futuro más o menos lejano. La historia humana no se puede alimentar de la resignación o de la revuelta. La frontera entre el tiempo y la eternidad, entre los claroscuros y la luz plena, se difumina cuando en esta Tietta empiezan a surgir albores de un mundo nuevo, cuando empieza a arder en ella el fuego del espíritu.

Jesús sigue siendo un personaje “histórico” en la medida en que ha prometido estar hasta el fin del mundo, aquí “con vosotros” (Mateo 28,20). Gracias a esta presencia salvadora, el mal es vencido y el miedo a la muerte no se convierte en una pesadilla.Las energías que brotan del evangelio de Jesús son robustas y robustecen.

La resurrección de Jesús es el inicio de una nueva creación traspasada por la belleza. El mundo futuro ya ha empezado a manifestarse. Las apariciones del resucitado son una primicia. No es imposible reproducirlas en ámbitos y situaciones complejos, incluso cuando parece que no hay lugar para la esperanza. La resurrección de personas y de pueblos, de continentes enteros, se refleja en la sobreabundancia de vida que sale del sepulcro de Jesús. Por otra parte, aquel sepulcro estaba situado en un huerto, en un jardín, en el que Jesús se dio a conocer llamando a una discípula: “¡María!”.

También la humanidad empezó en un jardín, el jardín del Edén, en el que Dios conversaba con el hombre y la mujer, que eran sus amigos. Hay una relación fecunda entre el jardín de la primera creación –el del paraíso– y el jardín de la segunda creación –el de la nueva humanidad– que se plasma en el cuerpo glorioso de Jesús. Por eso, es preciso y necesario recuperar la memoria del paraíso, hacer crecer jardines de fraternidad en un mundo llamado a ser nuevo.

Novela de intrigas
Te pondré en antecedentes. Este Lerner es un pájaro raro. No tiene familia. Vive como un hurón. Y hace trabajos de arqueología en Israel, Egipto y Jordania. Consigue alguna beca, hace una excavacióin, escribe un informe, y a otra cosa. Hace muchos trabajos de recuperación –dijo Jake.
—Recupera objetos antes de que entren las excavadoras.
—Exacto.
—¿Está afiliado a alguna entidad?
—Tuvo algunos empleos, pero dice que no le interesa el trabajo fijo porque es muy rutinario.
—Un ingreso fijo llega a ser una rutina.
—A él, desde luego, no le interesa el dinero. Vive en n una casa del siglo XVII sin ascensor que parece un cuartel de mosqueteros, en un apartamento del tamaño de un Buick al que se llega por una escalera de caracol hecha de piedra. Pero tiene buenas vistas a Notre-Dame.
—¿Así que has ido a verlo?
—Cuando lo llamé, me dijo que trabajaba por la noche y me invitó a su casa. Pasamos dos horas celebrando al Rey Sol.
—¿De qué modo?
—Dando buena cuenta de una botella de Martell VSOP Medaillon.
—¿Qué edad tiene?
—Puede que cincuenta y tantos.
Avram Ferris tenía cincuenta y seis.
—¿Es judío?
—No tan ferviente como cuando era joven.
—¿Y qué cuenta?
—¿Lerner?
Me recliné en el sofá, y Birdie se puso a trepar sobre mi pecho.
—Lerner se mostró frío al principio, pero tras el cuarto trago comenzó a hablar hasta por los codos. No querrás que te cuente lo de la pianista, ¿verdad?
—No.
—Lerner trabajó en el Museée de l’Homme entre el setenta y uno y el setenta y cuatro, cuando preparaba su tesis.
—¿Sobre qué?
—Sobre los Manuscritos del Mar Muerto.
—Probablemente los esenios tardarían menos en escribirlos.
—Lerner se toma las cosas con calma. Y en serio. Por aquel entonces el judaísmo era algo serio para él.
—Vuelve a lo del esqueleto de Masada.
—En el setenta y dos le pidieron a Lerner que ayudara a inventariar una serie de piezas del museo, y fue entonces cuando descubrió un expediente con una factura de embarque y la foto de un esqueleto.
—¿La factura daba a entender que procedía de Masada?
—Sí.
—¿Qué fecha tenía?
—Noviembre de 1963.
Locus 2001, la cueva por debajo de la muralla perimetral, en el extremo sur de Masada. Los huesos revueltos. El esqueleto completo. Según el informador de Jake, la cueva 2001 fue descubierta y explorada en octubre de 1963, un mes antes de la fecha del documento del museo. Sentí una punzada de emoción.
—¿Estaba firmado?
