CULTURA
La encrujicada del día después

Por la vereda digital

De algo estamos seguros: el mundo no volverá a ser el mismo cuando acabe la pandemia. Los involucrados en el ecosistema editorial aventuran cambios sustanciales, pero puntualmente: ¿qué ocurrirá con los escritores y las escritoras, eslabón esencial en la cadena de producción? Las coincidencias son categóricas: digitales y empobrecidos.

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Autores, editores, libreros e investigadores reflexionan sobre los efectos de la pandemia en el ecosistema del libro. | cedoc

Todavía nadie sabe muy bien cómo va a ser el mundo después de la pandemia, o incluso después de la cuarentena. Por ahora, la mayor parte de quienes parecían idóneos para elaborar una prospectiva más o menos seria –filósofos como Agamben o Žižek, entre otros–, nos entregaron en cambio, algunas piezas que naufragan entre el ensayo y la ficción especulativa. Quizás lo más verosímil, aunque por cierto no muy original, es lo que planteó Byung-Chul Han respecto de la biopolítica, porque no parece difícil imaginar un futuro donde se exacerbe o acelere esa tendencia a “hacer vivir” a partir de dispositivos tecnológicos cada vez más sofisticados. En ese sentido tal vez dentro de un tiempo nos obliguen a usar apps gubernamentales que cuenten la cantidad de pasos que damos a diario y tengamos la obligación de llegar a los diez mil; a lo mejor exista una inteligencia artificial que monitoree nuestros signos vitales y envíe la información a una patrulla de infectólogos huxlenianos que nos amenazará con mantenernos a todos con vida, y para colmo en estado de felicidad, ya que parece que la angustia es una banalidad de clase que conviene erradicar de una vez y para siempre. Quién sabe. 

En todo caso, lo que sí se puede afirmar es que el mundo que se viene será un mundo con mucha más pobreza y mucha más hambre: de eso nadie tiene dudas. También sabemos que, en ese escenario, se abren en principio dos posibilidades: una es que se empiecen a plantear reformas impositivas que sean progresivas y que favorezcan la redistribución de –lo que quede de– la riqueza; la otra, y lamentablemente la más probable, es que los recortes se ejecuten en los sectores de siempre, entre ellos el de las industrias culturales. Digamos, aplicando el topoi del más y el menos aristotélico, que si siempre, aun en épocas de “vacas gordas”, ha costado convencer a los gobiernos del valor de algunos bienes simbólicos como el libro; ¿cuánto costará de aquí a un tiempo cuando la pobreza y el desempleo se hayan disparado y precisemos calcular la inflación con fórmulas logarítmicas? 

En Argentina, la industria del libro va a sufrir –o mejor dicho, ya está sufriendo– una caída de la que cuesta encontrar precedentes. Ya a fines del gobierno de Cambiemos, y como señalamos en su momento desde aquí, los números relacionados con la producción de ejemplares –una de las variables más sintomáticas de la salud del sector– eran similares a los del 2002 y 2003. Ahora, y según el último informe de la CAL, la situación ya ni siquiera es comparable con la del 2001. Solo en el mes de abril, el derrumbe en la cantidad de ejemplares es del 90% y el de las novedades ronda el 50%. Además, a estos números hay que sumarles la estrepitosa caída de las ventas que, como se sabe, afecta en mayor medida a las librerías independientes –y por añadidura, a las editoriales pequeñas y medianas–, lo que en suma va a terminar empobreciendo aún más el ecosistema del libro, o esa “bibliodiversidad” que ya se verá afectada también por el hecho de que muchos editores no querrán asumir el riesgo de publicar autores ignotos, o escritores a los que les sospechen poca capacidad de venta. 

