CULTURA

Libros para regalar

Diferentes géneros y para todo público.

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Seru giran. La banda desde su origen mostró una audacia experimental. | cedoc

Entre lujurias y represión, de Mariano del Mazo, Sudamericana; El ladrón del siglo, de Luis Mario Vitette, Planeta; Nuestra mente nos engaña, de Helena Matute, editorial Shackleton; y Futuro presente, compilado por Graciela Speranza, Siglo XXI Editores, son algunos de los ejemplares de diversos sellos editoriales que fueron publicados este año y pueden ser una excelente opción para regalar en estas fiestas. Diferentes estilos e historias para recordar.

 

La historia de los beatles argentinos

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Sonó el último bis del segundo River. Se abrazaron los cuatro de frente al público y saludaron. La gente deliraba. Cuando las luces se apagaron, con más torpeza tóxica que maldad, Charly García le tiró la batería al piso a Oscar Moro. “Te voy a matar, hijo de puta”, le dijo Moro y empezó a correrlo por el escenario a oscuras. De pronto encendieron nuevamente las luces y quedaron expuestos ante decenas de miles de personas. Se recompusieron y velozmente volvieron a abrazarse y a saludar. Nadie advirtió nada. Apenas las luces se apagaron de nuevo, Moro continuó la cacería.

El paso de comedia es un símbolo del sainete del regreso de Serú Girán en 1992. Poco quedaba del ensamble invencible del período original, entre 1978 y 1982. Esos conciertos, el disco en vivo editado en 1993, la irritante película Peperina, el buen disco en estudio y la parafernalia de furia y autoboicot que arrastraba a un García endemoniado configuran, en perspectiva, el bonus track prescindible de una historia de oro. El regreso fue como una de esas grabaciones encontradas que figuran en una reedición más por su valor anecdótico que por el musical.

El empresario Claudio Lisman pensó, a principios de los 90, que podía recrear aquella mística cuando propuso reunir a la banda. Creyó que lograría reavivar el fuego que abandonó Pedro Aznar cuando decidió ir a estudiar en Berklee. Serú Girán estaba a punto de dar el salto de la proyección internacional y quedó trunco en su apogeo. Marzo de 1982 fue el instante del parate, que no tardó en volverse definitivo. El impasse fue abducido por el agujero negro de una década alucinante, fértil y proteica, como fueron los 80 a partir de Malvinas. La cocaína marcó el ritmo de esa década: no había tiempo de parar.

Lo que volvió en 1992 no fue, en rigor, Serú Girán. Fue un ente sin alma, una maniobra artísticamente mezquina que apuntó a desbordar de emoción a la gente. Una foto rota pegada con cinta, una gran herida expuesta a miles de fans.

Ahora suena el bis final y Moro corre a Charly García por el escenario de River Plate. David Lebón es pura tensión: quiere que todo termine, quiere ir a su casa, quiere reventar en autos caros el dinero que cobró, quiere disfrutar. Aznar, como siempre: haciendo equilibrio, un poco ajeno. Termina 1992, son las últimas imágenes de Serú Girán: la banda más importante del rock hecho en Argentina, la banda más argentina del “rock nacional”, la catalizadora del terror entre 1978 y 1982.

La importancia que la eleva por sobre el resto de las bandas se apoya en la ecuación calidad más masividad. Si bien un aspecto es subjetivo y el otro incontrastable, Serú Girán desarrolló una obra de un nivel que enmarcó sin que nadie se escandalizara el rótulo resbaladizo de “Los Beatles argentinos”. El parangón tiene impacto de eslogan, e incita a un cruce de analogías más o menos forzadas. Pero esas analogías existen. La comparación contempla los cuidadosos arreglos vocales, la variedad rítmica y las incursiones irónicas o no en otros géneros –desde la música disco al tango–, el hecho de compartir y alternar la autoría de las composiciones y las voces líderes, la posición clave pero algo distante de Pedro Aznar como el tercero en cuestión –George Harrison– colando un tema propio por disco (temas que, por otra parte, rompen la estructura cancionística clásica de García & Lebón, un poco a la manera de las incursiones orientales de Harrison), la bonhomía de Oscar Moro como prenda de unión entre los egos y a la vez la percepción que genera su figura en cuanto a que hubiera sido el único reemplazable de la banda, pensamiento injusto y contrafáctico que también le cupo a Ringo Starr.

