Desde hace años, la literatura argentina se escribe al calor de los acontecimientos sociales. En tiempo presente, cuestiones como la lucha por la despenalización del aborto, los reclamos del feminismo y las disidencias sexuales, la violencia social, la pobreza, la inseguridad, el narcotráfico y las redes mafiosas integradas por delincuentes, policías, políticos y jueces son materia de narraciones. Autores consagrados como Guillermo Saccomanno, Claudia Piñeiro, Gabriela Massuh, Reynaldo Sietecase y Gabriela Cabezón Cámara encuentran en las imágenes fragmentarias que devuelve el espejo de la realidad social núcleos que germinan en ficciones.
Ese recurso se extiende también entre jóvenes escritores, como Mariana Komiseroff con Una nena muy blanca, Carlos Godoy con Jellyfish, Ariel Urquiza en su libro de cuentos (No hay risas en el cielo) y también en su primera novela (Ya pueden encender las luces), Hernán Domínguez Nimo (Los muertos del Riachuelo), Diego Muzzio (Doscientos canguros) y Dolores Reyes en Cometierra, entre muchos otros. Se asumen fragmentos de la realidad, que pasan a formar parte del delicado mecanismo de la narrativa. Como observó Jorge Luis Borges en una de sus conferencias, la literatura no solo no se opone a la realidad, sino que además puede servir para contarla mejor, amplificándola o completando sus vacíos.
Literatura a contrapelo. Para Sietecase, autor de cuentos y novelas en los que aflora el submundo del delito, desde la crónica o el periodismo narrativo se puede profundizar en temas de la agenda pública con mayor pluralidad de voces y actores que en los formatos periodísticos. “En este caso, lo que está vedado es la invención porque el contrato con el lector es la verdad –dice el periodista, narrador y poeta–. Pero con recursos de la ficción se puede alcanzar una dimensión de rigor y profundidad similar a la del periodismo duro y puro, aunque con más belleza. La literatura tiene requisitos que, cuando están al servicio de la narración real y se utilizan con eficacia, mejoran el relato y permiten iluminar cualquier tipo de hecho, incluso los sucesos que el poder quiere ocultar”. Sus cuentos y novelas nacieron de hechos reales: “Un crimen argentino, de un secuestro que termina con la disolución de un cuerpo en ácido sulfúrico; A cuántos hay que matar, de la venganza de un padre sobre los asesinos de su hijo; No pidas nada, de varios represores que se suicidaron mientras estaban detenidos, y Pendejos incluye diez historias de chicos asesinos. El mecanismo que utilizo es tomar como disparador un hecho que me conmueve o interesa, y luego narro con los recursos de la literatura y los permisos de la ficción”. Sietecase anticipa que está escribiendo una nueva novela, mientras prepara una antología de sus poemas.
Autora de un ciclo de novelas que indaga los efectos de la crisis de 2001 en una mujer “exiliada” de su destino (La intemperie), las máscaras de la clase media alta argentina (La omisión) y los estragos de los agronegocios en el norte argentino (Desmonte), Massuh acaba de publicar Degüello, novela ambientada en una Buenos Aires regida por funcionarios que hacen prevalecer intereses privados en el espacio público mientras, de paso, destruyen los lazos sociales. “Escribir sobre el contexto es escribir a contrapelo de la literatura –afirma Massuh, voz crítica de la gestión del PRO en la ciudad de Buenos Aires–. Es hacer caso omiso de la autorreferencialidad de la literatura. Es renunciar dolorosamente y por necesidad de las entrañas a tomar ese marco de referencia que, en otro tiempo, prometían las literaturas autónomas en su corpus de eternidad, de prestigio, de sapiencia a los lectores llamados cultos”. Para la narradora y ensayista, al escribir desde ese ángulo se incurre en “vicio de énfasis” y se asume el peor de los pecados: “Salir al aire tóxico de la realidad para tratar de entenderla, de conjurarla, de ponerle el cuerpo, es hacer lo que la literatura, por mandato, nunca debería hacer: salir de sí misma, dejarse atropellar por el sinsentido de un planeta en extinción o hacer el duelo por un mundo que ya fue. Por ejemplo, el de velar sobre la muerte y llorar a gritos por la expulsión de los orangutanes de sus talados bosques de Borneo”. En este último ejemplo, la autora alude a un episodio indeleble de su nueva novela, publicada por Adriana Hidalgo.