—Sí, pero Lerner no recuerda el nombre. El buscó en las dependencias del museo, encontró el esqueleto, hizo una anotación en el expediente señalando el estado de la pieza y el lugar de almacenamiento según el reglamento, y a otra cosa. Pero algo le preocupaba. ¿Por qué habían enviado aquel esqueleto al museo? ¿Por qué lo habían dejado en una caja aparte?... Eh, ¿estás ronroneando?
—Es el gato.
—Al año siguiente, Lerner leyó un libro del periodista australiano Donovan Joyce en el que decía que Jesús sobrevivió a la crucifixión.
—¿Y que se retiró a una bonita playa?
—Vivió hasta la edad de ochenta años y murió luchando en Masada contra los romanos.
—Una novela.
—Eso no es todo. Cuando estuvo en Masada, Jesús escribió su testamento en un rollo.
—¿Y cómo se enteró Joyce de todas esas “perlas”?
—En diciembre de 1964, Joyce estuvo en Israel en busca de documentación para su libro, y contó que fue a verle un hombre que se presentó como el profesor Max Grosset, un excavador voluntario del equipo de Yigael Yadin. Grosset afirmó que había robado un antiguo manuscrito de Masada y pidió ayuda a Joyce para sacarlo del país. Grosset juró que el pergamino era de crucial importancia y que, sólo por la autoría, su valor era incalculable. Joyce no quiso implicarse, pero juró que había visto y tocado el pergamino.
—Y después escribió un libro sobre ello...
—Joyce fue a Tierra Santa para ver Masada, pero los israelíes no le dieron permiso para visitar la cumbre. Obligado a abandonar su idea previa sobre el libro, se reorganizó y optó por investigar sobre la plausibilidad del manuscrito de Grosset. Asombrado por lo que descubrió, acabó consagrándose ocho años al proyecto. Aunque no volvió a ver a Grosset, Joyce afirma que descubrió información sorprendente sobre la paternidad de Jesús, estado civil, crucifixión y resurrección.
—Uh, uh.
—Joyce menciona en el libro los esqueletos hallados en la cueva 2001.
—No me digas.
—Según Joyce, los veinticinco individuos de la cueva eran un grupo muy particular, distinto a la población de zelotes judíos. Y concluye que, tras la conquista de Masada, por respeto a esos individuos, el general Silva ordenó a sus tropas que no tocaran el enterramiento.
—¿Por qué eran restos de Jesús y de sus discípulos?
—Eso es lo que da a entender.
—¿Lerner cree en esa extravagante teoría?
—El libro está agotado, pero conseguí un ejemplar, y tengo que admitir que, si eres de mente abierta, el argumento de Joyce se sostiene.
—Jesús.
—Exacto. Volvamos a Lerner. Después de leer el libro de Joyce, nuestro piadoso estudiante decidió que cabía la posibilidad de que el esqueleto que había encontrado en el museo fuese de Jesús.
—Cristo y sus seguidores en el lugar más sagrado del judaísmo.
—Así es. Semejante posibilidad conmocionó a Lerner.
—Y habría conmocionado a Israel. Por no hablar del cristianismo. ¿Qué hizo Lerner?
—Lo invadió una profunda angustia. ¿Y si era Jesús? ¿Y si en vez de Jesús era una figura importante del cristianismo en ciernes? ¿Y si el esqueleto caía en poder de quien no debía? ¿Y si la historia se filtraba a la prensa? Se destruiría el símbolo sagrado de Masada. El mundo cristiano montaría en cólera ante lo que consideraría una artimaña judía... Su angustia fue indescriptible. Tras varias semanas de tortura mental, Lerner decidió hacer desaparecer el esqueleto. Estuvo varios días planeando cómo robarlo y destruirlo. Pensó en quemarlo, en hacer polvo los huesos a martillazos o tirarlos al mar atados a una pesa.
Pero su conciencia fluctuaba. Un robo es un robo. Si era el esqueleto de Jesús, se trataba de un judío y de un hombre santo. Lerner no podía conciliar el sueño. Al final, fue incapaz de decidirse a destruir los huesos y vivía atormentado por la idea de que otra persona descubriera el esqueleto. En defensa de la cultura religiosa y de la tradición, decidió hacer desaparecer el esqueleto.
—Rompió el expediente y robó el esqueleto.
—¿Eh?
—Lo sacó del museo en una bolsa de deportes.
—¿Y? —pregunté, incorporándome.
Birdie saltó al suelo, se volvió y nos miró con sus ojos redondos y amarillos.
—Ahora viene lo impresionante. ¿Cómo se llama la víctima de ese caso de homicidio?
—Avram Ferris.
—Me lo esperaba –y lo que a continuación dijo Jake me dejó de piedra–. Lerner entregó el esqueleto y la foto a Avram Ferris.
