CULTURA
Una antologa de clase

Niños ricos

Jorge Consiglio, Pedro Mairal y Juan Forn figuran entre los 16 autores que forman esta nueva antología que tiene como tema los colegios de elite.

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En Los gauchos irónicos, Juan Terranova incluyó un texto que se llama El fetichismo reciente por la antología argentina, donde observa que desde el prólogo de Evaristo Carriego, Borges ya incluía “la antología entre las ‘instituciones piadosas de nuestras letras’” y luego, sin perder tiempo, repasa las antologías de los últimos veinte años, con toda clase de prólogos, firmados con nombre y apellido o solamente con el genérico “los editores”. No es algo raro entonces que de vez en cuando aparezcan antologías desde la, a estas alturas, canónica que hizo Héctor Libertella en 1997 para Editorial Perfil hasta Vagón fumador, dedicada al tabaco y compilada por Mariano Blatt y Damián Ríos en 2008 para Eterna Cadencia.
Nenes bien es la más nueva: compilada por Martín Kunik para Edhasa, la conforman 16 autores, desde muy conocidos y con algún grado de reconocimiento entre sus pares y la crítica, como Jorge Consiglio, Pedro Mairal y Juan Forn, hasta no tan conocidos, como María del Carril, Diego Materyn (ganador del Premio Indio Rico 2014) y Matías Amoedo. Kunik cuenta que la idea nació durante la cobertura del Mundial de Fútbol de Brasil que hizo el escritor Santiago Llach para un sitio web. En una de esas crónicas le contaba a su hijo el encuentro con tres ex compañeros de colegio del tradicional San Juan El Precursor de San Isidro, pero además recordaba un relato de Pedro Mairal y su relación con el rugby en un colegio de elite. Kunik, con la propuesta esbozada, recibió a modo de desafío por qué no hacerla él; enseguida vino el contacto con Llach, y tras un aparente desinterés, el bombardeo de mails del autor de Crónicas canallas con nombres de escritores que habían estudiado en colegios de elite. Kunik se encontró así con cincuenta nombres, de ésos llegaron 36 historias, finalmente seleccionó 16: “Tengo material para otro libro”. El criterio fue simple: “Mostrar historias que den una panorámica de las escuelas privadas de elite, sin que ello tenga que ver con una descripción del colegio en sí”. Para él, la literatura argentina contemporánea tiene escritores representativos en cada una de sus clases: Cucurto en la clase baja, Fabián Casas en la media y Mairal en la alta, aunque Mairal “tiene algo de Fogwill porque logra sacar los tonos de voz e interpretar diferentes clases y se burla de lo cheto siendo un privilegiado”.
La importancia del deporte, de Mairal, fue uno de los cuentos que detonaron Nenes bien, ya que aquí se esboza una especie de arte de pasar inadvertido en un secundario de 500 alumnos; aquí, al igual que María del Carril, las descripciones del lugar social sólo quedan como aura; a excepción del deporte, no hay otra mención. Sin embargo, lo que marca la diferencia con otros relatos es la referencia a su oficio actual, como si ese arte de pasar inadvertido se hubiera convertido en literatura: “Igual que ahora, supongo, ahora que en este juego enorme de la adultez practico este otro juego paralelo, casi invisible, de la literatura”.
Para Mairal, esta invisibilidad tiene que ver con el lugar por donde va la escritura: un lugar mental, y esta actividad es muy distinto a la de publicar, donde sí se puede lograr visibilidad. En cuanto a qué tan “nene bien” se considera, es enfático: “Nadie quiere ser niño bien en el ambiente cultural. Todo el mundo se hace el lumpen. Los artistas que fueron a colegios caros y pertenecen a sectores privilegiados en general se están desmarcando de esa pertenencia, como si fuera un estigma. Creo que la escritura cobra espesor cuando un autor asume su pertenencia social y logra mirarse, y mirar los códigos de clase. Toda pertenencia social es una asfixia si no se logra traspasar y cuestionar”. Recordando su época escolar y hacia dónde apuntaba su colegio, esto es a los deportes y al éxito empresarial, “yo era un dudoso, medio oblicuo, indefinido. Para los protopolistas de Barrio Parque supongo que yo no sería un niño bien”.
