CULTURA
Una habitacin propia

Las Otras

En los siglos XVIII y XIX, la verdadera literatura debía ser “viril”, las escritoras, además, eran pocas, y algunas se escondían tras un seudónimo de hombre. En la segunda mitad del siglo XX, las cosas empezaron a cambiar: la escritura fue influenciándose por el feminismo y el marxismo.Hoy, la situación parece estar tomando nuevamente otro rumbo.

Mujeres escritoras
| Soledad Fernandez

Hasta los siglos XVIII y XIX, las escritoras eran pocas; algunas, como Aurore Dupin o Mary Ann Evans, firmaban sus textos bajo seudónimo de hombres. Por si eso fuera poco, la literatura debía ser “viril”. Pero lentamente las mujeres empezaron a salir de su anonimato y a publicar más: Virginia Woolf es un ejemplo del peso intelectual que lograba una escritora a comienzos del siglo pasado. Y así, ese siglo, fue volviéndose fecundo en cuanto a escritoras y talentos. Los premios Nobel de Literatura continuaron entregándose mayoritariamente a hombres, pero cada vez fue más habitual que se lo adjudicara una mujer. Entre las que no se lo ganaron, pero era candidata, se cuenta la poeta estadounidense Adrienne Rich, muerta hace casi dos años. Pero el Nobel es sólo un indicador: mujeres que escriben narrativa, poesía o textos críticos hay muchas.
Una de estas mujeres fue la poeta, traductora y ensayista brasileña Ana Cristina Cesar, quien a fines de los 70 escribía sobre el dilema en el que se encontraba la literatura de mujer; para ella “donde antes se leía flor, claro de luna, delicadeza y fluidez, ahora se lee sequía, rispidez, violencia sin pelos en la lengua”. Esta vuelta de taba, como la llamó ella, que incluía la enarbolación de la bandera feminista, era “más de lo mismo: nuevamente recorta, con precisión cierta, el espacio y el tono exactos en que la mujer (ahora moderna) debe hacer literatura”.

El método documental es el libro que a mediados del año pasado reunió algunos de los textos críticos de Ana C., como la llamaban. En algunos de ellos, hace especial hincapié en que “esa relación entre el sexo del autor y un determinado tipo de escritura es muy rara”. Lo que hay, para ella, es un discurso femenino, que puede ir cambiando; por ello, no le resta importancia a ese magnífico hecho de que un escritor sea mujer, ya que este oficio fue ejercido por muchos años casi exclusivamente por hombres: “Históricamente, en los siglos pasados, cuando la mujer comienza a escribir, lo hace en la esfera familiar”. De ahí que los géneros en los que más incursionaron fueron la carta y el diario íntimo, es decir, géneros que fueron considerados por mucho tiempo como menores o extraliterarios. De ahí que, en su poesía, Ana Cristina Cesar mezclara estos géneros en un reconocimiento de su diferencia.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Un tema actual. El año pasado, el Premio Nobel de Literatura se lo llevó la canadiense Alice Munro. Coincidentemente, por esa época, en el Instituto Cervantes de Toulouse se organizaba un debate sobre la existencia de la literatura de mujer. Una de las mesas, en la que participaron Reyes Calderón, Georges Tyras y Berna González, se resumía en cuatro preguntas: ¿Hay un estilo de literatura de mujer?, ¿existe un impulso especial por ser mujer?, ¿hay una calidad especial en la literatura de mujer?, ¿existe una mirada de mujer? Esas preguntas que se contestaron en Toulouse demuestran que el tema de la literatura de mujer, femenina o de género tenía plena vigencia, y en Argentina también hay escritoras y críticas, con el mismo nivel, que pueden responder a su modo.
Por eso, la ensayista Cecilia Palmeiro, autora de Desbunde y felicidad. De la Cartonera a Perlongher, rescata la obra de esta autora brasileña junto a la de Alejandra Pizarnik, María Moreno, Margo Glantz y Leila Miccolis como ese tipo de escrituras de mujeres que “desde los años 70 tienen un viraje identitario”, problematizando la experiencia de lo femenino como algo minoritario. Este viraje tuvo que ver “con las nuevas formas de politización y las gramáticas de las luchas sociales que pusieron énfasis no sólo en la cuestión de clase (como lo hacía la perspectiva más tradicional del marxismo o populismo, incluyendo la lucha armada y toda la retórica de la literatura ‘social’, o comprometida, heredera del realismo socialista), sino en la diferencia cultural como formadora de otras formas de desigualdad”. Estas escrituras, para esta ensayista, se volvieron políticas en la medida en que podían “leerse desde una perspectiva política ligada al feminismo y a los movimientos identitarios”. Dentro de estas “escrituras femeninas” también Palmeiro incluye voces como “las de Néstor Perlongher o Manuel Puig, que ensayaban un tono ‘mujeril’, de ‘piruja minoritaria’, y que marcan una línea que continúa hasta el presente”.

