Puede decirse, sin temor a equivocarse, que los premios, en lo que a la literatura (y a todo el arte, podríamos decir) respecta, no son ni serán nunca garantía absoluta de calidad ni de entrada a la historia –¿quién recuerda hoy al premio Nobel 1970 Aleksandr Solzhenitsyn?–, ni mucho menos del surgimiento de algo nuevo y fresco, que aporte un poco de esperanza a un mundo en el que todos los cuentos parecen haber sido contados y la abundancia de palabras genera un ruido que hace añorar el silencio. Pero también es justo e imprescindible decir que esta posición, como contrapartida, suele generar un prejuicio que obtura el acceso a obras que son ciertamente sobresalientes y muy valiosas.
Esta introducción, y sobre todo la aclaración, responde a que en una misma semana cuatro escritoras argentinas fueron premiadas en distintas partes del mundo. Es un hecho como mínimo curioso pero que, fundamentalmente, refleja y le hace justicia a una producción literaria que tiene por protagonistas a una generación de mujeres –son varias más– que, con voces bien distintas, han abierto una puerta –con fineza de escruche o a patadas, depende del caso– que ya no podrá cerrarse. Mujeres que vienen contando lo que pasó y pasa en la Argentina como experiencia de los cuerpos, tanto propios como ajenos. Escrituras duras refinadas y salvajes.
Selva Almada ganó el First Book Award de Edimburgo por la traducción al inglés de El viento que arrasa, premio muy valorado por los escritores ya que, si bien un jurado elige a los finalistas, la decisión final es de los lectores. Almada pertenece a un grupo de escritoras/es que reflejan el paso de la ciudad al campo. Su trabajo como periodista seguramente le aportó lo necesario para manejar tanto la crónica como el relato ficcional con una destreza que la pone en ese lugar donde toda frontera genérica se borra y lo único que queda es una verdad poética y documentada.
Mariana Enríquez ganó el premio Herralde, que desde 1983 otorga la editorial Anagrama a los escritores de su catálogo, por su novela inédita Nuestra parte de la noche. Pero tuvo un premio aún mayor –esto va por cuenta de quien escribe– cuando el escritor británico del New Weird, M. John Harrison, participando del Filba 2019, elogió su libro Las cosas que perdimos en el fuego. También periodista, Enríquez da cuenta de la violencia del paso del menemato por encima de los cuerpos y la conciencia de los jóvenes de los 90.
A María Gainza le otorgaron el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce la excelencia literaria de mujeres en idioma español de América Latina y el Caribe, por su novela La luz negra. Oveja negra de una familia aristocrática, cruzando hechos y ficción, Gainza se diferencia poniendo el ojo en los estamentos de un poder que se pudre y no se resigna.
Por último, la periodista Leila Guerriero ganó el Premio Internacional Manuel Vázquez Montalbán en la categoría Periodismo Cultural y Político. A través de sus artículos, Leila Guerriero propone un periodismo que no solo inste a ir, ver, volver y explicar, sino también a contestar para qué, por qué y cómo se escribe.
Como se puede ver, no solo hay variedad en las letras argentinas, sino también cantidad.