CULTURA
La ciudad pensada XII

¿Qué historias esconde el Convento de Santo Domingo?

En el cruce de Belgrano y Defensa, en Montserrat, convergen muchos pliegues de eventos significativos para nuestro país, la mayoría desconocidos.

 Convento de Santo Domingo. 20210
La Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo. | Laura Navarro.

Al caminar por la avenida Belgrano desde la avenida 9 de julio hacia el Bajo, primero nos sorprende el edificio de Otto Wulff; pero luego, si avanzamos dos cuadras, pasamos frente al sitio donde se levantó la casa de Manuel Belgrano, y a solo unos pasos descubrimos su mausoleo, en el cruce Belgrano y Defensa, en Montserrat, en el atrio de un convento, el convento de Santo Domingo, y la Basílica de Nuestra Señora del Rosario.  

Nos atrae la delicada solemnidad del grupo escultórico, con figuras aladas y alegóricas. Este lugar representa un caso de lo que podemos llamar “densidad histórica de los lugares” en la ciudad, porque aquí convergen muchos pliegues de una historia significativa: una iglesia que a la vez fue Museo de Historia Natural, y el primer observatorio de la ciudad, sitio donde permanecen varias banderas arrebatadas a los ingleses durante sus famosas invasiones; una amplia pared con una inscripción que recuerda a Martín de Álzaga, interesante ejemplo para pensar, como veremos, la posible invención de una conspiración; y, claro, el lugar del destino final de los restos de Manuel Belgrano, y de otros héroes de la independencia.   

 Mucho más entonces que un lugar solo consagrado a la religión.  
 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Un templo y un perro para los dominicos  
En la edad media, en el sur de Francia, los herejes se reproducían velozmente. Eran los cátaros, enemigos de la iglesia católica, que despotricaban contra el Dios del Antiguo Testamento, que venían al cuerpo y al mundo físico como barrotes de una prisión universal. Para contenerlos, Roma envío a los monjes de una orden fundada en 1261, los dominicos, la Orden de predicadores creada por Domingo de Guzmán.   

Los dominicos eran empecinados perseguidores de herejías; miembros de la Inquisición; sesudos teólogos, como Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Ilustres dominicos fueron Bartolomé de las Casas, defensor de los derechos de los indios, y Francisco de Vitoria, el brillante pensador de la Universidad de Salamanca.   

Y en su expansión, los dominicos llegaron hasta la ciudad de Buenos Aires en 1602. Cuatro años después se fundó el convento, y su iglesia basilical recién sentó su piedra fundamental un siglo y medio después. Antonio Masella, arquitecto procedente de Turín, empezó las obras. El alcalde Juan de Lezica y Torrezurri, cuyos restos reposan ahora en el templo, dio gran impulso a la construcción que recién se concluyó en 1805.     

La fisonomía del templo sufrió pocos cambios a largo de su historia. Su interior hoy sigue exhibiendo la simplicidad de las iglesias del tiempo colonial, con atrayentes retablos dorados de estirpe barroca y confesionarios con revestimientos de mármol y puertas de elaborados motivos ornamentales en madera. Su planta es en forma de cruz latina, y luce dos torres; en ellas, si el visitante observa con atención, advertirá dos siluetas añadidas.  

La torre izquierda muestra una veleta con un gallo, que, por un lado, es símbolo nacional de los franceses. El latín gallus es “gallo” y “galo”, alusión a los habitantes de la antigua Galia, hoy Francia. Pero como símbolo espiritual, el animal del canto en el amanecer simboliza fe, luz, la victoria sobre el mal. Porque el gallo en la torre es fuerza vigilante y ahuyentadora de demonios.  

En la veleta de la torre derecha, erigida en 1849, se acomoda la figura de un perro. Aparente rareza que proviene del origen mismo del nombre de los dominicos dado que se consideran los Domini canis, los perros o los guardianes del Señor.  

El templo así trasmite un mensaje simbólico.  

 

El interior de la Basílica.

Unas banderas inglesas y de Buenos Aires a Waterloo.  

El joven limpiaba su arma sobre cubierta. Lo rodeaba el mar. Y cuando llegó a tierra, era otro de las casacas rojas, un soldado inglés recién desembarcado en Quilmes, al inicio de la primera invasión inglesa de la ciudad de Buenos Aires, en 1806; la primera, dirigida por William Carl Beresford, y que dominó la ciudad al ocupar su Fuerte.  

El 1 de julio los ingleses impidieron que se realizara en Santo Domingo el culto al Santísimo Sacramento. Por eso, Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista, habló con el prior de los dominicos, Fray Gregorio Torres, para pedirle la ayuda de la Virgen del Rosario; y le prometió que de recuperar la ciudad entregaría al templo las banderas que se arrebataran al invasor.   