Realidades inclusivas. Los reclamos provenientes de los feminismos y las disidencias sexuales no solo modificaron la agenda política y de los medios de comunicación. También en el ámbito de la literatura varios autores se han hecho eco de esa dinámica social en pos de la ampliación de derechos y los reconocimientos. Autores LGBT como Facundo Soto, Silvina Giaganti, Cristian Molina, Gustavo Pecoraro, Camila Sosa Villada, Gabby de Cicco, Daniel Tevini y Santiago Loza, entre otros, muestran en sus poemas, cuentos y novelas un arco diverso de sensibilidades estéticas y políticas.
Con el debate por la despenalización del aborto, que dominó la conversación pública en ágoras reales y virtuales, el feminismo forzó además una reflexión sobre el lenguaje. “Una de mis preocupaciones actuales tiene que ver con indagar el modo en que ingresa la realidad (o sea, todo lo extralingüístico) en la literatura –dice la narradora y editora Ana Ojeda, que en 2018 obtuvo dos menciones en los premios nacionales–. Cómo dar cuenta de una experiencia vital marcada por una falta permanente de tiempo, la imposición de hiperproductividad, la competencia feroz de distintas tecnologías por nuestra atención... De hecho, la atención se ha vuelto casi un commodity, algo a la vez escaso y valioso. Situación agravada por el hecho de que cuanto más astillamos nuestras jornadas en ventanas de actividad paralela, más se degrada nuestra atención”. En Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia), además de recrear de modo literario los vínculos entre mujeres (una sororidad a los ponchazos en el marco de una ciudad cruel), Ojeda apeló a una herramienta del presente: el lenguaje inclusivo. “Muy pronto se me impuso la necesidad del inclusivo para trasladar temáticas que estamos discutiendo hoy como sociedad, y con él también los hashtags, que terminaron conformando una especie de conciencia que comenta los hechos que se van sucediendo, a la vez irónica y empática con las derivas de las personajes”. El suyo es uno de los primeros intentos de narrar en inclusivo.
Claudia Piñeiro suscribe las palabras de Antonio Tabucchi en Autobiografías ajenas. “Los escritores tenemos una especie de antenas con las que vamos captando diversas circunstancias, a veces antes que otros, y además tenemos la posibilidad de ponerlas en palabras. Por eso, muchas veces en cuentos y novelas aparecen cuestiones urgentes de la sociedad que todavía no se pudieron bajar a palabras en otros formatos”, dice. Para la autora de Las maldiciones, los escritores cuentan con una ventaja: la posibilidad de mentir en sus ficciones. “Podemos hablar de cualquiera de esos temas que desde la crónica o el periodismo necesitan una investigación, una cantidad de citas y testimonios, pero la ficción te permite jugar con esos temas sin necesidad de contar con fuentes. Nosotros inventamos y en ese inventar estamos viendo algo que otro tipo de escritura necesita esperar”.
La cuestión del aborto apareció en la literatura de Piñeiro por primera vez en Tuya, de 2005. “Temas como el aborto y la crítica de la creencia de que se puede hacer uso del cuerpo de la mujer como si fuera propio me obsesionaron desde mucho tiempo antes. La novela que escribo ahora tiene que ver, otra vez, con el aborto; esta vez va a tener características diferentes por todo lo que pasó –anticipa–. Si bien no voy a dar cuenta de las marchas ni de lo que sucedió concretamente, los personajes cuando hablan pasan por mi cabeza y mi cabeza ya pasó por el debate de 2018. En ese sentido, el afuera influye en la literatura”, concluye.
Mar de fondo editorial. Las editoriales locales se muestran interesadas en los modos en que la literatura asimila el presente. Al ya tradicional sesgo político de la narrativa argentina (de Sarmiento a David Viñas, pasando por Guillermo Saccomanno, María Teresa Andruetto y Martín Kohan), en años recientes varios escritores dirigieron miradas críticas a la flexibilización laboral, la violación de derechos humanos en democracia, el aumento de la pobreza e indigencia y la corrupción de los poderes del Estado.
