CULTURA
Nobel de Literatura 2018

Cómo es el cuento de Olga Tokarczuk que bien vale un Premio Nobel

La autora tiene pocas obras en castellano. Un escritor analiza un relato y se esperanza en que el resto de su escritura sea tan buena.

Olga Tokarczuk
Olga Tokarczuk | AFP

Una escritora gana el Premio Nobel y, como todos los años, la pregunta es quién es. Algo hace necesario descubrir o rastrear su historia, incluso inventarla cuando no haya otra opción, como si el público estuviese hambriento no de literatura, sino de conocer una lista de hechos o una lista de adjetivos o una lista de libros que atribuir a un nombre que, en este caso, es Olga Tokarczuk. Hay notas que dicen, por ejemplo, que ella es polaca o que tiene 57 años o que estudió psicología. O que publicó novelas, poesía, prosa y que es un éxito de ventas. Hay otras notas que hablan en términos difusos de su genialidad y de sus compromisos éticos con la ecología y el feminismo, o que relevan con minucia y precisión que dos obras suyas fueron traducidas a nuestro idioma: Sobre los huesos de los muertos (2009, Siruela) y Un lugar llamado antaño (2001, Lumen). La novedad, que tampoco pueden olvidar los redactores, es que Anagrama publicará en noviembre un libro adicional de la autora cuyo título es Los errantes. La elegida de la Academia Sueca estará disponible en breve en las librerías del país.

De la literatura de Tokarczuk, las notas dicen más bien poco. En una tarde no puede leerse una biblioteca –aunque Sarmiento, en el Facundo, insinúe lo contrario– y los especialistas no abundan o están secretos, disfrutando silenciosos de lo que hasta hace horas era una joya desconocida. En mi caso, tal vez sea posible hablar, por lo menos, de un cuento de la autora. No es ilusa la esperanza de que ese cuento contenga su literatura entera, como las partes, muchas veces, contienen al todo. “Algo se aproxima”, por ejemplo, resume la obra de Juan José Saer y algunas líneas del Diario resumen la vida de Witold Gombrowicz. A veces alcanza una lectura o un encuentro para saber de qué va una novela o un ser humano. Hay amigos que se hacen en una sola noche.

 

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En la antología Best European Fiction (2011, Aleksandar Hemon, ed.), hay un cuento de Tokarczuk. Su título original puede traducirse al castellano como “La mujer más fea del mundo”. En ese cuento, el dueño de un circo va a Viena y conoce una mujer horrible, deformada. Queda prendado de esa mujer. No se sabe si se enamora. No se sabe si lo excita. No se sabe tampoco si solo se fija en ella porque entiende que puede explotarla económicamente. Las tres cosas suceden, mezcladas, y el hombre va avanzando confundido, a veces triste y agotado, junto a esta mujer a quien no puede amar pero tampoco odiar del todo. Los dos se casan, tienen un hijo, que es tan deforme como la madre, pero el dueño de circo no se atreve a besarla en la boca nunca. En algún momento, la consciencia de la fealdad se borra en él. Algo parecido a una sensación de amargura o de culpa lo acecha. Tal vez esa sensación de amargura sea el afecto por la esposa y por el hijo que va ganando espacio. O la certeza de que esa mujer que lo acompaña es algo más que su rostro cicatrizado y lleno de bubones, de que esa mujer, en algún sentido, es más real y mejor que él. El dueño del circo no sabe qué hacer con esto. Al final, la mujer y el hijo mueren de una enfermedad. El dueño del circo continúa con su existencia y el conflicto queda irresuelto.

Lo emocionante de este cuento no es solo el retrato de la mujer más fea del mundo y su breve historia de sufrimiento. El dueño del circo, con su maldad y su amor, también emociona. Hay algo humano en sus contradicciones. Hay algo humano, incluso, en su forma triste y confundida de infligir dolor. Lo bueno del cuento de Tokarczuk es que evita la moraleja. Hubiera sido fácil escribir una fábula que fuera una metáfora de la explotación de la mujer por el hombre. La autora hace algo más interesante. En una historia de explotación y en un personaje ciertamente despreciable desde casi cualquier punto de vista moral, en aquellas cosas que despiertan el disgusto de las mayorías -una cara repugnante o un carácter repugnante-, Tokarczuk descubre una cierta belleza, una duda o ambigüedad, un espacio para amar lo real. Ojalá toda la literatura de Tokarczuk sea tan buena como “La mujer más fea del mundo”. Ojalá ese cuento diga algo sobre el resto de su obra. Si es así, hay motivos para celebrar el reciente premio Nobel.

*Escritor

Twitter: @juan_a_otero

IG: @juanagustinotero