Así ocurrió el 12 de agosto; y el 24 del mismo mes, el militar de origen francés cumplió su palabra y entregó a los dominicos, como ofrenda a la Virgen del Rosario, dos banderas del Regimiento nº 71 Highlanders, y dos estandartes de la Marina Real Británica. Trofeos de guerra que permanecen, hasta hoy, en exhibición en el templo, y que no sufrieron daños luego de los incidentes que derivaron en la toma de la iglesia, tras el bombardeo de Plaza de Mayo en 1955.   

Y el 2 de julio de 1807 los ingleses hicieron su nuevo intento bajo el mando del general John Whitelocke. Desembarcaron en la Ensenada de Barragán, con un ejército muy superior respecto al de la primera invasión. El propósito estratégico era la convergencia en el Fuerte de 13 de columnas que avanzaron a través de la ciudad. Gran error de Whitelocke, que así dividió su fuerza, y no previó la voluntad combativa de la población que convirtió cada casa en un fuerte, y cada calle en una trinchera.   

Una de las columnas inglesas, comandada por Robert Craufurd, avanzaba por la calle Defensa; ante la feroz resistencia no pudieron seguir avanzando. Se refugiaron en el convento de Santo Domingo. Y se enfrentaron desde la única torre que el templo poseía en ese entonces, con el Tercio de cántabros Montañeses dirigidos por el coronel Pedro Andrés García, el llamado primer geógrafo de Argentina.   

Muchos de los impactos de las balas de cañón en la torre están indicados hoy con tacos de madera. El general Robert Craufurd se rindió luego de un muy intenso combate y de la muerte de varios de sus soldados. Sus banderas le fueron despojadas y enviadas por Liniers al prior Francisco Sosa del convento de Santo Domingo de la ciudad de Córdoba. Una de las banderas era de un transporte naval inglés, y la otra una bandera roja de seda negra del Regimiento Green de Santa Elena, o del Regimiento de Infantería nº 95, con dos cráneos y la cruz de San Andrés. Y en el Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo, se exhibe otra bandera (del tipo llamado “guión”) del Regimiento nº 71 Highlanders (regimiento de las Tierras Altas escocesas al servicio del ejército británico).​  

El teniente Denis Pack, uno de los subordinados de Craufurd, era el jefe de los Highlanders. Pack había participado en la primera invasión, y había jurado que no volvería a ser partícipe de una intrusión en la ciudad. Luego de la rendición fue buscado para ser fusilado por perjuro. Los dominicos lo protegieron, y así logró salvar la vida; se retiró con el vencido ejército de Whitelocke; y será uno de los soldados ingleses que enfrentará al ejército de Napoleón en Waterloo.   

El convento de Santo Domingo atesora también dos banderas realistas que donó Manuel Belgrano, y la Imagen de la Virgen del Rosario de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, traída del Perú.  

En la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, en Carmen de Patagones, en la Patagonia, también se conserva otras banderas de un ejército invasor, pero de los brasileños, durante La Guerra con el Brasil en 1827.     

El espléndido campanario.  

Rivadavia, y el convento observatorio  

Entre 1821 a 1824, Bernardino Rivadavia fue ministro de gobierno de la gobernación de Martín Rodríguez. En Defensa 360 se conserva una casa en la que habría habitado. Antes, en 1812, el Primer Triunvirato detectó, o tal vez solo creyó detectar, una conspiración de españoles, encabezada por Martín de Álzaga, contra el gobierno independentista.   

Álzaga participó con mérito en la defensa de la ciudad ante las invasiones inglesas, y protagonizó también la Asonada en 1809 contra el virrey Liniers. Rivadavia, a la sazón secretario del Triunvirato en ese entonces, con pruebas muy dudosas, sometió a Álzaga y a muchos otros españoles a un proceso criminal secreto, cuyas actas nunca se hicieron públicas, ni tampoco la identidad del supuesto testigo clave de la conspiración. Y como resultado del particular proceso judicial, Álzaga y muchos otros fueron fusilados.  

Hoy, no se puede descartar la sospecha de alguna venganza personal de Rivadavia, y el deseo de confiscar los bienes de los condenados. Una larga inscripción en el templo recuerda al supuesto conspirador, no lejos de la urna funeraria de José Matías Zapiola (1780 1874), soldado de San Martín y comandante del Regimiento de Granaderos a Caballo en la batalla de Chacabuco; y también en el templo yacen los restos del jefe del Ejército del Norte, Antonio González Balcarce, y de Hilarión de la Quintana.      

Como ministro de gobierno, Rivadavia promovió la ley de reforma eclesiástica de 1822, de claro sesgo anticlerical. Los dominicos fueron expulsados del país, y el convento expropiado. El viejo templo, entonces, inesperadamente, se transformaría en ámbito científico.   

