E l hombre de casi 85 años que sale del ascensor y viste saco celeste, pañuelo rojo en el bolsillo, zapatillas negras y medias rojas al tono, se acerca al trotecito. No hay alarde en transportar de ese modo su añosa humanidad sino una energía tenue pero segura que parece sostenerlo en sus resoluciones con la misma elegancia sutil con que su voz, durante la charla que tiene lugar a continuación, explica, evoca y reflexiona.
Pierre Etaix (Roanne, 1928), clown, dibujante, músico, y, entre otras cosas, director de unos pocos y deliciosos films de culto, llegó a la Argentina invitado al Festival de Cine de Mar del Plata y luego pasó por Buenos Aires para presentar en la sala Lugones del Teatro San Martín una retrospectiva de su filmografía.
Una hora antes de esa presentación, en el hall de la sala Martín Coronado, puesto a recordar cómo empezó todo, Etaix dice que hubo una precoz vocación musical –“a los 2 años y medio, tocaba la armónica”–; una fascinación por los payasos que, desde los 5 años, lo acompaña hasta hoy; el aprendizaje, a los 10 años, de los secretos del dibujo guiado por un discípulo del pintor André Lhote y, al término de la segunda guerra, “la felicidad de conocer al gran vitralista Théodore-Gérard Hanssen, que me enseñó muchas cosas sobre el color”.
El oficio de clown lo aprendió solo y “de manera anárquica, pero tuve la suerte de conocer a grandes artistas que se interesaron en el modo peculiar en que yo integraba las diversas disciplinas que comprende y me ayudaron mucho”, agradece.
En 1954 fue a pedir consejo a Jacques Tati sobre un número que quería hacer en el circo. Tati fue lapidario: “Usted no forma parte del viaje, nunca va a entrar en el circo”. Le preguntó a Etaix qué hacía y, como éste llevaba unos dibujos que iba a mostrar en algunos periódicos, al verlos, Tati le dijo: “Usted tiene un sentido de la observación y del gag. Estoy preparando una película, ¿quiere ser mi gagman?”. “Dije que sí”, cuenta ahora Etaix. “Terminé haciendo ese trabajo y también los diseños de los personajes, los decorados y casi todos los accesorios para Mi tío. Trabajé con Tati 4 años y medio y aprendí todos los detalles del lenguaje del cine y, en especial, del cómico”.
Con el tiempo, Etaix pudo separar virtudes y defectos del maestro y hoy los resume: “Tenía un agudo poder de observación y una gran capacidad de llevar a la pantalla lo que captaba; si él describía una escena, era al mismo tiempo todos los personajes. Sin embargo, lo que transmitía en persona era mucho más fuerte que lo que daba en la pantalla; allí él se ponía el sombrero y éste le ocultaba parte del rostro, lo reducía a una silueta algo deshumanizada, un poco mecánica”.
Tras el estreno de Mi tío en 1958, Etaix dejó a Tati para trabajar en el circo y desarrolló un número de music hall. “Pero un día se me ocurrió una situación que no era adaptable ni a la escena ni a la pista, era cinematográfica”, explica. “Aproveché la asistencia de un productor de cine a una de mis funciones de music hall, le propuse el proyecto y aceptó. Convoqué a Jean-Claude Carrière, a quien yo había conocido trabajando con Tati en un intento fallido de llevar al libro Las vacaciones de Mr Hulot, con textos de Carrière y dibujos míos”.
Con los cortometrajes Rupture (1961) y Heureux anniversaire (1962, ganador de un Oscar), la sociedad entre Etaix y Carrière se consolidó y, aunque con dificultades, realizaron varios largometrajes hoy objetos de culto.
Le soupirant (1962), quizá el más keatoneano, obtuvo el prestigioso premio Louis Delluc. Yoyo (1965) partió de una idea simple: los ricos se mueren de aburrimiento. “Confronté esa idea con el universo para mí siempre entrañable del circo”, explica. A pesar de que hoy se la considera una de sus obras maestras, la película no tuvo buena repercusión en su momento, tal vez por su carácter fragmentario, algo que Etaix asegura que no habría podido concebir de no haber visto 8 y medio de Fellini.
Y fue precisamente con el gran artista italiano que Etaix tuvo ocasión de trabajar, como actor, en Los payasos (1971). ¿Cómo fue eso? “Desagradable”, afirma sin dudar. “Fellini era muy pícaro, no sé qué hacemos pero lo hacemos, decía. Y debe de haber tenido una experiencia traumática con payasos en su infancia, de ahí su idea de que el payaso es un alcohólico o un débil mental; yo le decía que, al contrario, es la pureza misma, la esencia de lo cómico. Pero no hubo caso.”
Tant qu’on a la santé (1966) es una feroz crítica a la sociedad de consumo.
Le grand amour (1969) tiene un uso del color que parece provenir de su trabajo con los vitrales y una célebre escena en la que el protagonista deambula en cama por las calles, plasmando su fantasía amorosa.
Finalmente, Pays de Cocagne (1971), ácido documental sobre la Francia de su tiempo, provocó una reacción tan hostil en el establishment que obligó a Etaix a abandonar el cine.
Antes y después, actuó en films de Bresson y de Malle, tuvo un intento fallido de filmar con su amigo Jerry Lewis y, sobre todo, se dedicó con alegría a su oficio de clown y al universo del circo.
Ahora, si se le pregunta su opinión sobre ese mundo mágico, responde de inmediato con su mejor sonrisa: “En el circo, reina la gratuidad misma del acto. Es el lugar de la hospitalidad”