El Rey de los Alisos
El urogallo
Autor: Michel Tournier
Género: novela/relato
Editorial: Alfagura $39 y $37
A mediados de los años sesenta, Michel Tournier revitalizó la literatura francesa. En un panorama por entonces gobernado por el nouveau roman, las novelas de Tournier se convirtieron rápidamente en las preferidas de un público culto y aburrido de las estructuras narrativas complejas, las descripciones interminables y las tramas inexistentes.
Tournier significó el regreso a la literatura “disfrutable”. Frente al programa disolutorio del objetivismo francés, Tournier declaraba como sus maestros a Perrault, La Fontaine, Kipling, Selma Lagerlof y Jack London, y se largaba a contar cuentos terribles con el mismo tono entre divertido y cariñoso con que lo haría una abuelita. Ahora, Alfaguara acaba de reeditar dos de sus libros más importantes, desde hace tiempo inhallables en las librerías.
Tournier escribe con una única finalidad, reunir literatura y filosofía en una obra de alto contenido poético y sencillez extrema. El camino, el vehículo y punto de encuentro de estas dos disciplinas será el mito. Mitos de la tradición cristiana o latina, mitos griegos y romanos, literatura convertida en mito, todos le servirán a Tournier para tratar de iluminar las complejidades del tiempo que le tocó vivir.
Sus grandes temas son el aislamiento frente a lo social avasallante, la iniciación como reconocimiento de lo instintivo, los marginales, la naturaleza, el bien y el mal. Cada uno de esos temas hallará su espejo, su vehículo en un mito: Caín y Abel, los ogros, San Cristóbal, el bosque como lugar temible, Robinson Crusoe, los gemelos Cástor y Pólux.
Escritor tardío –Tournier nació en París en 1924– publicó su primera novela, Viernes o los limbos del Pacífico, en 1967. Tournier reescribía allí el Robinson Crusoe de Daniel Defoe bajo una nueva óptica: en sus años de aislamiento en la isla y luego de un período de desesperación y regreso a la animalidad, Robinson lograba una especie de nirvana en su relación con la naturaleza salvaje. Así, cuando muchos años después aparece un barco para rescatarlo, se niega a volver a la civilización. La vida en sociedad, para él, es sólo brutalidad. El retiro y la soledad lo ponen en relación directa con la paz espiritual; la contemplación de la naturaleza lo ilumina. En uno de los relatos de El urogallo, Tournier reescribe una vez más la historia, dándole otra vuelta de tuerca.
Los enfrentamientos de lo urbano y civilizado frente a lo animal y salvaje se repiten en otros cuentos del libro. Tournier siempre tomará opción por estos últimos. Ya en los delicados ensayos de Celebraciones, el autor había afirmado que “durante milenios el bosque fue el mal, lo salvaje, el refugio de animales terroríficos como el lobo o el oso, y de los hombres rechazados por la sociedad, incluso de monstruos medio mitológicos, ogros y brujos, enanos y gigantes; pero el bosque es también la gran naturaleza viva y vivificante, el triunfo de la clorofila, el regreso a los orígenes”.
El mito del ogro, el devorador de niños gigantesco y brutal, aparecerá en El rey de los Alisos, su segunda novela, ganadora en 1970 del Premio Goncourt y que ahora se reedita. Allí, Abel Tiffauges, un ogro entre cándido y siniestro, francés prisionero de los alemanes, se ocupará de seleccionar niños para conformar un campamento militar nazi. En una novela compleja y cargada de significados, Tournier entremezcla filosofía, religión, semiótica e historia, logrando un tour de force sin precedentes que demarca, de alguna manera, la imagen de la guerra como devoradora de inocentes. En paralelo, La fuga de Pulgarcito, uno de los excelentes relatos de El urogallo presenta a otro ogro, pero ahora convertido en “hippie” y vegetariano.
Tal vez la marca más profunda en la obra de Tournier, más allá de su oscura espiritualidad (en general de origen cristiano) y las vastas referencias culturales, sea un sentido del humor por momentos hilarante y por otros perverso. Irreverentes y profundas, sus narraciones van más allá de la filosofía y de la literatura misma. Sus palabras están teñidas de la ferocidad e insolencia propias de un niño maligno y de la quietud y sabiduría de un occidentalizado maestro zen.
Desde estos libros, sumamente recomendables, la voz de Tournier se alza como la voz de un anciano que habla con la experiencia de los años y la picardía del libertino obsesionado por volver a las fuentes: el bosque sagrado, el paraíso de donde el hombre fue expulsado para vagar desde entonces por entre el cemento y la velocidad de las ciudades.