Pese a lo que se pueda pensar, hay una interesante variedad en los cuentos seleccionados, variedad tanto en la calidad de algunos como por el modo en que abordan esto de pertenecer a un lugar social. Hay desde descripciones muy precisas de ese lugar social hasta textos que trabajan con la marginalidad y, entre medio, narraciones que apelan a una tradición tipo Borges o del Boom Latinoamericano, otras hablan de escritores, e incluso unas se atreven a exhibir ternura y sensualidad. Llama la atención que en una antología de “nenes bien” los sentimientos que predominen sean los negativos: resentimiento, venganza, violencia, todo con el fin de asegurar la pertenencia de clase y no caer en la denostada marginalidad, que es un terreno nefasto, porque es el exilio de los privilegios, en definitiva del lugar social.
 Safari, de Matías Amoedo, por ejemplo, retoma la idea borgeana de los duelos, pero con menor intensidad, ya que se trata de una pelea entre dos muchachos de un colegio. De estos duelos, porque no se trata del que se narra solamente, sino de una historia de zanjar diferencias, Amoedo escribe: “Las peleas empezaban poco después del timbre de salida y terminaban cuando uno de los oponentes iba perdiendo con claridad”. En este duelo bien participa un niño que ha perdido a su madre, y el resentimiento que surge a partir de eso se convierte en rabia, en puños, en derrota para su oponente más grande: “Le tiré un derechazo a la nariz y me arrepentí por no haber comenzado a pelear muchos años atrás. Le incrusté el puño en el tabique, Reynolds trastabilló y cayó de espaldas”.
Por su parte, Hernán Firpo en Mucamas trabaja con el debut sexual con una mucama, algo visitado como tema narrativo, ya que está presente en algunos narradores del Boom Latinoamericano, como José Donoso en Coronación, y si se piensa en trabajadoras y ampliamos esa concepción a trabajadoras sexuales, también en Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa: dos escritores que también fueron “nenes bien”. Pero Firpo introduce la variante política o de historia reciente: “Los chicos que crecimos con Videla y mucama éramos más ingenuos que el resto y los sábados terminábamos la noche tomando licuado de banana en el grill de Pueyrredón y Santa Fe”. De todos modos esta variante es enunciativa, lo que muestra el cuento es un clasismo hacia las mujeres y en particular hacia la mujer pobre en esa clase social. Si en Firpo y Amoedo la visita a Borges y al Boom Latinoamericana funciona bien, porque es sutil, en Pablo Ottonello sin duda se lleva al extremo este procedimiento, porque su sistema de citas de autores y de conversaciones de literatura es exagerado: Hemingway, Nabokov, Salinger, Santiago Llach. Y al llevar a un extremo su sistema de citas alcanza a un arribismo literario, que va muy bien, en todo caso, con el título en latín del cuento: Sic itur ad astra.
Puede ser que la experiencia literaria, o lo que se conoce vulgarmente como “cancha”, haga abandonar las citas e intentar otro abordaje. Jorge Consiglio en En la terraza demuestra cómo hay que abordar el pie forzado de la antología, al narrar lo que unos chicos consideraban una “transgresión”, esto es ir hasta la terraza del colegio, fumarse un cigarro, mojarse los labios con gin y conversar como si fueran otros. En este caso, y al igual que en el cuento de Matías Amoedo, aflora el resentimiento en un chico que es hijo único, blanco y con acné, quien como un modo de ganar notoriedad denuncia al grupo de chicos de la terraza, con la consecuente expulsión de dos de ellos, es decir logra transmitir el resentimiento: expulsión escolar pero también del lugar social. Luego de un tiempo los expulsados tienen que irse a un colegio comercial, donde ante el clima hostil de sus nuevos compañeros entienden “que no se trataba de resistir sino de cambiar la actitud. Corrernos de la zona de vulnerabilidad a la zona de respeto”, y para ellos deben ser otros y lo primero que hacen es cambiar su indumentaria.
Para Consiglio, el resentimiento tiene más que ver con la crueldad que se da durante la adolescencia y de las estrategias de supervivencia, “quizás porque en ese momento de la vida se tiene fe ciega en las utopías; de hecho, podemos considerar al púber –y al traidor, como dice Piglia– como el héroe utópico por excelencia. Para el adolescente, el hoy es una tierra baldía cargada de mandatos –estúpidos e injustos– que debe quebrar cueste lo que cueste”. El resentimiento tiene además una importancia narrativa, ya que “es el motor de la acción, significa una ética y una estética”. En todo caso, la vida de Consiglio no ha sido la de un “nene bien”: viene de una familia de clase media “estándar”, cuyos padres se esforzaron por mandarlo a un colegio privado en Villa del Parque, “de los más baratos”. De ahí que su vida como escritor no quedara marcada por ese colegio, ya que fueron mucho más importantes “el grupo de amigos con los que íbamos a recitales y nos pasábamos libros y discos. Eso, creo, fue un factor clave para que me dedicara a la escritura”.