¿Discusión superada? En un capítulo de The Madwoman in the Attic, de Sandra Gilbert y Susan Gubar, las autoras discuten sobre Frankenstein, de Mary Shelley, calificándolo como “un libro de mujer” asociando la historia del monstruo al ambivalente mito de Eva. El 2013, Esther Cross publicó La mujer que escribió Frankenstein, por lo que es una voz autorizada: “Virginia Woolf dijo que es fatal para el que escribe pensar en su sexo, me gusta eso y creo que puede aplicarse a la lectura: es fatal para el que lee pensar en el sexo del libro. Es un dato irrelevante para mí. Por otro lado, como decía también Woolf, al escribir se es viril-mujeril o mujer-viril; así que tampoco es tan fácil definir el género de un libro”. Cross reconoce que cuando era más joven pensaba distinto; en esa época, la literatura de género era un tema importante “porque el mundo era (más) machista y entonces había que hacer algo. Había debates indispensables, tantos y tan variados que ya eran un género en sí”. Para ella, afortunadamente ha subido la tasa de natalidad de “hermanas de Shakespeare”. Y no sólo hay más escritoras, sino que hay más profesionales en todos los ámbitos, incluida la industria editorial, donde hay más editoras que nunca. En su lista de libros favoritos del año suele incluir una mayoría femenina, “pero no lo hago a propósito”. Entre estos libros, están los de Ángela Pradelli, Mariana Dimiópulos, Mariana Enríquez, María Negroni, Alejandra Laurencich y Selva Almada.

Selva Almada es una de las favoritas de Esther Cross. Autora de las novelas El viento que arrasa y Ladrilleros, coincide en parte con ella en el sentido de que “a esta altura del partido, seguir hablando de literatura femenina me parece algo que ya debería estar superado”. Pese a esto, reconoce que el prejuicio existe: “Alguna vez leí en una vieja entrevista a Sara Gallardo sobre este tema que ella decía que su padre, refiriéndose a la novela de una escritora, decía: ‘Es muy buena esa novela, parece escrita por un hombre’”. Este supuesto elogio también lo ha escuchado referido a sus libros: no parecen escritos por una mujer. Su novela El viento que arrasa fue elegida en 2012 como el mejor libro del año por la revista Ñ; pese a ello, se queja de que “cuando a escritores o críticos de mi generación les piden que nombren otros pares a los que leen o a quienes consideren los mejores, raramente nombran un libro escrito por una mujer”. Para ella, la argentina sigue siendo una sociedad misógina. Selva Almada, cuando habla de libros, procura referirse exclusivamente a lo literario, “y no de lo que quienes los escribieron tengan entre las piernas ni de cómo lo usen”. Por eso le pareció trasnochado cuando leyó a alguien “que proponía que este año sólo se leyeran libros escritos por mujeres para darles a las escritoras mujeres ‘visibilidad’. Me parece una estupidez cargada de tanto machismo como la de no leer a las mujeres porque seguramente escribirán cosas de mujeres”.
    