Los justificativos del mote “beatle” revelan, asimismo, cierta pereza reflexiva. La historia de la banda tuvo una singularidad propia ya desde el origen, desde la canción del primer disco que los bautizó, una audacia experimental que conspiró contra la aceptación de la gente, un juego con veleidades semánticas que provocó más perplejidad que otra cosa. Las especulaciones sobre los significados chocan contra el blindaje de un nombre que no quiere decir nada: Serú Girán. No fue –como algunos quisieron ver, cerca del cliché a destiempo– una metáfora para denunciar la censura de la dictadura, ni un anagrama imperfecto de “Sui Generis”. Nada. Apenas una invención dentro de los estados alterados de un viaje de ácido en la playa. O ni siquiera eso.

Por motivos diferentes, García y Lebón estaban cambiando la piel. No sabían que esa metamorfosis iba a traccionar el cambio de piel de todo el rock argentino. García sacudía las marcas del virtuosismo de La Máquina de Hacer Pájaros como quien saca las pelusas viejas de un querido sobretodo: elegía detener. (...)

Datos sobre el autor

  • Mariano del Mazo nació en 1965 y desde hace tres décadas trabaja como periodista.
  • Fue editor de Espectáculos a cargo del área Música en Clarín durante quince años, participó de diversos programas de televisión.
  • Escribe habitualmente en Radar, el suplemento cultural de Página/12, y de forma esporádica en una decena de medios gráficos.

 

Memorias de un (ex) ladrón famoso

El Marciano no había entrado por la puerta del banco como los otros. Había llegado por los aliviadores pluviales desde el Río de la Plata, por el mismo camino que habían recorrido cuando construyeron el dique y el túnel. Había esperado pacientemente al final del túnel, hasta que escuchó los golpecitos que señalaban que ya estaban listos en el cuartito cambiador, y había golpeado en respuesta para indicar dónde había que romper la pared, que habían dejado adelgazada al mínimo cuando excavaron el túnel.

Romper la pared fue cosa de un momento. De inmediato comenzaron a trasladar hasta el muelle las bolsas que se iban llenando una tras otra con el botín que salía de las cajas de seguridad. Mientras tanto, arriba, la policía seguía convencida de que era un robo exprés que había salido mal.
Mientras Donatello cerraba el último portón, el Marciano no lograba encender el motor fuera de borda.

—Tené cuidado que se ahoga –le advirtió Marito.

Por los nervios o por apresuramiento del Marciano, efectivamente el motor se ahogó. Donatello subió en el gomón de atrás, lleno de bolsas, y Marito en el de adelante, para ayudar al Marciano a darle correa al motor, a ver si podían encenderlo. También tenían remos, así que empezaron a remar, casi contra la corriente, avanzando casi nada. Por fortuna, de pronto el motor arrancó.

Marito tomó el control de la situación, ya que había  estudiado a fondo la navegación del lugar. El Doc iba adelante con una gran linterna que con su haz de luz les permitía ver el túnel de diez metros de diámetro.

Marito aceleró el motor al máximo, y se metieron en las profundidades de la tierra. No hacia el Río de la Plata, sino hacia adentro de la ciudad.
Hicieron unas diez cuadras en zigzag, porque Marito ya sabía dónde había obstáculos y fierros que podían pinchar los gomones. Luego de esas diez cuadras, llegaron hasta donde había una escalera de doce metros de alto, que conducía a otro aliviador pluvial. Era tanta la distancia entre uno y otro que habían tenido que comprar tres escaleras de aluminio y atarlas una encima de la otra para comunicar los aliviadores.

Mientras sus compañeros subían bolsa tras bolsa al otro aliviador con una soga, Marito usaba un cuchillo Tramontina para tajear a conciencia los dos gomones, que se hundieron enseguida. Cuando todas las bolsas estuvieron arriba, subieron ellos y levantaron la escalera quebrándola por trozos, porque el siguiente aliviador tenía apenas metro y medio de alto. No corría en la misma dirección que el de abajo, sino transversal, y tomaron a la izquierda.

Caminando, en incontables viajes, llevaron las bolsas trescientos metros hasta el lugar señalado, donde había otra escalera de tres o cuatro metros. Allí el agua no tenía más de diez centímetros de profundidad. Fueron apilando las bolsas en interminables idas y venidas.

Cuando las tuvieron todas, por fin empujaron la tapa metálica de Aguas Argentinas que remataba la escalera…y quedaron justo debajo del piso de la camioneta Combi modificada, donde los esperaba el Paisa. El portón que habían recortado en el piso de la Combi quedaba exactamente encima de la tapa de metal del pozo, y por allí subieron las incontables bolsas de riquezas.

Cuando todas estuvieron a bordo, volvieron a colocar la tapa de Aguas Argentinas, y ahí no había pasado nada.