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Pablo Braun, presidente de Filba y editor de Eterna Cadencia, reconoce en ese sentido que “la contracción económica atenta contra cualquier posibilidad de publicar de más, y entonces uno publica de menos. Cuando cuesta elegir, y por la economía de la editorial, uno se termina inclinando por los libros que cree que van a vender más”, dice, y cuenta que ya tuvo que reducir el plan editorial del 2020, como sucedió con la mayor parte de las editoriales. “Todavía no sabemos bien cuánto, pero si íbamos a publicar 18, 19 títulos, no creo que lleguemos a publicar más de doce”.  

Ante a este panorama, Damián Tabarovsky, escritor y editor de Mardulce, cree que “la crisis va a terminar favoreciendo la concentración y las posiciones dominantes preexistentes en el mercado”, y a futuro la cuestión que tendrá que empezar a discutirse es si el Estado, aun en el contexto de escasez de recursos al que nos referimos antes, debe o no intervenir para impedirlo, lo que en otros términos –términos, por cierto, de Alejandro Dujovne, investigador del Conicet con quien también dialogamos– significa que en algún momento “vamos a tener que decidir si dejamos al libro una vez más bajo la lógica del mercado, en cuyo caso solamente un sector muy limitado podrá acceder a él, y la diversidad editorial se va a empobrecer”; o si asumimos, por el contrario, “que el libro tiene un papel importante en la sociedad y que por lo tanto no se trata solamente de un bien de mercado que tenga que resolverse bajo la dinámica pura y dura de éste, sino que tiene que ver con la calidad de vida de la gente y con la calidad democrática de una sociedad”. 

El dilema, en otras palabras –palabras nuestras, en este caso–, es si será posible o no convencer a la sociedad argentina de que el libro no es un bien suntuario ni siquiera en épocas de pobreza extrema, cosa de la que, como dijimos antes, ya es difícil convencerla incluso en épocas de vacas más o menos gordas. 

Entornos digitales. En el futuro pospandemia, todo indica entonces que la mayor parte de quienes participen de un modo o de otro en la industria del libro se van a ver más empobrecidos. Pero además es probable que cambien algunas dinámicas o hábitos de consumo, y eso también es interesante analizarlo. De acuerdo con el último informe de la CAL, el registro de ebooks, por ejemplo, creció en un 63% en abril de este año, en relación con el mismo mes de 2019, y las ventas en algunas plataformas se dispararon de forma exponencial; aunque eso, por cierto, no representa todavía un ingreso muy importante para los editores. Para que se entienda, pongamos el caso de un libro físico que sale $ 700. De ese precio, y si lo pensamos desde el circuito tradicional, entre librería y distribuidora se quedan usualmente con el 50%, con lo cual al editor le quedan unos $ 350. Pero en el caso de los libros digitales, ese mismo libro tal vez cuesta $ 200 y el porcentaje que se lleva una plataforma como Bajalibros, que hoy tiene posición dominante en Argentina, es del 50% (en ocasiones, dicen ellos, ese número puede variar; la editorial puede negociarlo), con lo cual al editor le quedarían $ 100 menos las regalías del autor y, en suma, el negocio para muchos de ellos no cierra, o al menos no logra compensar la caída en las ventas del libro físico. Además, todo parece indicar que se trata de un sistema que termina favoreciendo a aquellos cuyo poder de negociación es más grande: es evidente que una editorial pequeña de Montegrande o de Moreno no tendrá el mismo peso que una grande para convenir porcentajes de venta. Aunque hay que decir que esto tampoco es tan distinto de lo que sucede en el circuito tradicional; los editores pequeños, en ese sentido, parecieran destinados a perder siempre.  

Respecto de la perdurabilidad de los ebooks en el futuro, muchos son escépticos con la idea de que se trate de un cambio que llegó para quedarse. Pablo Braun dice que “mucha gente, culpa de la pandemia, se acercó al ebook y de alguna manera le gustó o lo incorporó”, pero no cree que se trate de algo que vaya a perdurar en el tiempo, al menos en estos niveles. “Lo que sí me parece que cambió es la relación de compra; hay que prestarle mucha atención a cómo termina cambiando la relación de compra de libro físico. Me parece que el delivery tiene ahora un peso impresionante, pero se va a quedar con un peso grande y me parece que el cambio viene más por ahí que por el lado del ebook”, aporta. 

