Hoy, 24 de marzo de 2019, fue declarado en San Francisco, California, el Día de Lawrence Ferlinghetti. Así lo ordenó la municipalidad porque el poeta, novelista, dramaturgo, librero, editor, pintor, militante y prócer de la Generación Beat cumple hoy un siglo de vida. Ninguna efeméride: cumpleaños redondo, con torta y todo. La zona cero de los festejos es City Lights Books, su legendaria librería-editorial en la avenida Columbus, zona de North Beach, más algunos cafés y galerías de arte aledañas. Allí habrá esta tarde lectura de poemas, conferencias, documentales, exhibiciones de sus cuadros y brindis por 100 años más, aunque la presencia o no del homenajeado era un enigma hasta último momento.
Pero, como si no fuera suficiente con el centenario, el martes pasado salió a la venta su segunda novela, Little Boy, de la que el propio autor ya había anticipado su carácter “experimental” y “autobiográfica”, si bien narrada por un “yo imaginario”. El estudioso y beatómano tandilense Matías Carnevale destaca la escasez o irrelevancia de datos biográficos certeros y, en contraste, el despliegue caudaloso de un monólogo interior resuelto en una única frase de unas 150 páginas en la que, sin tomar aliento, se mezclan recuerdos con reflexiones sociales, políticas y culturales.
Larry, como todos lo llaman, arribó a San Francisco en 1952, con 33 años, cuando ya había transcurrido –y esto es un guiño para iniciados– el primer tercio de su vida. Nacido en Yonkers, casi pegado a Manhattan, sin padre, pasó parte de su infancia en Francia, de donde era oriunda su madre; volvió a Nueva York y, después de combatir en la guerra (participó del Día D y estuvo en Nagasaki después de la bomba), marchó otra vez a París para estudiar en la Academia de Bellas Artes y en La Sorbonne. A su regreso se instaló en Frisco porque supuso (bien) que en una ciudad de mediana escala le iba a resultar más fácil hacer carrera que en la Gran Manzana.
Su vida pública de personaje transgresor y contracultural comenzó en 1956, cuando publicó en la colección Pocket Poets Series de City Lights el libro Aullido y otros poemas, de Allen Ginsberg, que inauguró literal, o literariamente, el fenómeno de la Generación Beat. El modesto lanzamiento se vio amplificado a niveles exponenciales por el hecho de que ambos, editor y autor, debieron afrontar un juicio por “obscenidad” que finalmente ganaron, con consecuencias invalorables para la causa de la libertad de expresión en Estados Unidos. Para no hablar de las ventas: 800 mil ejemplares en un año.
Luego, entre 1957 y 1959, se publicaron las novelas En el camino, de Jack Kerouac, y El almuerzo desnudo, de William Burroughs, además del segundo poemario del propio Ferlinghetti: Un Coney Island de la mente (del primero se hablará más adelante). Junto con Aullido, fueron las cuatro piedras basales de la literatura beat. El poeta y crítico Guillermo Saavedra asegura que en los versos de Un Coney Island de la mente –el título alude al famoso parque de diversiones neoyorquino– “se lleva a cabo una demolición a conciencia del sueño americano”. Casualidad o no tanto, las cuatro obras se publicaron en forma contemporánea a la revoluciones de Elvis Presley y Fidel Castro: los años en que se incubó la explosión cultural, política y generacional de los años 60, que iba a tener uno de sus epicentros justamente en San Francisco, y a Larry (así lo llaman) como uno de sus animadores.
A propósito, Miguel Grinberg, quien fue de los primeros en difundir la literatura beat en nuestro país a principios de los 60 desde su revista Eco Contemporáneo, opina que Ferlinghetti “fue un cronista de la transición generacional y cultural de los años 50 a los 60, y siempre sostuvo que todos los elementos de la contracultura hippie ya estaban presentes en los beat”. Curiosamente, él nunca se sintió cómodo con ese sello, y menos aún con el neologismo beatnik, de uso extendido, al que definió como “un invento de la sección de chismes del San Francisco Chronicle en la época del cohete ruso Sputnik, para descalificar a lo que para ellos eran solo unos bohemios sucios”. Ese es Larry: un bocón.
La voz pública. Hoy en día, cuando la superabundancia de información, literatura especializada, tesis académicas y adaptaciones cinematográficas casi hacen extrañar los tiempos en que la Generación Beat era un tesoro a descubrir pateando muchas veredas y librerías de viejo, es fácil decir que este movimiento literario (y unos cuantos etcéteras) nació por la confluencia de dos grupos. El primigenio fue el de Ginsberg, Kerouac, Burroughs y Lucien Carr, más algunos satélites como Neal “Dean Moriarty” Cassady, conformado en Nueva York a fines de la década del 40, a medias entre la Universidad de Columbia y la de la calle, mientras Larry todavía frecuentaba Montmartre y el Deux Magots.