Se bajaron el Doc, Beto, el Nene y Marito por la puerta lateral de la Combi. El Doc y Beto subieron a un auto negro estacionado cerca, y Marito y el Nene, a la camioneta del primero de los dos, que también estaba cerca. El Paisa, Donatello y el Marciano siguieron en la Combi repleta de bolsas de dinero. Salieron en caravana, el auto negro abriendo camino, la Combi en el medio y la camioneta de Marito cerrando la marcha.

Tras recorrer varias cuadras, llegaron al lugar que tenían preparado para el reparto. La Combi entró en el garaje, y los otros vehículos estacionaron por ahí cerca.

Todos ingresaron a la casa, con enormes sonrisas. Marito se sacó el traje gris y lo metió en una bolsa, junto con la camisa y la corbata. Se puso unas bermudas y una camisa. Abrieron la heladera, tomaron cervezas y gaseosas. Marito encendió el televisor, una antigüedad de veintinueve pulgadas, y lo primero que vieron fue al negociador del grupo Halcón hablando con un hombre vestido de traje gris y capucha negra.

Por sus lecturas preparando el atraco, Marito ya sabía que la policía les pedía a los noticieros que difirieran la transmisión de las imágenes del asalto quince o veinte minutos, que era lo que se necesitaría para una posible irrupción, evitando que si los ladrones tenían un cómplice afuera con una radio o teléfono los pusiera al tanto de los preparativos. Así que ahora estaban viendo como si fuera en vivo lo que había pasado largo rato antes.

Ellos ya estaban a salvo en su guarida y se rieron mucho.

Donatello se tiró en la cama a fumar un porro. Beto ya estaba con un teléfono dedicado a caminar y a hablar, a caminar y a hablar. Los otros, inmediatamente, todos al piso en la habitación que habían previsto para esa tarea, a abrir bolsas y a sacar billetes.  (...)               

Datos sobre el autor

  •  Luis Mario Vitette nació en San José, Uruguay, en 1955. Conoció desde muy joven el delito y la cárcel, y saltó a la fama en 2006 por haber participado en “el robo del siglo”, el famoso atraco a la sucursal de Acassuso del Banco Río.
  •  Con todas sus condenas cumplidas, vive desde hace seis años con su esposa Elicet y su hijo Lucciano Antonio, de 4 años.
  •  En la actualidad montó un taller de joyería y relojería antigua que atiende personalmente en su ciudad natal.

 

 

La razón de ser de los engaños de la mente

La mente humana es una auténtica maravilla, en eso creo que estarán de acuerdo conmigo. Solo que no es perfecta en la forma en que pensamos normalmente que debería serlo: en plan robótico, sin errores, racional, lógica al cien por cien, solo cerebro y todo eso... No es así. Es, sin embargo, la máquina perfecta para adaptarnos lo mejor posible al mundo en que nos ha tocado vivir, lo cual no significa que sea ideal para el análisis racional de los datos, ni para la percepción precisa de la realidad, ni siquiera para el recuerdo fiable de los acontecimientos. Eso es bastante irrelevante, y llegado el caso podría ser incluso contraproducente. Lo iremos viendo.

A pesar de todas sus virtudes, por tanto, no entra entre los objetivos de esta mente nuestra almacenar la realidad cual fotocopiadora de recuerdos, ni percibirla como una cámara de fotos ni como una grabadora de sonidos. Tampoco está entre sus metas lograr razonar como si de un robot personal se tratara. Para realizar todas esas tareas tan aburridamente precisas y repetitivas, la mente humana saca mayor partido de los recursos de que dispone fabricando herramientas que hagan ese trabajo por ella, o al menos que la ayuden lo más posible a realizarlo, aliviándola de pesadas cargas que no le aportan gran cosa. La fotocopiadora, la cámara de fotos, la grabadora de sonidos y la inteligencia artificial son ejemplos de las herramientas que construye la mente humana para que la ayuden a mejorar su precisión en aquellas ocasiones en las que lo necesita. Por lo demás, la combinación entre la rapidez de la mente humana y su flexibilidad de respuesta, su intuición y su capacidad de adaptación a situaciones nuevas está resultando, hasta el momento, absolutamente imbatible. Perfectamente adaptada al mundo incierto en el que le ha tocado vivir.

Ahora bien, toda esa intuición y flexibilidad de la que hacemos gala tiene un alto precio que a menudo pagamos en términos de errores, invenciones y engaños de nuestra propia mente. En efecto, no me refiero a los errores que cometemos cada uno de nosotros de forma más o menos aleatoria, sino a aquellos en los que caemos todos de manera sistemática, como si estuviéramos programados (de hecho, lo estamos) para cometer ese mismo error. Por ese motivo, solemos llamarlos a veces “sesgos cognitivos” (porque la cognición está sesgada en una dirección determinada), aunque hay autores que prefieren reservar el término sesgos para los casos en que esos engaños ocurren en el proceso de toma de decisiones. No se preocupen mucho por este detalle.