El convento se convirtió en Museo de Historia Natural en 1826 con numerosas piezas del reino animal, mineral y vegetal, bajo la conducción de Pablo Ferrari, químico y botánico italiano; a su vez, el templo albergó una colección de numismática de 1500 piezas. Pero el templo tendría también otra insólita transformación respecto a su función original.   

Un egresado de la Universidad de Pavía se hizo célebre por sus estudios sobre electromagnetismo y mecánica de fluidos, y por sus investigaciones astronómicas. El personaje era Octavio Fabricio Mossotti, distinguido científico italiano, contratado como profesor de la cátedra de física experimental y astronomía del Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, creada en 1821, primero con rango provincial. Cuando se hizo la propuesta docente a Mossotti, Rivadavia ya era presidente de la República Argentina.   

El científico italiano ejerció su magisterio en la parte alta del convento de Santo Domingo devenido observatorio astronómico y gabinete meteorológico. El primer observatorio del país. En el templo también funcionó un aula de física experimental, en la que Mossotti enseñó entre 1828 a 1834.   

Desde su mirador en el convento, Mossotti observó a Mercurio para determinar su distancia del sol; estudió un eclipse solar; y siguió la evolución del cometa Enke, en 1832, el segundo detectado con movimiento periódico, luego del Halley.    

Las observaciones meteorológicas a través de un barómetro y un termómetro fue parte destacada también de la actividad de Mossotti, cuyos registros fueron usados por el célebre Alexander von Humbolt; y sus investigaciones publicadas por la Sociedad Real de Astronomía de Londres. Y en 1835 se le ofreció el cargo de director del observatorio astronómico de Bologna. Mossotti entonces regresó a Europa. Autorizados por Rosas, los dominicos regresaron. Y el periodo científico del templo concluyó.   

 

Belgrano y de una modesta tumba a un mausoleo.  

El mausoleo impresiona por su solidez y simbolismo. De 9 metros de altura, con un fundamento de baveno granito. En su base, dos figuras alegóricas: un joven en actitud pensante, junto a un libro, y otro que blande una espada, indicio de acción. Belgrano murió en 1820: convaleciente, le regaló un reloj de oro a su médico para agradecerle por su servicio, aunque éste no quería cobrarle (y ese reloj fue robado en 2007 del Museo Histórico Nacional en Parque Lezama).   

El sarcófago de Belgrano es circundado por cuatro cariátides de bellos y serenos rostros. Una de las figuras femeninas sostiene una hoja de palma que se inclina y alegoriza la victoria vivida con humildad. Otra figura custodia la inscripción en latín “Studis Provehendis” (Proveedor de Estudios), recuerdo de la donación por Belgrano de 40 mil pesos para la creación de cuatros escuelas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Fervor por la educación como arma de progreso; y otra figura con un engranaje, representación del tiempo del prócer como secretario del Real Consulado de Buenos Aires empeñado en avivar la agricultura, el comercio y la industria.    

En el extremo superior del mausoleo reposa un yelmo coronado por un águila de alas desplegadas. Dos relieves también recuerdan la jura de la bandera creada por Belgrano, y sus victorias en las batallas de Salta y Tucumán.   

El monumento fue construido en 1903, por el escultor italiano Ettore Ximenes, financiado por una suscripción pública. La erección del mausoleo ocurrió en la época en la que el Estado se empeñaba en edificar una identidad nacional mediante imágenes simbólicas edificantes, como la exaltación de los héroes patrios. La ciudad así debía ser monumentalizada, en réplica también de los monumentos que poblaban las ciudades europeas.   

Antes, los restos de Belgrano reposaban frente a la entrada de la iglesia, por su voluntad expresada en su testamento. Fue amortajado con el hábito blanco de la orden de los dominicos por pertenecer a la Tercera orden de San Domingo, su rama laical. Renunció al privilegio de reposar dentro del templo, como sus padres, cuyas tumbas se encuentran al pie del altar de la iglesia.    

 

Una esquina peculiar  

Cerca de Santo Domingo hoy reluce, restaurada, devuelta a su esplendor casi original, el Convento de San Francisco en Defensa y Alsina. Y a un lado la calle empedrada en Defensa, y a pocos pasos, el pasaje 5 de julio, lugar del antiguo huerto conventual y que también fue escenario de la lucha con los ingleses en la ciudad invadida.  

La esquina de Belgrano y Defensa permanece como punto de convergencia de sucesos de talante muy distintos. Eventos religiosos, de armas, científicos. Y el cruce de calles con la imagen de un gallo y un perro en la altura; esquina con un edificio en el que, como en todas las ciudades, se funde en una densidad común imágenes religiosas y hechos de violencia. Pero, en este caso, con el agregado peculiar de una iglesia desde la que un astrónomo italiano escrutó las estrellas.    

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. Algunos de sus cursos sobre filosofía, arte, cine, literatura son anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar).