CULTURA

Prólogo tardío

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Uno de los motivos por los que Peripecias del no no tiene prólogo en castellano es que en la primera versión –Las equis distantes (The Ex Positions, en The No Variations)– tenía uno tan extenso que provocaba rápidamente la disuasión del lector. No es que ahora no siga intentándola, pero creo que de una manera esporádica, discontinua, acorde con su rebuscada pero voluntaria fragmentariedad. Lo cierto es que Las equis... era un proyecto tan obsesivo, que empecé a temer lo peor. Lo peor es algo sobre lo que nos alerta y alarma Giordano Bruno: todas las combinatorias cerradas terminan provocando una explosión (es, creo, una manera de invitarnos a creer en el Big Bang cuando Dios dejó de jugar a los dados). Como odio incluso las expresiones menores de la pirotecnia, pensé que una implosión previa impediría la catástrofe. Tal vez yo, adelantándome, pudiera impedir que otros lectores se lastimaran. Siempre fui optimista. De modo que hice estallar la novela original y agregué algunos detalles de un diario para darle verosimilitud a la presencia de otro, de alguien más. El motivo adicional de la ausencia de prólogo es que el prologuista exultante y lambiscón era el mismo corresponsal moribundo que le envía al editor empresario las últimas cartas, que son también los párrafos finales de Peripecias del no, Víctor Eiralis con seudónimo. Asistí al funeral imaginario de Víctor Eiralis con el mismo traje astroso con el que lo inventé, para cumplir un mandato o un mandado de la revista Babel, en un funeral verdadero, mucho más doloroso: la ficción no nos deja mentir. Lo cierto es que no había manera a mi alcance de hacer este arco sinóptico a la vez comprensible y verosímil, digno de un lector adulto que hubiera alguna vez creído en Herbert Quain y en Sebastián Knight. No obstante, cuando salió Peripecias... en castellano en 2007, yo sabía que era un epitafio huérfano por ausencia de prólogo.
Después de haber asistido a las múltiples dificultades de por lo menos dos traductores de Peripecias... al inglés, el prólogo y la versión de Darren Koolman recompensan en un idioma tal vez más adecuado [la hipálage capciosa y el rústico oxímoron se adecuan con menos violencias a la maleabilidad y la confianza sintáctica del inglés] de Perips, a la vez que restituyen con el prefacio un ordenamiento menos arbitrario –sin alterar un ápice la autoridad de la publicación en castellano de Interzona (editada por Damián Tabarovsky y corregida por Maximiliano Papandrea). A todos ellos, mi infrecuente y anhelante gratitud.

*Editor y escritor.