En este libro intentaré mostrar algunos de los errores y engaños de la mente más típicos, de manera global, es decir, incluyendo no solo los sesgos cognitivos propios de la toma de decisiones, sino también otra serie de errores y engaños sistemáticos muy comunes que se producen habitualmente en nuestra memoria, nuestra percepción, nuestra forma de aprender, de razonar, etcétera.

Veremos también que los engaños de la mente no son simplemente errores que delatan una imperfección, sino que tienen un lado positivo, una razón de ser.

Pongamos por caso que, un día, nuestra mente percibe un movimiento entre la maleza y, en vez de esperar a ver claramente qué lo ha producido, lo que hace es inventarse rápidamente la realidad más probable, predecir que podría tratarse de un león, y antes incluso de empezar a visualizar físicamente al león tener ya el cuerpo entero corriendo por la sabana. Esa mente humana habrá conseguido salvar el pellejo (sí, la mente y el cuerpo son todo uno, somos nosotros, enteritos, los que nos salvamos). Y salvar el pellejo es la primera condición que hay que superar para poder generar descendencia y llegar hasta el siglo XXI. Esto, lógicamente, no es un sesgo, ni es un error, es una característica muy ventajosa de la mente humana que se ha ido configurando de esta forma a lo largo de millones de años, precisamente porque le ha permitido sobrevivir y transmitir sus genes a la siguiente generación.

Inventar realidades que no percibimos, lo mismo que tomar decisiones antes de contar con todos los datos, nos proporciona una enorme ventaja evolutiva. Pero también es verdad que todo esto en ocasiones dará lugar a errores. Inventaremos cosas que no existen, inventaremos recuerdos, tomaremos decisiones basadas en razonamientos absurdos.

Es el precio. Ahora bien, todos estos errores siguen unas pautas muy concretas y podemos investigarlos y aprender a predecirlos. A veces incluso podemos aprender a reducirlos un poco. Aunque es difícil, aviso.

Si lo pensamos un poco, jamás habríamos llegado hasta aquí si la mente de nuestros antepasados no hubiera tenido esta capacidad increíble para inventarse realidades y no nos hubiera transmitido precisamente esa capacidad que nos permite adaptarnos al ambiente prediciendo la realidad más probable antes de que ocurra, transformando los recuerdos pasados de modo que tengan sentido y sirvan para adaptarse al presente, y para anticipar el futuro. Y esta mente nuestra se equivoca con cierta frecuencia al imaginar ese león, o el futuro, incluso lo que realmente ocurrió en el pasado.
Nos equivocamos, nos engañamos a nosotros mismos más de lo que nos gusta reconocer. (...)

Datos sobre la autora

  • Helena Matute es catedrática de Psicología y directora del Laboratorio de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto.
  • Ha sido investigadora visitante en las universidades de Sydney y Queensland (Australia), Gante (Bélgica), Minnesota (Estados Unidos) y Málaga.
  • Ha publicado seis libros y más de ochenta artículos de investigación en las principales revistas científicas internacionales.
  •  Es miembro de número de Jakiunde, la Academia de las Ciencias, las Artes y las Letras del País Vasco.

 

Visibilizar la amenaza del cambio climático

Las amenazas que nublan el futuro del hombre y el planeta responden a fenómenos perturbadoramente opacos. La complejidad y la aceleración de los procesos desafían el pensamiento crítico en busca de respuestas, pero cabe quizás a la imaginación artística correr el velo y atisbar configuraciones todavía inaccesibles a otros lenguajes. El arte casi por definición vuelve visible lo que no se ve, pero lo mueve ahora una empresa mayor, una urgencia cosmopolítica. ¿Qué da para ver el arte de nuestro tiempo? ¿Qué reconstruye o restituye de lo que deliberadamente se oculta? ¿Cómo se renueva en el intento? (...)

El lento, tardío y no demasiado exitoso proceso de visibilización de la primera gran amenaza, el cambio climático, tiene un nombre que se ha popularizado en los últimos años como una especie de hashtag: el Antropoceno. Nombra una nueva era geológica en la que, a juicio de los geólogos que la proponen, el hombre se habría convertido en una fuerza que rivaliza en potencia con las fuerzas naturales, con un poder de devastación que equivale o supera el de los volcanes, los terremotos o la tectónica de placas.