Pero, como explica Mariano Rolando Andrade, escritor del conurbano bonaerense –además de traductor y compilador de poesía beat–, fue el encuentro y la simbiosis de este gang con los poetas de Costa Oeste, como Ferlinghetti, Gary Snyder, Michael McClure y Philip Lamantia, lo que “consolidó al movimiento en los años 50 y le dio visibilidad pública”. A su vez, Larry aseguró en 2007, en una entrevista con el noticiero alternativo Democracy Now!, que si no hubiese sido por la tozudez gregaria –y amorosa– de Ginsberg “jamás habría habido una Generación Beat reconocida como tal, sino apenas unos cuantos escritores dispersos por el país”.
En cuanto a su rol dentro de ella, admitió que fue en gran medida “cuidar el negocio” –es decir, la editorial– mientras “llevaba una vida convencional” de esposo heterosexual y padre de familia: función paterna que quizás abarcó a todos los poetas beat. De hecho, su vida transcurrió a una distancia prudente de las adicciones, y jamás se vio involucrado en delitos o crímenes, ni tampoco fue encerrado en una cárcel o un manicomio a causa de ello. En suma, todo eso que sí les ocurrió (¡y cómo!) a sus camaradas del Este, y fue la materia prima con la que parieron una obra colectiva hecha literalmente con las tripas.
En cambio, Ferlinghetti no necesitó echar mano a su vida desdichada –que también la tuvo– para inspirarse. Ruy Rodríguez, antiguo miembro del grupo “beat” Opium, en rigor cuatro poetas y escritores jóvenes que, agobiados por la sequía cultural y libidinal de estas latitudes, buscaron emular de algún modo a los beats del Norte, recuerda que al comienzo Larry “representaba a la vertiente más afrancesada de todo ese grupo, por toda la influencia que trajo de París”.
Allí se había fascinado por los surrealistas y sobre todo por Guillaume Apollinaire, cuyos caligramas y experimentos con la disposición gráfica de las palabras en la página fueron una influencia omnipresente en su primer libro de poemas, Pictures of a Gone World (1955), que jamás se tradujo al español en forma orgánica, y también pero menos desaforada en Un Coney Island... “Después pegó un viraje, con su llamado a abandonar las aulas académicas y salir a la calle para hacer una poesía hablada basada en la voz y el oído”, recuerda Ruy, cuyo preferido –admite– era Lamantia.
Unas cuantas generaciones más joven, Rolando Andrade asegura que Ferlinghetti siempre creyó que el arte “debía ser accesible para todo el mundo”, y que esa visión “pruna literatura de una fuerte oralidad que impacte al lector en una comunicación de persona a persona, a través de lecturas en campus universitarios, galerías de arte y bares de jazz: la poesía que se vuelve pública en la ciudad”.
Por su parte, Guillermo Saavedra opina que Ferlinghetti “tomó partido por una escritura poética desacralizada, comprometida con el dolor y la injusticia, aliada al pensamiento pero sin renunciar jamás al éxtasis de la emoción”. Si bien considera que, “comparada con la de poetas más o menos contemporáneos en lengua inglesa como W. H. Auden, Sylvia Plath, E. E. Cummings, Marianne Moore o Dylan Thomas, su obra resulta menos relevante”, también dice comprender el motivo por el cual Kerouac definió alguna vez a Larry como “un gran hombre de negocios”: “Quizás su intención haya sido pensarlo, más que como un vate laureado, como un hacedor impenitente y eficaz de objetos verbales en el áspero infierno capitalista”. En este sentido, admite que su voz “parece buscar una poesía que pueda ser escrita, leída y escuchada como la realización de su célebre aforismo: un graffiti eterno escrito en el corazón de todos”.
También el poeta y periodista Esteban Moore, traductor al castellano de buena parte de su obra y ponderado por Ferlinghetti como el mejor de ellos en América del Sur, lo define como “un poeta coloquial, centrado en las temáticas urbanas, que utiliza versos al ritmo del aliento”. Pero advierte también una evolución en él: “A partir de cierto momento empezó a hacer una poesía militante motivada por causas como la guerra de Vietnam o la amenaza nuclear, cada vez más preocupado por los temas de coyuntura”. Hasta hoy.
Larry hizo explícitas estas ideas a través de sus intervenciones esporádicas pero contundentes en el campo poético, como por ejemplo su Manifiesto populista N° 1, publicado en 1976: “Poetas, salgan de sus armarios,/ abran sus ventanas, abran sus puertas,/ han estado hibernando/ demasiado tiempo/ en sus mundillos cerrados”.
Una luz en la ciudad. En realidad, no fue Ferlinghetti quien fundó City Lights Book en 1953, sino su amigo, el crítico de cine Peter Dean Martin, que publicaba una revista con ese nombre en homenaje a la película homónima de Chaplin y lo convocó a él como traductor de francés. Quería tener un negocio que le sirviera para financiar su revista, y se le ocurrió vender solo esos libros de bolsillo de tapa blanda que se conseguían solo en drugstores. Pero al cabo de un año se divorció y se mudó a Nueva York, y City Lights quedó a cargo de Larry, quien tuvo la idea luminosa de publicar literatura en ese formato de volúmenes baratos.
