En una nota anterior, describí brevemente el existencialismo de Heidegger, al que califiqué de pseudofilosofía. A su autor lo llamé Kulturverbrecher, delincuente cultural, porque acuñó moneda intelectual falsa. Hoy me referiré brevemente a algunos de sus secuaces, en particular los primeros existencialistas criollos.
El existencialismo de Heidegger fue importado en Argentina a fines de la década del 30, por Carlos Astrada, quien lo había aprendido del propio Martin Heidegger en Freiburg. Astrada y su amigo Jordán B. (nacido Giordano Bruno) Genta eran tan nazis como su maestro.
Anteriormente, ambos habían sido bien preparados por la filosofía anticientífica que imperaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En ella se había destacado Coriolano Alberini, discípulo de Giovanni Gentile, el neohegeliano que había escrito junto con Mussolini el artículo sobre el fascismo que apareció en la gran enciclopedia italiana, y se había desempeñado como ministro de Educación del gobierno fascista. La reacción filosófica contra el llamado positivismo (que en realidad era cientificismo) vino de la mano del fascismo. Curiosamente, hoy día muchos sedicentes izquierdistas son tan irracionalistas como los fascistas de mi juventud.
El sobrino de Astrada, criado por éste, me contó que la raíz de la germanofilia de su tío era su odio al Imperio Británico, que en aquella época era la potencia dominante y oprimente en el Río de La Plata. En este respecto, los “nacionalistas” criollos se parecían a los irlandeses: tanto unos como otros estaban más dispuestos a cambiar de collar que a descollarse. No fue coincidencia el que el jefe de la Alianza Nacionalista Libertadora, la milicia fascista argentina, se llamase Patricio Kelly.
Tanto Astrada como Genta hicieron carrera universitaria a la sombra de la dictadura fascista y ultracatólica que subió al poder con el golpe militar del 4 de junio de 1943. Genta fue nombrado rector-interventor de la Universidad Nacional del Litoral. Uno de sus primeros actos fue destituir al matemático José Babini y al historiador de la ciencia Aldo Mieli.
Yo recuerdo nítidamente ese día, el 1º de agosto, porque estaba visitando el Instituto de Historia de la Ciencia, dirigido por Mieli y Babini. El mismo día, mientras cenaba en lo de Babini, me llegó la noticia de la muerte del presidente de la Confederación Argentina de Ayuda a los Aliados, quien poco antes había sido encarcelado por su destacada actuación antinazi. Ese hombre, Augusto Bunge, era mi padre.
En la misma época, el mismo gobierno militar destituyó al profesor Bernardo A. Houssay, el primer argentino en hacer ciencia experimental en el país, así como el primero en organizar un laboratorio con más de cien investigadores que publicaban en revistas de circulación internacional. Houssay fue también el primer argentino en recibir, cuatro años después, un Premio Nobel en ciencias. ¿Puede ser mera coincidencia el que el existencialismo subiera al mismo tiempo que bajaba la ciencia?
Yo reaccioné fundando en 1944 la revista de filosofía Minerva, la que existió solamente seis números, pero circuló por todo el continente. El objetivo central de esta revista era combatir el irracionalismo que llegaba tanto de Alemania como de la Francia fascista, cuyo lema era “Dios, patria y familia”. De hecho, sólo uno de los artículos de la revista trató del irracionalismo: fue el escrito por Alfred Stern, axiólogo austríaco, entonces refugiado en México y que después enseñó en el Califonia Institute of Technology.
Los demás artículos, escritos por filósofos como Francisco Romero, Risieri Frondizi y Rodolfo Mondolfo, el matemático Julio Rey Pastor y el aprendiz de físico que esto escribe, versaban sobre asuntos más importantes. El existencialismo fue objeto de notas breves de mis amigos Isidoro Flaumbaum, Hernán Rodríguez Campoamor y Gregorio Weinberg.
De modo, pues, que Minerva no pudo cumplir su misión. Pero creo que tuvo el mérito de publicar algunos artículos de buen nivel y de difundirlos por todo el continente, en una época en que no había otras revistas latinomericanas de filosofía.
En 1955, al caer el gobierno de Perón, Astrada y Genta fueron cesados en sus cargos, no por imitar a un imitador de la filosofía, sino por haber servido a todos los gobiernos autoritarios que pudieron. Poco después, Genta fue asesinado por el grupo guerrillero trotskista, que lo acusó de haber sido la musa de la Fuerza Aérea, la más fascista de las tres Fuerzas Armadas. Astrada, que no había actuado en política, siguió escribiendo y terminó cerca del marxismo.
En 1957, cuando ingresé en la Universidad de Buenos Aires como profesor de Filosofía de la Ciencia, no tuve si no un colega existencialista, un oscuro profesor adjunto de Etica (disciplina imposible según Heidegger). Dado que algunos estudiantes querían saber qué era el existencialismo, dos años después ofrecí un seminario sobre el texto de Heidegger acerca de la verdad. Como corresponde, nos reuníamos en el subsuelo, lo más cerca posible del infierno.
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