Es probable que Haroldo Conti en vida no se haya autopercibido –para decirlo de un modo bien actual– como un periodista en sentido estricto, pero no caben dudas de que su relación con el periodismo y los medios gráficos recorre e hilvana su vasta trayectoria como escritor todo terreno y hombre de la cultura. Esto queda demostrado con la aparición del libro En prensa (1955-1976), recién publicado por Ediciones Bonaerenses, que recoge la casi totalidad de sus aportes en ese rubro: desde intervenciones sesudas y muy tempranas de crítica cultural hasta crónicas extensas en la línea de lo que se dio en llamar “nuevo periodismo”, además de columnas de opinión sobre hechos políticos candentes y, del otro lado del mostrador, las entrevistas que le realizaron a él como escritor conocido y premiado.
Si bien Conti no fue un “bicho de redacciones” (quizás nada más lejos de su espíritu nómade), su hijo Marcelo recuerda cuánto disfrutaba de la camaradería y la alta estima de que gozaba en ellas, aunque siempre se hubiera manejado como colaborador externo, sin puesto fijo. Lo advirtió, por ejemplo, cuando lo acompañaba a la redacción de Crisis, revista en la que colaboró asiduamente hasta su secuestro y desaparición, el 5 de marzo de 1976, y donde cultivaba una excelente relación con los editores Aníbal Ford o Eduardo Galeano, así como con el capo y mecenas Federico Vogelius. “No tenía un escritorio, llevaba las notas y se quedaba charlando mucho tiempo. También me llevó muchas veces a los asados para toda la redacción en la casa quinta que ‘Fico’ tenía cerca de Campo de Mayo”, cuenta Marcelo Conti, quien también lo acompañó alguna vez a La Opinión, donde trataba directamente con Jacobo Timerman.
A propósito, el director editorial de Ediciones Bonaerenses, Guillermo Korn, aclara que las notas publicadas en Crisis o en los Cuadernos de Cultura fueron “las más fáciles de ubicar por ser publicaciones que están digitalizadas”; pero que más de la mitad del material incluido en el libro era desconocido, o casi, ya que fue publicado en medios que ni siquiera eran de alcance nacional. “Contactamos a coleccionistas y revisamos hemerotecas personales. Hicimos un trabajo casi arqueológico; nos orientamos por artículos que aludían a otros anteriores y los buscamos, y también debimos seleccionar entre las entrevistas que le hicieron, porque muchas se repetían en sus contenidos”, agrega. Y se muestra entusiasmado con el resultado: “Puede ser que nos hayan quedado sin leer entrevistas que hayan salido en medios de otros países, pero los artículos los tenemos a todos”.
A su vez, el escritor Oliverio Coelho, uno de los buscadores de textos desconocidos u olvidados, destaca la “aventura” que significó hacer ese trabajo en plena pandemia: “Todas las redacciones y bibliotecas estaban cerradas, pero por suerte hubo mucha gente que nos facilitó el material que tenía”. Entre los hallazgos más notables, menciona la conferencia “Literatura y vida”, con la que se abre el libro; un texto que Conti leyó en noviembre 1966 en la escuela donde el escritor chacabuquense cursó la primaria y fue publicado por el diario local Chacabuco. En este escrito, inédito hasta ahora, un Conti metido de lleno en las polémicas literarias de la época reivindica con fervor al escritor proletario uruguayo Juan José Morosoli y lo opone a la figura de Borges, erigido en prócer de las letras nacionales a partir de la caída del régimen peronista: “La realidad de Morosoli es algo vivo mientras que la realidad de Borges es nada más que literaria (...) Uno vive entre libros, el otro vive entre hombres”, sentencia.
También el texto que cierra el libro, a modo de coda, permanecía inédito hasta ahora: se titula “Chacabuco desde el álamo carolina” y fue publicado en julio de 1975 por una revista casi artesanal de la misma ciudad, Vértebra y Fermento, de la cual tenía un ejemplar el investigador Facundo Carman. Allí el escritor revela una verdad quizás sorprendente: “Yo soy eminentemente un forastero en Buenos Aires. No lo soporto, no hago migas con él. (...) Es la soledad tremenda: esa soledad acompañada, en apariencia. Y me siento fundamentalmente un hombre de pueblo. Un hombre del interior”.
Periodismo cultural. El libro está ordenado en cinco secciones temáticas en lugar de cronológicas: “Al comienzo de la historia”, “Gente de cine”, “Compromisos”, “En viaje” y “El oficio de escribir, el oficio de vivir”, más la recién citada coda final. Sin duda, una de las grandes sorpresas es encontrarse con un Conti notable crítico cinematográfico, aunque es sabido que el cine fue quizás el oficio al que más pasión y tiempo dedicó después de la literatura; sobre todo como guionista y muy notoriamente en La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro (Nicolás Sarquis, 1977), aunque también incursionó en publicidad para televisión y en el género documental.