“Nunca fue un medio de vida, ni menos aún una empresa con fines de lucro, apenas si sacamos lo mínimo para vivir, 300 dólares al mes como máximo”, afirmó en 1975 a la revista City Miner (entrevista inédita en castellano, gentileza del poeta y bibliófilo Federico Barea). Pero sí fue su vehículo para convertirse en lo que hoy se llamaría un influencer literario.
Miguel Grinberg cuenta que su vínculo con él empezó cuando le escribió a esa dirección para pedirle autorización y publicar un poema de Aullido en su revista. “Me contestó meses más tarde que le había remitido mi carta a Ginsberg, que estaba en Tánger. Tardaron, pero me dieron luz verde”, recuerda. Después lo visitó en su librería, y lo vio en algún encuentro del Movimiento Nueva Solidaridad, una red de poetas y escritores de toda América. “Así fue que empezó a traducir y publicar a poetas latinoamericanos como Nicanor Parra, Ernesto Cardenal y Gonzalo Arango”, cuenta.
La periodista Natasha Niebieskikwiat, que lo entrevistó en 2007, a sus 88 años, admite que le fue muy difícil concertar la cita pero que, una vez que llegó a su búnker, este la atendió sin límite de tiempo. “De lo que nunca me olvido es de cómo me hizo avergonzar por mis zapatillas y mi bolso Nike. Me dijo que la explotación de la mano de obra barata de inmigrantes fue lo que arruinó a Estados Unidos en todo sentido, tanto económico como moral”. Larry ya se había referido a eso un año antes en el poema Pity the Nation: “Lástima del país que no conoce/ningún otro idioma salvo el suyo/ ni otra cultura más que la propia”.
Para entonces, City Lights ya había sido designada oficialmente sitio histórico de San Francisco. Federico Barea, que la visitó en 2012, se asombró de encontrar en los estantes cientos de fanzines, casi todos para llevarse gratis, como en una vidriera que no se le niega a nadie. Pero no pudo ver a su dueño, quien hoy cada vez va menos va a trabajar desde que tuvo varios infartos y casi perdió la visión a causa de un glaucoma, entre otros achaques.
Esteban Moore lamenta que a partir de 2006 la comunicación por mail con Larry haya reemplazado a sus viejas cartas manuscritas con membrete de City Lights, llenas de dibujos y viñetas: un tesoro de su archivo personal, que se suma a las decenas de libros dedicados también de puño y letra (“me aconsejó que venda todo”, cuenta risueño). Pero ahora hasta el mail se lo maneja su hija Julie. Así es como Ferlinghetti llega hoy a los 100 años de vida y de poesía, si es que ambas cosas pueden separarse, más aún cuando todavía se están escribiendo.
Muy poco en las librerías
La posibilidad de conseguir libros de Lawrence Ferlinghetti en una librería es bastante limitada. Hoy la oferta se limita a Los blues de la procreación y otros poemas (2005) y La poesía como un arte insurgente (2018), ambos de Alción Editora, de Córdoba, en versión bilingüe y con traducción de Esteban Moore.
En el circuito de usados y online es posible conseguir la vieja edición de Un Coney Island de la mente (Hiperión, de Madrid) y la Antología poética, con traducción y prólogo de Marcelo Covián, de Ediciones del Mediodía (Buenos Aires, 1969). Para otros títulos, tanto nuevos como usados, la única opción es comprarlos online y/o en el exterior, donde la oferta se multiplica casi por la cantidad de países de habla hispana.
También hay poemas de Ferlinghetti en algunas antologías, como dos que llevan el mismo título: una de la española Visor (1977), y la muy esmerada compilación y traducción de los argentinos Mariano Rolando Andrade y Juan Arabia, publicada en 2017 por Buenos Aires Poetry, agotada pero aún disponible por venta online.
Instantes decisivos
Existen dos fotos icónicas de Lawrence Ferlinghetti, ambas tomadas en City Lights. La primera es de 1956, y las anotaciones al pie de Allen Ginsberg explican todo: “Bob Donlon (el Rob Donnelly de Angeles de la desolación, de Kerouac), Neal Cassady, yo con chaqueta negra de corderoy, el ‘pintor de la corte’ Robert Lavigne y el poeta del Area de la Bahía Lawrence Ferlinghetti, delante de su librería City Lights en Broadway y avenida Columbus, North Area. Donlon trabajaba como mozo por temporadas y a veces bebía con Jack K., Neal se ve bien con remera, la primera edición de Aullido no había llegado aún de Inglaterra (500 ejemplares) y andábamos dando vueltas por ahí, Peter Orlovsky se bajó de la vereda y sacó la foto San Francisco primavera 1956”.
La segunda fue tomada por Larry Keenan en 1965. Larry había organizado una sesión de fotos en la entrada con unos veinte escritores, a la que Ginsberg llegó acompañado por Bob Dylan, de gira por California, y su guitarrista Robbie Robertson. En un momento dado, fue tal la cantidad de curiosos que se acercó, que todos debieron entrar a la librería, y algunos de ellos salieron por el fondo hacia el callejón. En la foto aparecen Robertson, Michael McClure, Dylan, Ginsberg, Ferlinghetti (lleva una bata con capucha y paraguas en la mano) y en segundo plano Lafcadio Orlosvky, hermano de Peter.