Publicado en 2013, llega a nuestro país Quentin Tarantino, glorioso bastardo, de Juan Manuel Corral. No es una biografía, tampoco un estudio técnico, tampoco un largo reportaje a Tarantino. Nada de eso. Se trata de un compendio (y resumen) de todo lo publicado “sobre” Tarantino, tanto en las revistas especializadas como en la web, incluyendo foros de discusión de fanáticos. Dolmen Editorial (Palma de Mallorca), se especializa en el universo paralelo del comic, con una revista y todos los derivados, incluyendo “libros”.
Como catálogo, está al tono: en cada página se encuentran entre una y tres imágenes, ya de actores, filmes, pósters, así como columnas biográficas sobre personajes, directores de cine o géneros de la industria cinematográfica. El aspecto es impactante, por el papel ilustración, el uso de dos tintas (negro y gris) para la impresión, pero eso no justifica los problemas de edición que se encuentran en el cuerpo principal del texto.
La primera dificultad es el tono soberbio y descarado con el que Corral emite juicios de valoración sobre la historia del cine evocada por Tarantino. Eso incluye guiones, casting, dirección de actores, fotografía, montaje y hasta las declaraciones de prensa, trascendidos de promoción o mera chismografía de dudoso origen. Más allá de las serias dificultades del autor en el uso de la lengua escrita, la falta de estilo sugiere que su “lector” es un simple fanático ignorante incapaz de poseer memoria sobre el cine mismo, vale decir, ofende al destinatario. Incluso, al avanzar la lectura, deja en claro que odia (y envidia) a su objeto de estudio, lo maltrata de manera exagerada. En una línea lo trata de genio, en la segunda de reiterativo o mediocre. Hacia la página 97 denuncia que el director se aprovechó de su fama por Kill Bill al promocionarla por Europa: habría organizado reuniones escandalosas con groupies en torno a drogas y sexo. ¿Qué importa lo que hace Tarantino en el baño del hotel?
El lector tiene en esta guía las influencias, relaciones, detalles de homenajes, bandas sonoras, intervenciones televisivas, guiones y hasta las obras de teatro donde ha participado como actor. También sus intervenciones como productor apoyando la carrera de Robert Rodríguez, entre otros. A casi 25 años del estreno de Perros de la calle, lo polifacético de Tarantino devino en un estilo indudable, más allá de una genialidad obsesiva que puede remontarse a cuando a los quince años fue preso por robar un libro de Elmore Leonard. O cómo entabló relaciones con el submundo de Hollywood desde el mostrador de un cineclub hasta reunir a un equipo y actores convencidos de enfrentar un desafío estético de bajo presupuesto. Tarantino piensa su filmografía en torno a sucesos mínimos para actores determinados, al punto que todo un guión sostenga la escena clave, que valora como histórica. Aldo Raine, el teniente de Bastardos sin gloria, era el rol para Leonardo DiCaprio, pero como no fue posible su participación recayó en Brad Pitt. En Django, logró que DiCaprio encarnara al sádico esclavista que, en una escena sublime junto a Samuel L. Jackson y Christoph Waltz, evoca la claustrofobia y tensión personal que lograra Hitchcock en Festín diabólico.