Sin embargo, dos décadas antes, durante los años finales de la llamada “Edad de Oro” del cine nacional, mientras buscaba trabajar como asistente de dirección, también se dio el gusto de dar a conocer su pasión crítica. “En sus escritos de esa época le hace una crítica poderosa al mainstream, a la industria cinematográfica –explica Coelho–, y lo más notable es que opina desde adentro; es decir, no como espectador sino como hombre de cine.” En estos textos, publicados en los boletines del Instituto Amigos del Libro Argentino, su mirada experta (por caso, a propósito de la película El último perro, de Lucas Demare, estrenada en 1956) abarca desde las actuaciones y el guión hasta la elección de los planos, y rubros técnicos como la calidad del sonido.
Incluso, en alguno de estos textos va más allá y esboza una crítica casi de tono gremial al exigir la contratación de guionistas idóneos: “No faltan temas y ni siquiera temas originales, sino un criterio selectivo que, sin desatender el aspecto industrial del cine, lo encuadre dentro de las exigencia de una expresión artística ofreciendo a los auténticos escritores cinematográficos la oportunidad de participar en su confección”, protesta airado en la primavera de 1955, sin disimular su búsqueda de un lugar para sí mismo en el séptimo arte. Y tampoco se priva de condenar lo que interpreta como una política discrecional de ayuda económica a cineastas obsecuentes durante el gobierno peronista. Distintas épocas y preocupaciones, per o siempre la misma combatividad.
Casi dos décadas más tarde, Conti acompaña en la ruta como cronista a esa experiencia singular llamada el Teatro Municipal de Mendoza, que representaba en las locaciones más perdidas del país la obra Relevo 1923, del prolífico guionista de cine Jorge Goldenberg, acerca de vengadores de la Patagonia Trágica como Kurt Wilckens, matador del teniente coronel Benigno Varela. “El teatro vagabundo, libre, esa especie de reencarnación del circo criollo que anda rodando por la patria conviviendo con su pueblo, sus historias”, lo ensalza. Y entonces no le queda otro remedio que preguntarse: “¿Por qué diablos no largo todo ahí mismo y me largo en esos delirantes, no a fingir sino a exhibir y a exaltar mi vida, haciendo de ella, gratia artis, un entero y brillante espectáculo?”, tal como puede leerse en una crónica publicada en Crisis N° 24 (abril de 1975).
Como ya sabemos que para entonces la novela Mascaró, el cazador americano ya estaba escrita y terminada –aunque aún inédita–, sería incorrecto, aunque tentador, decir que esta compañía ambulante pudo ser la inspiración para su “Circo del Arca”. En todo caso existió una muy feliz coincidencia entre ambas visiones, un espíritu de época. En cambio, es toda un hallazgo enterarnos de que no sólo Mascaró fue premiada justo en esos días en los Premios Casa América, de Cuba, sino también la obra de Goldenberg (que aún vive, dicho sea de paso) en la categoría Teatro. Historias que es necesario recuperar.
Otra pieza maestra destacada por Coelho es “La breve vida feliz de Míster Pa” (Crisis N° 15, julio de 1974), en la que Conti narra su búsqueda de las huellas de Ernest Hemingway en Cuba, y de hecho su título remeda al del cuento “La breve vida feliz de Francis Macomber”, del escritor estadounidense. Se trata de una crónica tan vívida que el lector no puede menos que “ver” los paisajes descritos bajo el sol radiante del Caribe.
Pero lo más interesante es que Conti se hace allí un festín, como en un juego de espejos, con las aficiones comunes a ambos: ese fetichismo por los aparejos de pesca y náutica, y, en general, “toda esa erudición machista que el Viejo [Hemingway] exhibe hábilmente a través de sus rudos personajes y que se logra por experiencia propia o con un buen acopio de guías, catálogos y manuales”.
Cronista del fin de una época. Es sabido que la certeza de estar cerca de la revolución fue un vendaval del que Conti, como muchos otros escritores de su época, estuvo lejos de evitar. “Haroldo articulaba muy notablemente los mundos del periodismo, la literatura, las editoriales, la navegación, el delta, la pampa gringa y la militancia revolucionaria.
Complejidad y concreción lo hacían una figura muy especial”, razona en su prólogo a este libro el escritor y navegante Juan Bautista Duizeide, autor tambíen del esclarecedor ensayo Alrededor de Haroldo Conti (Sudestada, 2013). Y es sabido que fue su compromiso político –al menos el de palabra, a falta de evidencias sobre otros posibles, pero que no es poco– lo que determinó su final trágico.
De hecho, en su caso las palabras públicas solían extremadamente audaces para la normalidad del campo cultural de cualquier época (y ni hablar de la actual), tal como lo demuestra el mensaje por el cual rechazó la Beca Guggehheim, para la cual había sido seleccionado, y que, no conforme con remitirlo a quien correspondía, lo dio a publicar en Marcha, el diario progre de Montevideo: “Deseo dejar en claro que mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta, cuando más no sea por la fatalidad del sistema, una de las formas de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina” (Marcha, 10.03.72). Una coherencia a prueba de sobornos.
