CULTURA
escritora a la carta

Margo Glantz: ficción-ensayo y viceversa

Recientemente galardonada con el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en idioma español –el más importante que se otorga en su país cada dos años–, la mexicana Margo Glantz ha apuntalado en las últimas décadas una obra que imbrica la ficción con el ensayo e incluso con Twitter. Editada continuamente en la Argentina, la suya es una literatura viva, rabiosamente contemporánea.

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Distinción. La ceremonia del premio se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes. | cedoc

Con su libro Las genealogías (1982), Margo Glantz inauguró en México un tipo de literatura –que luego continuarían Bárbara Jacobs, Carmen Boullosa y Elena Poniatowska en La flor de lis– que presenta la cuestión de la identidad en una amplia vertiente: la judía –Glantz es hija de emigrantes judíos ucranianos– y la del país de origen, implementando una escritura que apela a las posibilidades de narrar la crisis contemporánea del sujeto social y particularmente del sujeto mujer. No resulta azaroso, por tanto, que haya dedicado importantes ensayos a Sor Juana Inés de la Cruz y La Malinche, dos figuras femeninas significativas, para llevar a cabo su propuesta: erosionar las estructuras tradicionales como estrategia para interpretar la historia y los movimientos sociales a contrapelo de los tópicos de la literatura y también del propio cliché de lo femenino.

Propuesta que extiende a sus obras de ficción Síndrome de naufragios (1984) y Zona de derrumbe (2001); volumen, este último, en el que cuerpo y enfermedad gravitan de manera decisiva como, asimismo, en su novela El rastro (2002), que se estructura en torno a un centro vital, el corazón, y a partir de ahí el relato se materializa gracias a las distintas formas de narrar la subjetividad. 

En Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (2005), la protagonista, Nora, vuelve a explorar el mundo a través de pequeñas observaciones, de una mirada inclinada hacia el detalle, que se constituye, por acumulación, en la única manera posible de acercarse a una verdad más rica, más proteica sobre el entorno y su propia historia. Por los intersticios de las zonas clausuradas, como los conventos de sus monjas sabias, a las que tantas páginas ha dedicado la autora, es por donde se expande no solo una visión del mundo amplia en matices, en descubrimientos ínfimos pero poderosos, sino otra más singular, más narrativa, incluso más desquiciante, pero plena de interés.

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En sus obras, en particular en esta última, encontramos historias mínimas sobre diversos exilios y viajes, y por las que desfilan padre y madre judíos, un exmarido, unos hijos y un ejército de canes que dan lugar a un extenso y nostálgico relato de todos y de cada uno de los perros que formaron parte de la intimidad de Nora. Y también está su voz protagónica, a veces difuminada que, para no hablar de sí misma, necesita apoyarse en referencias culturales, en otras vidas, como las de Teresa de Jesús y Moisés; las de su ídolo, el diseñador de zapatos Salvatore Ferragamo; y en heroínas de ficción, en autores extranjeros y nacionales –nombra con familiaridad, de su país, a Carlos Fuentes y Monsiváis, a Sergio Pitol y Mario Bellatín, a Juan Villoro y Rulfo–, alude a pintores y artistas de Hollywood; comenta aspectos de algunas capitales del mundo, México principalmente, Londres y otras ciudades europeas, pasando revista, incluso, sobre acontecimientos de la actualidad, como el 11M, que sacudió Madrid una aciaga mañana de 2001, cuando el terrorismo impuso su prepotencia más siniestra.

Desde los años 60, Margo Glantz viene escribiendo textos encadenados por un mismo signo. Todo tema o registro que aborda –poema, relato, novela, ensayo– le sirve para dislocar cualquier preceptiva, orden o visión que se pueda tener de los géneros, pues con la mayor frescura se complace en extralimitarse, en desobedecer las convenciones y, consecuentemente, desafiarlas. De ahí que encontremos en la lectura de sus artículos el placer que proporciona un relato de ficción; y que en sus ficciones de imaginación nos topemos con fragmentos propios del ensayo, con una prosa que refiere los motivos de la escritura y apela a la crítica de arte, a la reconstrucción erudita de la historia.

Hay un tono peculiar en esta autora que hace posible la armonía entre los distintos celajes de sus textos en los que conviven el relato, la crónica, la cita culta y la canción desgarrada del tango o de una ranchera. Dentro de esta estética de lo “menudo” encajan sus artículos que son, sin embargo, ensayos fundamentales sobre la nueva España, sobre las crónicas del descubrimiento y los cronistas de Indias, sobre la vida en los conventos de monjas que se lanzaron a la conquista de la escritura, de la voz propia. Así, en La desnudez como naufragio: borrones y borradores (Madrid, 2005), Margo Glantz se ocupa, ella misma nos lo refiere, “de dos períodos de la historia colonial, primero de la Conquista, luego del Virreinato, y en especial de Sor Juan Inés de la Cruz”. 

Basta leer algunos títulos para advertir que en ellos la autora también cultiva el imaginario del cuerpo. En La Malinche: la lengua en la mano, nos habla de esa india que fue entregada a Hernán Cortés en un lote de esclavas y que tenía el don de “lenguas”, una habilidad enorme para aprender el español y servir al conquistador de traductora e intérprete. Una india que era, por otra parte, bilingüe, pues conocía tanto el maya como el náhuatl, además de ser, según se la describe, “entremetida y desenvuelta”. Pero lo que Glantz quiere averiguar aquí o descubrir con su indagación es, nada menos, el secreto que encubre y la vuelve imprescindible “camarada” de los oficiales invasores, concubina o barragana, soldadera del capitán Hernán Cortés que, luego, curiosamente, pasó a llamarse capitán Malinche. 

En la segunda parte de La desnudez como naufragio, Glantz dedica páginas excepcionales a Sor Juana y a otras monjas, y habla especialmente de la conquista de la escritura en ellas. Ensayos que tienen como horizonte investigar, con la minuciosidad de la pesquisa, de qué manera se les permitió a ciertas mujeres ingresar a la tradición escrituraria reservada a los hombres. ¿Y cuál fue el camino de la escritura por el que las monjas optaron?, ¿el hagiográfico, es decir, esa escritura que narra la vida de los santos, todos intachables, tan frecuentada por los monjes, o el autobiográfico? La autora también se pregunta si Sor Juana pudo escapar, y cómo, a las condenas que recaían sobre las mujeres que en esa época cometían el pecado de tomar la pluma. Y más aún, por qué aquello que escribieron las monjas, en su gran mayoría, no se conservó ni fue publicado. Glantz nos revela las razones más ocultas que permitieron a Sor Juana ver en imprenta sus escritos, como el más citado de ellos, Respuesta a Sor Filotea que, en lugar de ser un escrito edificante, una vida modélica de santos, es, en realidad –subraya–, una autobiografía.

Glantz trabaja en el marco de la memoria genérica esas entonaciones que designan lo femenino y procura otro tejido con el objeto de resignificarlas; entiende que crear es, a la manera de Roland Barthes, realizar la escritura afectándose a uno mismo.