“En esa capacidad de imaginar un mundo posible que tienen los escritores al escribir sus ficciones también cabe la posibilidad de representar parte de la realidad y dar coordenadas de identidad con un espacio y tiempo, con un momento histórico –dice la editora Paola Lucantis–. Es una opción en la literatura contemporánea. Para los escritores, tendrá que ver con la necesidad de reflexionar y contar las realidades que impulsan sus procesos creativos. Para los lectores, será la posibilidad de leer buenas historias con elementos reconocibles, que los dejarán pensando sobre la veracidad o no de los hechos y personajes. Y cualquier similitud será pura coincidencia”. En el sello que dirige, Lucantis dio a conocer novelas y relatos de Francisco Bitar, Mariana Travacio, Walter Lezcano, Valentina Vidal y Sergio Olguín. Con diferentes herramientas, los libros de esos autores construyen ventanas desde donde observar y cuestionar el mundo.
En su opinión, los escritores y las escritoras que trabajan con ese tipo de temáticas eligen fragmentos de la realidad para plasmar nuevos mundos posibles. “Así pueden describir la realidad, reflexionar sobre ella, burlarse, acercarse, evidenciar algún hecho o fenómeno –agrega–. Hay escritores que ahondan en temas fácilmente reconocibles en la agenda cotidiana, como las nuevas formas del amor, de la amistad, de los vínculos, de la relación con la tecnología; temas como la diversidad, el género, el aborto, el abuso, la maternidad, la delincuencia, la pobreza, la desigualdad”. En 2020, Tusquets publicará Baño de damas, de Natalia Rozenblum, novela sobre el amor y la amistad en la tercera edad; Con esta luna, de Marcelo Guerrieri, una historia que transcurre en una Buenos Aires urbana y marginal, y una novela de Pablo Otonello sobre las nuevas formas de las relaciones amorosas. Sellos independientes como Eterna Cadencia, Mardulce, Conejos, Blatt & Ríos, Entropía, Mansalva, Qeja, Baltasara y Letras del Sur sostienen líneas editoriales similares.
Poesía social. Raúl González Tuñón, Alvaro Yunque, Emma Barrandeguy y Francisco Urondo echaron luz sobre circunstancias dramáticas o difíciles de la realidad social local. “Se solía llamar poesía política o social a la que sostenía una causa –recuerda Jorge Aulicino, Premio Nacional de Poesía 2015–. Mientras se hacía esa poesía, se escribieron centenares de poemas políticos que no eran considerados tales; Argentino hasta la muerte, de César Fernández Moreno, era un gran poema político en el sentido que le doy a la palabra. Edgar Bayley y Raúl Gustavo Aguirre hacían poemas políticos en los años 50, tanto o más políticos o sociales que los de la poesía social”.
A la hora de intentar una definición de poesía social para el presente, Aulicino menciona La obsesión del espacio, de Ricardo Zelarayán, y los primeros libros de Leónidas Lamborghini (a su entender, el más flojo fue el célebre Eva Perón en la hoguera). “Un poema como María la sirvienta, de Juan Gelman, dan ganas de llorar, pero no por María –bromea el autor de Libro del engaño y del desengaño–. Sigo pensando lo mismo: está César Vallejo, que hablaba de la agonía política y vital de España, y está Neruda, que se golpeaba el pecho escandalizado por el golpe de Estado de Franco. Seguirán en vigencia estos modelos mientras la intelectualidad sienta que el odio y el pietismo la redimen de haber nacido burguesa”.
Fernando Gabriel Caniza, que coordina el ciclo de lecturas de poesía y narrativa Transpolar, considera que una parte de la poesía actual argentina toma cuestiones de la agenda social y política. “Hay quienes la abordan de una manera más directa, casi de coyuntura, y otras con alusiones más reflexivas –dice–. En mi último libro, Así estamos (Alción), está muy presente la reflexión acerca del impacto que el discurso y las políticas neoliberales provocan en la subjetividad, y explora en los modos de filtrarlo o de responder a eso”. Poetas como Luis Tedesco, Julián Axat, Pablo Anadón, Franco Rivero, Belén Iannuzzi, Guillermo Saavedra y Marina Mariasch, entre muchos otros, escriben bajo el efecto de ese impacto. Leer la poesía argentina contemporánea no solo permite calibrar el instrumento de la lengua sino también dar forma al sueño compartido que llamamos realidad.