Sin embargo, la politización y la violencia crecientes no impidieron que, al mismo tiempo, su escritura progresara hasta niveles de perfección y sutileza cada vez mayores, tanto en la literatura como en periodismo. “Conti era siempre Conti, escribiera lo que escribiera. En su descripción de ambientes no es elegíaco ni ingenuo, siempre hay un clima de inquietud. Ya sea el delta o la llanura, siempre en cualquier momento puede venir la sudestada, y entonces hay que contar lo que hay porque siempre hay algo, otra cosa, que está acechando”, asegura el escritor y periodista Camilo Sánchez, autor junto a Néstor Restivo del libro Haroldo Conti con vida (Nueva Imagen, 1986), un trabajo pionero en dar a conocer la obra del chacabuquense en una época en que sus libros todavía no habían sido reeditados y eran prácticamente inconseguibles.
Sin duda, esto queda confirmado en la que quizás sea su crónica más lograda y para muchos su obra maestra en el periodismo: “Tristezas del vino de la costa o la parva muerte de la isla Paulino” (Crisis N° 36, abril de 1976), en la que describe la vida fantasmal de la población sobreviviente en lo que décadas atrás había sido un agradable lugar de recreo en la costa de Berisso. “Conti caminó, vio, tocó, olió.
A fuerza de conversar sin apuro consiguió numerosos testimonios, supo luego montarlos como si estuviera compaginando un film. Así hizo de una isla ignota una gran metáfora, una forma oblicua pero contundente de contar el saqueo de la Argentina”, resume Duizeide. Y destaca también la decisión de privilegiar los testimonios y la oralidad de los protagonistas por sobre la información dura y fría: “La cantidad de cifras y fechas que barajó para dar cuenta de los trabajos y los días de los isleños podría haber abrumado.
Dispuestos a lo largo del relato que pasea a los lectores por cada rincón de la isla, presenta a sus habitantes e invita a escuchar sus historias”.
Fue la última nota que Conti publicó en, y, aún a riesgo de incurrir en un golpe bajo, es imposible obviar el segundo párrafo de esta crónica, admirable por su ritmo sincopado y la imagen estremecedora (así nos resulta hoy) con que elige describir su experiencia: “Refiero la fantasmagórica isla Paulino, que algunos, los más alejados, mal llaman Paulina, la cual isla un día se me apareció persona y tres después desapareció tan de facto repente como cualquier aparición y aunque todavía me pregunto si verdaderamente estuve allí pues todo lo que me queda es un montón de papeles, unos diarios viejos y una cinta magnética y cierto regusto metálico de vino de uva americana yo sé que consiste perenne allá frente a Berisso y que el que me desaparecí soy yo, pero para el caso es lo mismo”.
No, de ninguna manera es lo mismo.
Una edición bonaerense
Ediciones Bonaerenses, el sello editorial estatal a cargo de la publicación de En prensa (1955-1976), de Haroldo Conti, fue creado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires en 2020, en el área del Ministerio de Producción, Ciencia e Innovación Tecnológica, pero en la actualidad depende de la Secretaría General de Gobierno provincial. Además, los libros se imprimen en la Imprenta del Estado Bonaerense, ubicada en Tolosa, y la presentación de este en particular se llevó a cabo en el stand de la provincia de Buenos Aires durante la reciente Feria del Libro porteña, en La Rural.
El coordinador general de la editorial, Agustín Arzac, subraya la intención de generar un “sistema de conexiones que suponga un aporte al acervo cultural de la provincia”. Por caso, comenta que la ilustración de la tapa se resolvió con un cuadro perteneciente a la colección permanente del Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettorutti, en La Plata, en cuya elección participó el director del museo, Federico Ruvituso. “Se preseleccionaron cinco obras en las que encontramos un espíritu ‘contiano’ –cuenta Arzac– y elegimos Pueblo en lluvia, una acuarela en la que se ve un horizonte de casas bajas con un tono general nostálgico realizada por Aníbal Vicente Ortega, un artista de Pehuajó”.
Fotos con devociones
Las fotos que ilustran esta nota fueron sacadas por Roberto Andrés Cuervo, nacido en Lincoln, provincia de Buenos Aires, el 4 de marzo de 1953, hijo de una docente cantante lírica, actriz y directora de teatro. En 1974, cuando estudiaba Cine en la Universidad de La Plata, leyó el cuento “Otra gente”, de Haroldo Conti, que lo fascinó, y decidió hacer un cortometraje con él.
Para eso, contactó al escritor a través de un familiar que vivía en Chacabuco y consiguió citarse con él para involucrarlo en el proyecto. Se hicieron amigos, y Haroldo le consiguió trabajo como fotógrafo en la revista Crisis: así fue como lo acompañó en varias de sus notas.
Por entonces, Cuervo empezó a filmar a Conti con el objetivo realizar un documental sobre él, pero su proyecto quedó inconcluso debido a la desaparición del escritor, en 1976, y su propia muerte en un accidente automovilístico, tres años después. El material filmado quedó guardado en la casa de Lincoln hasta que llegó a las manos de su hijo, Andrés Cuervo, hoy de 44 años, que realizó con ellas su propio documental: El retrato postergado (2009). Además, heredó las fotos que había llegado a hacer su padre y, quizás consciente de que el universo Conti se guía por sus leyes propias, las cedió con generosidad.