Pero ese argumento que parecía destinado a permanecer en el discurso hermético de institutos científicos empezó a tener ecos bastante más amplios, y se convirtió en un concepto filosófico, antropológico y político que trajo un mensaje de urgencia moral y política al que debemos atender: el principal agente del cambio climático es el hombre, responsable de una destrucción y un crecimiento ciego que amenaza su propia supervivencia en el planeta. El Antropoceno es señal de nuestro poder, pero también de nuestra impotencia.

Pero quisimos considerar también a la otra gran mutación de las últimas décadas, capital en la transformación de la sociedad, la cultura y la vida cotidiana, y sin embargo igualmente opaca. La red que nació con Tim Berners-Lee en 1989 inauguró “la era del acceso” y alentó la última utopía del siglo XX, pero la ilusión se desvaneció muy pronto. Solo en la primera década del siglo XXI nacieron Wikipedia, My Space, Facebook, Instagram, Twitter y, sobre todo, el teléfono inteligente que, a una velocidad sin precedentes en los cambios culturales, se transformó en mediador indispensable de nuestra experiencia del mundo a través de un abanico de nuevos gestos: tocar, deslizar, arrastrar, pellizcar, extender. Pero si la revolución digital aceleró las comunicaciones y el acceso a la información a un ritmo sin parangón, contribuyó al mismo tiempo a desmaterializar el contacto, multiplicar el consumo y el control. La oscuridad de los mecanismos, sus poderes de interpretación, anticipación y decisión delegada se evaporan sin embargo en el glamour de objetos bellos, deseables, depositarios del afecto de los usuarios, que entregan alegremente un flujo cada vez mayor de datos a los nuevos centros de poder informático. “Internet va a desaparecer”, anunció en 2015 Eric Schmidt, el presidente ejecutivo de Google, aunque en realidad quería decir que muy pronto la red será tan ubicua que ya ni siquiera la veremos. La ironía sinuosa describe bien la conquista integral de la vida y la organización numérica del mundo que avanza felizmente desde las grandes corporaciones del Silicon Valley. Werner Herzog lo resume con una ironía inversa: “Pienso que deberíamos empezar a preguntarnos qué estamos haciendo con internet y qué está haciendo internet por su cuenta”.

Quisimos entonces abrir la discusión reunidos en un espacio abierto y público, y volver al diálogo cara a cara el lugar que ha perdido en la comunicación virtual. Invitamos a pensadores, escritores, arquitectos, críticos e historiadores del arte a pensar en las profundas transformaciones que han alterado nuestra relación con el mundo en las últimas décadas y a pensar en el arte sensible a estos apremios. Y también invitamos a artistas, porque creemos que el arte es una forma heterodoxa del conocimiento.

Las intervenciones, luego revisadas y enriquecidas por los invitados mismos, se presentan en este libro.

En el discurso de la política, de la economía e incluso a veces en el de las ciencias sociales reina un realismo craso, incapaz de imaginar el futuro. Pero es precisamente en la imaginación artística donde esa noción empobrecida del realismo está menos a gusto, aun en el arte que no tiene vocación política pero se vuelve político cuando hace posibles fantasías a primera vista impracticables. No sorprende entonces que en la inminencia de grandes amenazas el arte del nuevo siglo se haya vuelto sensible al debate abierto en torno al Antropoceno, que haya intentado una nueva forma de diálogo con los objetos y con otras formas de vida, que haya sido capaz de naturalizar las relaciones entre distintos saberes, cruzar barreras epistemológicas y componer un diálogo, sin que ninguna disciplina oficie de árbitro final respecto de las otras. Y si la mercantilización de la red ha producido una sincronización en masa que lleva al consumo cultural gregario estandarizado y la miseria simbólica, el arte ha intentado reintroducir la singularidad en la experiencia cultural y desconectar el deseo de los imperativos del consumo. La gran escala de los fenómenos nos paraliza, pero confiamos en que el arte puede explorar nuevas potencias de actuar, imaginar y pensar, y convertirse –el llamado es de Isabelle Stengers– en “caja de resonancia”. (...)

Datos sobre la autora

  •  Graciela Speranza es ensayista, narradora y guionista de cine. Se doctoró en Letras en la Universidad de Buenos Aires, donde enseñó literatura argentina.
  •  Desde 2009 es profesora en el Departamento de Artes de la Universidad Torcuato Di Tella.
  •  Entre sus publicaciones figuran Guillermo Kuitca. Obras 1982-1998 y el ensayo Manuel Puig.
  •  En 2014 fue Tinker Visiting Professor en la Universidad de Columbia, y en 2019, profesora visitante en la Universidad de Cornell.