También hay marginalidad devenida en aislamiento en María del Carril y su cuento Recuerdo de Rodrigo Bauzá, que ofrece dos historias: la del padre y la del hijo, la excentricidad de uno determina el aislamiento del otro. Aquí casi no hay descripciones, sólo un aura de un lugar social, que tiende a expulsar, como señala Matías Kunik en la introducción, a los diferentes, o dicho de otro modo: “Las historias de este libro ponen en duda la homogeneidad y el sentido de pertenencia de quienes pasaron por colegios pitucos”. Porque además los cuentos reunidos en Nenes bien transitan ese eje de pertenencia versus marginación.
Hay dos relatos que destacan por su perversión cinematográfica, esto es historias que son atravesadas por una especie de sentimiento oscuro que a la vez se tiene la sensación de haberlo visto en alguna película. Carlos Bernatek en Primer viernes, por ejemplo, muestra una granja de rehabilitación, “un lugar adonde llevan a los inadaptados para que se vuelvan mansos. Es un sitio rural pero metido en el suburbio sur, en un barrio obrero donde las paredes todavía gritan consignas de sindicatos”. Una granja particular, porque es dominado por sacerdotes y todo gira en torno a la Iglesia: la educación sentimental, el aprendizaje, la fe, todo; el sacerdote conoce los pecados de los chicos porque los confiesa cada viernes y luego en la semana les enseña, de ahí que el narrador señale: “Ese confesor, devenido docente, portador de tu secreto, suma elementos de juicio a la hora de continuar juzgando, siempre juzgando y condenando”.
El otro relato perverso y cinematográfico es Hordas irlandesas en Palacio, el único no inédito al momento de pedirlo Kunik, ya que, como cuenta Juan Forn, “es el capítulo uno de mi novela sobre los 90 y el menemismo, Frivolidad”. Más allá de eso, Forn ensaya un aspecto poco tocado en esta antología: el esnobismo de un establecimiento educacional que festeja sus 35 años en un restaurante japonés a punto de inaugurar, donde el cubierto para la cena vale 150 dólares. El mentor de la fiesta es un tránsfuga que vio cómo se fue convirtiendo un colegio de clase media en uno snob: bastó con encarecer las colegiaturas y traer curas irlandeses. La cena a la que acuden trescientos ex alumnos mezcla mundos: “Oficinistas exhaustos que apenas habían tenido tiempo de ducharse, afeitarse y cambiar de camisa antes de venir” con “millonarios de la City, o políticos faranduleros, o cadavéricos reptiles con aspecto de venir de una orgía”. Claramente el relato trabaja el exotismo, donde el núcleo del conflicto es una puesta en escena, en la que el protagonista hace una especie de documental destinado a ridiculizar a unos y otros. Pese a la factura, suena a esas películas yanquis donde ex alumnos de secundaria, después de años, organizan una fiesta para vengarse de sus ex compañeros. “El uso de una fiesta y una institución educativa tiene una obvia razón de ser en el libro”, explica escuetamente Forn.
Pero también en Nenes bien hay espacio para los buenos sentimientos, como la ternura y la sensualidad. Aquiles Cristiani en Himno a Marte aborda en mayor medida la ternura, mientras que Diego Materyn, en El profesor, la sensualidad (de hecho hay una de las pocas escenas eróticas de la antología). El primer cuento trata de un joven profesor de oboe que se inicia en la docencia enseñando en un colegio de señoritas, entre las cuales están la sobrina de De la Rúa, una nieta de Cavallo y una pariente lejana de Macri. El cuento de Cristiani está alejado de casi todo sentimiento negativo –violencia, resentimiento, venganza–, y eso se agradece.
Pero Cristiani escribió este cuento hace algunos años, influido por el personaje Julien Sorel de Rojo y negro, de Stendhal: “Me atraía particularmente el deseo interclase como formulación del éxtasis trágico”. Es sincero a la hora de admitir que en esa época de su vida no quería pensar, “sino encontrar una forma de escribir que no me hiciera sentir ni estúpido ni culpable. Quizá la forma que encontré de establecer un canal entre clases fue la ternura y la sensualidad”. Este autor vivió muchos años en San Isidro, por lo que conoce bien el tono de la gente que vive allí, aunque “yo estaba instalado en un mapa bucólico y solitario que nada tenía que ver con lo cheto; mi visión del territorio era más Juanele Ortiz: río, sauce, libélula, pájaro carpintero, horas de nada, de lectura. Yo en realidad vivía en Nueva Bélgica”.