CULTURA
coleccion el maestro ignorante

Pequeños grandes libros

A medio camino entre la divulgación y la adaptación infantil, la editorial Capital Intelectual lanza la colección El Maestro Ignorante, que comprende obras de Alain Badiou, Jean-Luc Nancy, Françoise Heritier y Georges Didi-Huberman, entre otros. En tiempos en los que toda transmisión de conocimiento es fraccionada, superficial y en el mejor de los casos informativa o utilitaria, una aparición que merece ser celebrada.

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legado. La idea de la colección es simple: intelectuales reconocidos escriben para despertar la curiosidad de niños y niñas sobre temas complejos, y a la vez necesarios. | cedoc

Como siempre sucede, es una dificultad la que abre el insospechado camino hacia lo nuevo. En 1818, el maestro francés Joseph Jacotot fue convocado a dar clases de literatura en los Países Bajos, lo que lo enfrentó a un grave inconveniente: por su parte, no hablaba una palabra de holandés, y sus estudiantes, por la suya, desconocían el francés. ¿Cómo enseñar, entonces? Jacotot encontró un mínimo vínculo en común con sus alumnos: la reciente aparición de una edición bilingüe de Telémaco. Les solicitó, por medio de un intérprete, que aprendieran el texto en francés con ayuda de la traducción y que posteriormente escribieran, en ese mismo idioma, una reseña sobre lo leído. Esperaba escritos espantosos o incluso nada, pero para su sorpresa, los jóvenes, sin guía alguna del maestro, habían respondido igual de bien que cualquier estudiante francés. Esto le planteó dos preguntas, cuyas respuestas estarían destinadas a generar una fuerte derivada en la historia de la educación: ¿sólo es necesario querer aprender para lograrlo? ¿Todos los hombres son virtualmente capaces de comprender todo lo que otros han hecho y comprendido?

Esta historia es referenciada y desarrollada por el filósofo francés Jacques Rancière en un libro que titula El maestro ignorante (1987), cuyo tema central es que aquel que ignora puede enseñar “especialmente” aquello que ignora.

La editorial Capital Intelectual bautiza con el mismo nombre a la edición en nuestra lengua de la colección Las Pequeñas Conferencias. Luces para Infantes, que publica en Francia Bayard Editions y que transcribe al papel las charlas organizadas desde hace algunos años en el Nouveau Theatre de Montreuil. La sugestiva “pequeñez” que adjetiva las conferencias opera en un sentido doble: por un lado está su brevedad; por otro, su público: los niños. Desde esa plataforma se persigue el complejo y maravilloso objetivo de pensar y hacer pensar en el sentido más duro del término, yendo al hueso de las cosas. Se articula así una simple operatoria: reconocidísimos intelectuales, especialistas cada uno en su tema si los hay, piensan y hablan sobre aquello que hace a la osamenta de la cultura, su troncalidad, con la firme intención de que cada tema se vuelva plastilina para la curiosidad y la sabia ignorancia que tiene la niñez –cualidad que, como todos sospechamos, no se encuentra sólo en los niños–, lo que obliga a los académicos a dejar de lado los estereotipos de su saber y compartir por un rato una saludable “ignorancia”. La posterior ronda de preguntas devendrá en necesario debate y, como felizmente siempre sucede en éstos y en otros casos similares, los participantes se internarán en bosques insospechados con la sola “ayuda” del guía de turno.

De este modo, parecerán perdidos entre Lo finito y lo infinito pero podrán ser rescatados, no sin esfuerzo, por la mano mágica y matemática del filósofo Alain Badiou y su gran acto de aparición y desaparición de ceros. Llorarán a mares y reirán a carcajadas –¡Qué emoción! ¿Qué emoción?– inspirados por la chispa y abrazados por la calidez del historiador Didi-Huberman, que predispone a estar tan abiertos como para preguntarse y responderse: La diferencia de los sexos ¿es algo tan natural como se cree? O, como agita la antropóloga Françoise Heritier, ¿nos adaptamos a una manera común de pensar, que es la de nuestra propia cultura? Igualmente, por más que vivamos en una Diversidad de naturalezas, diversidad de culturas, otro antropólogo, Philippe Descola, lo complica todo porque, según parece, la mayoría de los objetos de nuestro entorno, incluso nosotros mismos, se encuentran en una situación intermedia en la que son a la vez naturales y culturales. Esto es así en todas las sociedades, ya que todas comparten actitudes y conductas como… sin ir más lejos, la obediencia, por ejemplo. Ahora, si nos van a dar órdenes, no viene mal cerrar filas y rebelarse junto al profesor Jean-Luc Nancy para cuestionar ¿Por qué obedecemos? ¿Será por miedo? ¿Será porque obedecer viene del latín ob audire, que significa oír bien, escuchar bien? ¿Será entonces que no se trata de hacer algo porque sí, sino de entenderlo antes que nada? Al fin y al cabo lo que importa, caminante, es el camino, y para caminarlo habrá que partir. Todo muy bien, pero –¡otra vez el profesor Nancy!– ¿Qué significa partir? ¡Cuidado! Por ahí se dice que partir es morir un poco, pero también que es lo que nos hace humanos.

En tiempos como los que transitamos, en los que toda educación, toda enseñanza, toda transmisión de conocimiento es fraccionada, superficial y en el mejor de los casos informativa o utilitaria, la aparición de estos libros resulta una apuesta no sólo cultural sino política, una esperanza de que todo puede también ser distinto.

Me permito recomendar una experiencia, para la cual las próximas vacaciones tal vez otorguen el necesario espacio: hágase de cualquiera de los libros. No lo abra. Reúna a un grupo de niños lo más variado posible y ahí sí léalo, y léaselos con su mejor tono y voz. Enseñe y aprenda, ¡ignorante!