Que la destrucción del tan preciado tesoro que constituye un libro es probablemente tan antigua como la cultura sumeria no es nada nuevo. Ya en El Himno a Ishbierra se proponía derrotar no solo a la población enemiga, sino también a su cultura, y entre ella estaban sus escrituras. Pero la historia demuestra que no eran los oprimidos los que ejercían estas prácticas destructivas sino precisamente los opresores, que en muchos casos carecían del intelecto de los primeros.
El rey acadio Sargón, en su conquista de los sumerios alrededor del 2300 a.C., esclavizó a sus escribas y los obligó a enseñarles la escritura cuneiforme para así gestar su nuevo imperio. Y vaya que lo logró cuando el complejo sistema de escritura adquirió su carácter fonético, logrando así reducir a la mitad la cantidad original de caracteres, lo que permitió acelerar la escritura de tablillas por medio de un sistema que hoy llamaríamos quasi-fordiano. Tal es así que las tablillas bilingües sumerio-acadias fueron reemplazadas por las monolingües acadias, desterrando la voz y la cultura sumeria.
El intento de destrucción de culturas, y escrituras de los derrotados por parte de los poderosos no ha sido patrimonio exclusivo de los acadios. También ejercieron estas prácticas los asirios, los amoritas, los persas. Y existió desde tiempos remotos el miedo a la destrucción de tablillas propias a manos de los vencedores. Por ejemplo: algunas de las tablillas asirias de la Biblioteca de Ashurbanipal —halladas por arqueólogos ingleses en el siglo XIX y que hoy se exhiben en el Museo Británico— contienen maldiciones y amenazas hacia sus posibles destructores.
Ya en Egipto, Akhenatón ordenó la quema de papiros secretos. En Grecia, el Papiro de Dérveni ha sobrevivido solo parcialmente carbonizado, y luego de mucho esfuerzo se ha descifrado un poema cuyo autor pudo ser Orfeo. Fue también famosa la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por causas que, entre otras, se atribuyen tanto al incendio de Julio César como a la conquista musulmana. Lamentablemente, a lo largo de la historia, abundan los ejemplos de quema de libros y de bibliotecas enteras. Como abundan los ejemplos de silenciamiento y censura, de fabricación de un otro bárbaro, inculto, inferior. Pero siempre ha sido el civilizado, el culto, el superior el que se ha atribuido el derecho de calificar a ese otro y de acallar su voz con ánimo de dominarlo y aniquilarlo para querer imponer la suya.
Esto se ha hecho en el Imperio Romano, durante el nazismo o en el exterminio armenio. Se ha ejecutado a escritores de la talla del chino Huang Yuansheng, del español Federico García Lorca, del salvadoreño Roque Dalton, del argentino Rodolfo Walsh. Tal vez mejor suerte conocieron autores de obras censuradas como Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, Rebelión en la Granja de George Orwell, Las Uvas de la Ira de John Steinbeck, Los Versos Satánicos de Salman Rushdie, entre muchos otros. Y siempre fue el poder de turno local el que recurrió a la aniquilación de autores o censura de sus obras porque insultaban su statu quo al desafiar su poder hegemónico.
Dice el Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino, Duran Barba, que la democracia debiera garantizar la pluralidad de voces y la libertad de pensamiento y expresión. Por ello se escandaliza de que un grupo de alumnos irrumpiera con sus reclamos en la inauguración de la cuadragésimo cuarta Feria del Libro en Buenos Aires el pasado jueves 26 de abril. Pero lo que no dice es que sus voces, las de sus docentes y de los rectores de los 29 institutos de nivel terciario en donde ellos se forman, han sido sistemáticamente silenciadas.
No declara Duran Barba que la gran cantidad de académicos y personajes de la cultura que se han manifestado por diferentes medios desde el fatídico 22 de noviembre pasado han alcanzado escasa repercusión mediática. No expresa Duran Barba el sentimiento de frustración de toda la comunidad educativa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, así como de las personalidades que han asistido a reuniones y circulado por el recinto de la Legislatura de la ciudad en el último mes, cuando los legisladores oficialistas han ignorado sus preocupaciones, sus inquietudes con una presunción de diálogo inexistente.
No indica Duran Barba que el ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, publicó en twitter el 25 de febrero de 2013: “Y si echamos a todos los docentes y empezamos de nuevo?” ¿No es ése acaso un acto de violencia manifiesta que ataca a la comunidad educativa en su conjunto? No es extraño entonces que un grupo de alumnos de los profesorados de la Ciudad de Buenos Aires, cuyas voces han sido silenciadas, cuyos derechos se verán cercenados al destruir sus institutos de formación de tradición centenaria, alcen sus carteles y hagan oír sus cánticos en un evento público, que es de los pocos que encontraron para visibilizar su reclamo.
Por cierto, nada tiene de fascista o de violento un inocente grito de “Señor, señora, no sea indiferente, nos cierran los terciarios en la cara de la gente”. Expresar su queja desesperada en un evento de concurrencia masiva y amplia cobertura mediática nada tiene de comparable a la quema de libros. Por el contrario, es una demostración de imaginación y creatividad, que es lo que tanto se les ha exigido a docentes y alumnos.
Es precisamente aplicable a las acciones del gobierno de CABA el paralelismo metafórico del ataque a los libros con el intento de aniquilación de los 29 institutos terciarios de tradición legendaria en formación educativa de calidad. Después de todo, el incendiario es el gobierno de CABA, que cuenta con mayoría absoluta de 34 legisladores en la legislatura porteña y por ello se arroga el derecho de jugar al gato y el ratón con las comunidades que integran dichos terciarios, disfrazado de un presunto diálogo que ha demostrado no evocar. Así lo han hecho históricamente los opresores al quemar los libros de sus oprimidos.
Enhorabuena que estudiantes emprendan una lucha quijotesca contra los erguidos molinos del gobierno cuyas aspas intentan cortarles sus cabezas. Enhorabuena que lo hagan con estoicismo gandhiano, con la pacífica pluma sobre sus cartulinas. Enhorabuena que cumplieron su objetivo de instalar su clamor en los medios masivos de comunicación. Menuda tarea tendrán ahora los legisladores de CABA en demostrarles a estos estudiantes que están a su altura a la hora de emitir su voto.
(*) Maestro.