En esa línea, Víctor Malumian, editor de Godot, también cree que la venta de ebooks va a bajar mucho con el tiempo, y que en cambio “la agilidad con la que contestaron las librerías para desarrollar el delivery es un aspecto que va a sobrevivir a futuro”. 

Alejandro Dujovne, por su parte, coincide en descartar un cambio demasiado significativo respecto de los ebooks, ya que se trata de un hábito que requiere tiempo, dice, y piensa que lo que tiene más posibilidades de prosperar es el vínculo de algunos sectores de la industria del libro con las redes sociales. “En cierto sentido las editoriales y las librerías en general no tenían una técnica o una estrategia muy aggiornada a ese mundo. No solamente sobre cómo promocionarse sino también sobre cómo generar actividades ligadas a la especificidad de las redes sociales. Y yo creo que en ese sentido hubo una reflexión en este tiempo y hubo una inversión y una mejora de estrategias de presentación y de presencia digital, que está buenísimo que suceda”, señala.  

Por otro lado, y en relación con los escritores, quizás también en estos meses hayan incursionado en prácticas que sobrevivirán a la pandemia. La autora Selva Almada, por ejemplo, cree que es probable que les quede el hábito de los talleres online, “o por lo menos serán una modalidad más extendida que antes: los hicimos por fuerza y resulta que no están tan mal, que son como un plan B que antes ni hubiera contemplado”, dice.  

Tal vez en el futuro la cuestión ya no se plantee, como dijera Eco, entre apocalípticos o integrados. La integración, y máxime para escritores, será condición sine qua non para sobrevivir. 

Literatura y cuarentena. Ahora bien, más allá de los hábitos de lectura, de las variables económicas, de la cuestión del ebook, del auge o no de incipientes canales de venta y, en resumen, de la nueva configuración que vaya a asumir el ecosistema del libro, no tenemos que olvidarnos de lo que hace que todo eso sea posible: la obra misma. Y en este punto es interesante preguntarse en qué medida la pandemia o la cuarentena terminará afectando a la propia literatura. ¿Será posible seguir escribiendo de la misma forma? ¿Qué tipo de libros o de procedimientos estéticos veremos de aquí a un tiempo? 

Desde PERFIL hablamos con varios escritores y las opiniones al respecto son muy diversas. Para el escritor Daniel Link, escribir después de la pandemia consistirá en “imaginar qué nos pasó”; aunque no necesariamente, aclara, en términos sociológicos o políticos. “Espero que haya buenas novelas conspirativas que nos arrastren bien lejos de la mediocridad de nuestros días. No para creer que esas ficciones paranoicas –¡ah, Ricardo Piglia, cuánto te extrañamos!– guarden alguna verdad, sino porque la experiencia misma de pensar la propia vida en relación con una ficción totalizante es siempre una tentación ineludible”, dice. 

El escritor Jorge Consiglio, por otro lado, cree que tal vez la cuarentena y la pandemia se registren a nivel temático. Pero piensa que, además de eso, va a haber “un sonido dentro de los textos, es decir, que se va a escuchar la cuarentena en los textos, a través de cuestiones sintácticas probablemente, y también de campo semántico: de las palabras que vas a usar, el léxico”, dice, y agrega que “eso va a generar una especie de acústica y esa acústica va a identificar a los textos producidos después de esta instancia tan extrema que tiene que ver con la cuarentena”. 

Damián Tabarovsky, por su parte, se muestra un poco más escéptico respecto de la posibilidad de un entrecruzamiento. “La relación entre los ‘grandes hechos mundiales’ y la literatura no es lineal; está llena de pliegues, desapegos y hasta indiferencia, situación que muchas veces es muy productiva. Proust escribió en medio de la Primera Guerra Mundial y no hay casi rastros de eso en su obra, y me animaría a decir que por suerte”, agrega. “La literatura, en mi opinión, siempre se escribe en presente; pero el presente es también siempre un enigma: mantiene en sí una dimensión anacrónica que afecta, es decir, empobrece, a la escritura que pretende asir los grandes temas de manera precisamente ‘grande’. Siempre es mucho más interesante una entrada lateral, incidental, imprevista”. 