La Mistral y más. Lo actual o el presente suele mirar hacia atrás y encontrar allí algunas verdades. Casi diez años después de recibir el Premio Nobel de Literatura y antes de recibir el Premio Nacional de Literatura en Chile, Gabriela Mistral destacaba la elegancia moral del feminismo argentino: “No es estrambótico, no es tampoco explosivo, es de una suave energía”, y agregaba que la cultura de las mujeres argentinas “decantará los ideales feministas, les dará altura y fuerza a la vez”. Mistral, que para la fecha había firmado el registro de la Unión Argentina de Mujeres, confiaba que los derechos políticos de las argentinas “ayudará a la evolución de nuestra América”. Cuando dijo esto la Mistral, aún estaba Perón en el poder. Y si bien es sólo un dato, sirve para iluminar el presente.

En este presente, Alejandra Laurencich, autora de Lo que dicen cuando callan, prefiere identificarse con aquella frase de William Faulkner: “Estoy demasiado ocupado para preocuparme por el público. No tengo tiempo para pensar en quién me lee”. En palabras de esta escritora, “opinar si lo que hace uno, o lo que hacen los demás, está o no de acuerdo con una época determinada o se le opone, es un trabajo propio de los críticos”. Laurencich es además directora de la revista La Balandra, que en su último número se preguntó si existía la literatura femenina o masculina; independiente de esto, ella elige ubicarse en el rol de escritora más que en el de crítica, aunque “admiro a la gente que puede estudiar la obra ajena”. Tiene una idea formada de lo que ocurrió a partir de finales de los 70 con la literatura de mujer, y piensa que no es casual que, como dice Ana Cristina Cesar, la violencia en los textos de mujeres se haya impuesto “como herencia de las dictaduras” que surgían en el continente en esa época: “Algunos podrían alegar que éramos niñas entonces, bebés incluso, pero no es razón para no advertir el miedo. Estaba instalado, la violencia era cotidiana, aunque uno estuviera asistiendo al jardín de infantes”. Esta herencia pesada, la violencia de las dictaduras, generó un miedo real en las escritoras, por eso “quizá escribir delicadamente haya perdido el sentido, porque es imposible hacerlo desde un lugar de ingenuidad”.

¿Pero se puede escribir delicadamente o desde la ingenuidad sin perder la identidad de mujer?
Nora Domínguez, directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, cree que para responder a esta pregunta primero hay que aclarar que las clasificaciones de literatura de mujer y de género han servido principalmente al “mercado”. Este mercado, si bien ha ido mutando desde el siglo XIX, continúa llamando “literatura de mujeres a aquello que vende y que se vincula con lo emocional, intimista hasta lacrimógeno, para desvalorizar un tipo de literatura”. Aquí estaría la delicada ingenuidad de la que hablaba
Laurencich. Para Domínguez, en los siglos XVIII y XIX “la verdadera literatura debía ser viril, ésta era la palabra que usaban”. Esto comienza a cambiar a partir de los 70, y no hay duda de que “este desarrollo está vinculado con el acceso masivo de las mujeres a la edición y publicación (digo masivo porque siempre hubo mujeres escritoras, aunque poco reconocidas), con el movimiento feminista, con las reivindicaciones de igualdad en todas las áreas”. Desde los “estudios de género”, que ha sido un campo académico muy fecundo en los últimos años, todo esto se pensó, se teorizó, se escribió mucho, “tanto que para algunas corrientes puede haber ‘escritura femenina’ pensada como transgresión a un orden simbólico, transgresión de los discursos y las representaciones, sin importar que el que escribe sea un hombre o una mujer. Las francesas han desarrollado mucho esta posición: Kristeva, Cixous…”.

Por eso no es importante si el texto está escrito por un hombre, por una mujer o por alguien, “sino qué se hace con los sentidos”. Nora Domínguez llama la atención de la cantidad de mujeres que están escribiendo en todos los países y para todos los gustos: “Desde las bestselleristas que venden mucho con los temas ‘femeninos’ y la literatura no les interesa demasiado y de las otras dentro de una inmensa variedad”.
Podría hacerse una lista de las narradoras argentinas de vasta trayectoria, como Hebe Uhart, quien para uno de sus libros escribió una nota introductoria que decía “Cuando era chica sólo escribía cuando estaba absolutamente aburrida”, pero también hay poetas de la misma experiencia y calidad, como Juana Bignozzi, Diana Bellessi o Tamara Kamenszain, sólo por mencionar algunas