—Su amigo de la infancia.
—Ferris había pasado dos años en Israel, en un kibutz, y se encontraba en París camino de Montreal.
—La hostia.
—La hostia.
Después de terminar la comunicación, llamé a Ryan. No contestaba. Seguramente habría iniciado su apasionante servicio de vigilancia.
Era tal la impresión que, incapaz de comer, me fui al gimnasio. Las preguntas se encadenaban en mi cabeza mientras subía escalones y escalones en el aparato de peldaños móviles Stair Master. Intenté organizarlas de manera lógica.
¿La foto de Kessler mostraba realmente el esqueleto de Masada?
En caso afirmativo, ¿tenía Ferris en su poder el esqueleto de Masada cuando lo mataron?
¿Quién más sabía que estaba en su poder?
¿Planeaba Ferris vender el esqueleto en el mercado negro? ¿A quién? ¿Por qué ahora?
¿O es que se había ofrecido a destruirlo por dinero? ¿Quién lo pagaba? ¿Judíos? ¿Cristianos?
Si no era eso, ¿quién mató a Ferris?
¿Cuál era el actual paradero del esqueleto?
¿Dónde estaba Kessler?
¿Quién era Kessler?
¿Por qué se hizo cargo Ferris de un esqueleto robado?
Se me ocurrían varias respuestas a esta última pregunta. ¿Por lealtad hacia un amigo? ¿Por solidaridad, para que no se tambaleara el símbolo sagrado de la leyenda de Masada o por temor a un tremendo enfrentamiento teológico judeo-cristiano en un momento en que el apoyo del Occidente cristiano era fundamental para el futuro de Israel? Dora decía que su hijo era muy religioso en aquella época.
¿Vivió Jesús después de la crucifixión y durante el sitio de Masada? Eso sería una pesadilla para cristianos y judíos.
¿Lo sería? Jesús era judío. ¿Por qué no iba a estar con sus seguidores en Masada?
No. Jesús era un “hereje” judío. Había ofendido a los sacerdotes.
Vuelta a repasar las preguntas.
¿Qué había hecho Ferrris con el esqueleto?
El lugar más lógico para esconderlo habría sido un almacén.
La policía no había encontrado ningún esqueleto.
¿No lo habría escondido de tal manera que resultara imposible encontrarlo?
Me enjugué el sudor de la frente y seguí dale que dale.
Lo del almacén no acababa de encajar.
La Torá prohíbe dejar un cadáver veinticuatro horas sin enterrar, el Deuteronomio o algo así. ¿No se habría hecho impuro Ferris por guardar restos humanos en su lugar de trabajo? ¿No le causaría inquietud? Salí de la agotadora escalera y me coloqué en el banco de musculación.
Tal vez Ferris fuese un simple intermediario y había entregado el esqueleto a otra persona.
¿A quién?
¿Alguien que compartiese su desasosiego y el de Lerner?
Pero la prohibición de la Torá afecta a cualquier judío.
¿A alguien que tuviera otra motivación para desear la desaparición del esqueleto?
¿Una motivación cristiana?
Si Jesús no murió en la cruz, si vivió y sus huesos acabaron en el Musée de l’Homme, la noticia sería un terremoto tanto para el Vaticano como para los cristianos protestantes. Había que abortar de raíz la posibilidad, para no echar por tierra el principio básico de la religión cristiana. Nada de sepulcro vacío. Ni ángeles. Ni resurrección. Ni pascua. La investigación y la controversia ocuparían los titulares de los periódicos de todo el mundo durante meses. Años. Sería un debate sin precedentes, un debate enconado y demoledor.
Me detuve en pleno ejercicio.
¡El tercer amigo! ¡El cura de Beauce!
Dora decía que fueron muy amigos. Los curas no tienen reparos ante los huesos humanos. Para ellos son reliquias. En Europa están en los altares, a la vista del público.
De pronto, no pude contener el deseo de dar con aquel cura.
Miré el reloj. Eran las seis y media. Tomé la toalla y me dirigí al vestuario.
El móvil estaba prácticamente sin cobertura. Me puse la sudadera Will Pirus y la chaqueta, y salí a toda prisa.
Jake contestó a la cuarta llamada con voz soñolienta.
Mientras caminaba por Sainte Catherine, le expliqué la historia de Ferris, Lerner y el cura.
—Necesito un nombre, Jake.
—Aquí es medianoche pasada.
—¿No trabaja Lerner por la noche?
-Lo oí bostezar.
—Y todo lo que puedas averiguar sobre ese cura. ¿Estuvo implicado en el robo del esqueleto?...