En relación a la linealidad, la escritora cordobesa María Teresa Andruetto coincide con Tabarovsky y sostiene que “la relación entre lo externo, el contexto y la literatura está llena de sesgos, de sugerencias, y a veces en eso consiste justamente su potencialidad”, pero cree que en el futuro habrá de todo. “Seguro va a haber cosas más lineales en relación con la pandemia, pero no sé si esa será la escritura más representativa de la época”, dice, y algo parecido opina también Martín Kohan: “A mí me interesa mucho la relación entre la literatura y la realidad de las cosas que pasan; en este caso, la pandemia, la cuarentena; pero no me interesa esa relación cuando se establece de manera inmediata, cuando se busca un pasaje directo. Por ende, no me siento atraído por las ficciones de la constatación empírica. Tal vez cundan, y está bien; me parece, sin embargo, que yo leeré otras cosas”.

 

Literatura y capitalismo en la pospandemia

Juan Mattio

Tengo la impresión de que las visiones del colapso y la catástrofe, expresadas por algunos intelectuales como Zizek y Chul-Han, son también una forma de continuidad, tal vez por aquello que decía Fredric Jameson: vivimos en una época a la que le resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Es claro que podemos pensar incluso en la hipótesis de la extinción, pero nadie pone en duda la continuidad de algunas relaciones sociales. 

¿Y qué puede pasar con una práctica social como la literatura? Creo que deberíamos pensar en una lógica similar. La literatura sostendrá su lugar de alto prestigio social, pero de precarias condiciones materiales, donde la mayoría de los productores viven en situaciones de falta de recursos y medios para realizar sus proyectos de escritura. La pandemia ha puesto en crisis muchos ámbitos de nuestra vida aunque no creo que tenga la suficiente fuerza para alterar el famoso diez por ciento del precio de tapa que es lo que corresponde a un autor por cada libro que vende. 

Creo que, de inmediato, esto tiene dos consecuencias. Por un lado, en todo el ámbito de la cultura –y no solo en la literatura– vemos que las innovaciones tecnológicas están mucho más presentes en el espacio de la circulación que en el espacio de la producción. Llegamos a gran velocidad al futuro del mp3, el pdf y el mp4 (formatos de reproducción) pero seguimos escribiendo con papel y lápiz. En ese sentido, como decía Piglia, la literatura es una práctica social improductiva y, por lo tanto, antagónica a la razón capitalista de la valorización. 

Por otro, la falta de recursos en el ámbito de la producción profundiza el apego a las formas del pasado, alimenta la repetición y la poca exploración en las innovaciones formales. El mismo concepto de vanguardia ya no es una posición dentro del campo literario sino apenas una estética retro. Las literaturas de vanguardia están localizadas –como las literaturas góticas, modernista o futurista– en alguna zona del pasado. 

¿Qué pasará, entonces, con la literatura después de la pandemia? Podríamos buscar respuestas en  un cuento fantástico de Ballard que se llama “El día eterno”, donde la Tierra dejó de girar y el tiempo —la luz— se detuvo. Y donde un hombre, el protagonista, perdió la capacidad de soñar. Ballard construye una ecuación extraordinaria: antes, el surrealismo y los sueños; ahora, la lenta extinción y el insomnio. Un resumen melancólico de eso que Mark Fisher llamó realismo capitalista. En ese escenario el hombre busca en una escuela de arte la reproducción de unas obras surrealistas con la esperanza de que, al tenerlas cerca, pueda volver a soñar. Como si en el fin del mudo el arte pudiera devolvernos la interioridad que perdimos en las autopistas del capitalismo tardío. Tal vez eso sea todo.