Mientras el artista Alberto Echegaray Guevara (alias Cayman) expone durante la primera edición de Art Basel Cities Buenos Aires, una escultura de acero de más de cuatro metros denominada Pinocho: no mientas más, que refleja los escándalos de corrupción que atraviesa el país y las mentiras de los políticos y gobernantes, hoy cierra la muestra Melodies of Certain Damage (Opus 2), de la israelí Naama Tsabar (1982) en el Faena Art Center Buenos Aires.
Radicada en Brooklyn y formada en la Universidad de Columbia, Tsabar es conocida por sus sensoriales obras escultóricas y sonoras que tratan asuntos relacionados con el poder y la perspectiva de género.
En sus instalaciones y performances, como sucede con la exhibición site-specific del Faena Art (con la que se presenta por primera vez en Argentina), principalmente explora desde distintos enfoques las formas culturales del rock & roll, la decadencia de la vida nocturna urbana y sus gestos violentos y subversivos pero también patriarcales, en base a su experiencia como integrante de una banda punk y como barman.
Curada por Zoe Lukov (directora de Exposiciones del Faena Art de Miami y coordinadora curatorial del Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles), Melodías para cierto daño (Opus 2) es un ambiente interactivo compuesto de diez plataformas a ras del piso donde se ubican guitarras eléctricas destrozadas que, sin embargo, conservan sus cuerdas en una nueva disposición, con sus respectivos amplificadores a escasa distancia.
Tsabar emplea el ícono de la guitarra rota de la cultura del rock, cuya destrucción suele consumarse como una ceremonia transgresora, como un cuerpo resignificado hecho de fragmentos y trozos deformes que articula en un nuevo circuito, inventando de ese modo una serie de instrumentos dislocados que funcionan de acuerdo con múltiples posibilidades sonoras.
En ciertos momentos, la instalación es activada por performers locales que colaboran con Tsabar (seis músicos mujeres: Gabriela Areal, Florencia Curci, Violeta García, Luciana Rizzo, Natalia Spiner y Carola Zelaschi) aunque también el público puede interactuar con los objetos tocando y haciendo sonar las guitarras despedazadas.
Si bien probablemente Jerry Lee Lewis fue el primer rockero que destruyó su instrumento musical en plena actuación, prendiendo fuego a su piano, Pete Townshend de The Who, se convirtió en los 60 en el primero que hizo añicos su guitarra al tirarla contra el techo del Railway Tavern de Harrow, cerca de Londres. A partir de allí, inmolar instrumentos fue un acto violento e icónico de los conciertos de rock, y diversos guitarristas (Jeff Beck, Jimi Hendrix, Ritchie Blackmore, Kurt Cobain, Matt Bellamy, Gustavo Cerati, entre otros) lo celebraron en distintas épocas y circunstancias. Quizá el más aclamado se realizó el 18 de junio de 1967, ante más de 200 mil personas, en el Monterrey Pop Festival celebrado en San Francisco, después de una larga interpretación de Wild Thing, cuando Jimi Hendrix (1942-1970), considerado por muchos el mejor guitarrista de la historia del rock, incendió su guitarra valiéndose de benzina y fósforos, para quedarse contemplando de rodillas cómo ardía.
Anexado a la instalación, el Faena Art exhibe también un video de Naama Tsabar donde se la puede ver golpeando una guitarra contra el suelo, consiguiendo de ese modo que se rompa el suelo, pero no el instrumento.