Narración y coyuntura
Elsa Drucaroff
No hay literatura que deje de elaborar su coyuntura. Callarla es un modo de hablar. Tampoco hay literatura que deje de ser en el fondo estética e inútil, incluso si se propone el compromiso político. Pues para dar la ilusión de que refleja “lo social” y actúa directamente sobre eso, la literatura solo cuenta con procedimientos estéticos. El realismo juega a ser “copia fiel” de una coyuntura y sus procedimientos están destinados a disimular el artificio de toda literatura; el esteticismo juega a no tener relación con su coyuntura y sus procedimientos están destinados a exhibir el artificio. Son juegos. La tematización de la coyuntura social en nuestra narrativa no es nueva, renace en los años 90, como demuestro en Los prisioneros de la torre. Se dijo que desde la posdictadura la literatura argentina negó lo social porque se hablaba sin leerla. Pero los años 90 producen obras claves políticas: la de Fogwill, Historia argentina (Rodrigo Fresán), Las islas (Carlos Gamerro), La muerte como efecto secundario (Ana María Shua). Diciembre de 2001 trae un tsunami político: la novela negra del neoliberalismo corrupto –Reality (Beatriz Vignoli), Entre hombres (Hernán Maggiori), Delivery (Alejandro Parisi), La mitad mejor (Marcos Herrera), la novedad de Claudia Piñeiro: corrupción social en la familia. Es una narrativa a veces humorística, esperpéntica: no realista y política como la de Gabriela Cabezón Cámara, o la del terror social (Mariana Enríquez), el fantasy y cómic político (Marcelo Figueras, Leandro Avalos Blacha, Hernán Domínguez Nimo), mitologías de la pobreza (Leo Oyola, Juan Diego
Incardona). Hay poco bueno realista: el novedoso ¿realismo? social de género de Mariana Komiseroff.
*Docente, crítica y narradora, autora de Los prisioneros de la torre (Emecé) y El infierno prometido: una prostituta de la Zwi Migdal (Sudamericana), entre otros títulos.
Maridaje endeble
Hernan Vanoli
A lo largo de la historia, literatura y contexto nunca lograron hacer un buen maridaje. Los tiempos de la lectura literaria son otros, las exigencias en el plano del lenguaje también, y los intentos muchas veces apresurados de sintetizar ambas instancias suelen ser poco felices. Pero la coyuntura –regada de “temas” y alimentada por lo que Heidegger llamó la “avidez de novedades”– no es lo mismo que la imaginación técnica. La literatura es quizás una de las pocas instancias de circulación de discursos donde la imaginación se vuelve el eje de las discusiones, los debates y las sensaciones. Ante el avance de las series televisivas, ante la instantaneidad de la información, ante la proliferación de las opiniones en las redes sociales y, por encima de todas las cosas, ante la expansión acelerada del cambio tecnológico, la literatura es una práctica privilegiada para indagar en los procesos introspectivos que son inaccesibles a las otras formas de expresión (o de arte), y para forzar los límites de la imaginación técnica (que sí son coyunturales, porque todo sucede a velocidades inauditas), la empatía, y también el lugar donde los pensamientos se encuentran con los sentimientos más allá de las imágenes. Y las fantasías, los deseos y los temores en torno de la cada vez más acelerada fusión de lo humano con lo digital. Son esos los pantanos donde la literatura construye hoy su siempre precario pero también luminoso hogar, y no en la coyuntura. Sus albañiles son una marea de escritores que trabajan en forma precaria, produciendo contenidos culturales que son capitalizados por enormes plataformas de extracción de datos como Facebook o Google, las dos verdaderas amenazas a la democracia occidental. Albañiles escritores que son nanoactivistas a la fuerza, ya que esa es la lógica con la que fueron creadas las redes sociales: la polarización, la compulsión a pronunciarse sobre todo, la exposición de la experiencia como obra de arte sin valor aunque fundada en la sinceridad. Y la apropiación privada del valor social. Hablemos de coyuntura.
*Narrador y ensayista. Su último libro es El amor por la literatura en tiempos de algoritmos. (Siglo XXI-Crisis).