CULTURA
Patria y familia

Sebastián Wainraich también se sumó a la moda antipolíticos con su primera novela

“Patria y Familia” la primera novela de Sebastian Wainraich que indaga la cara más oscura de la política argentina.

Sebastian Wainraich
Sebastian Wainraich | CEDOC

El conductor, actor y humorista Sebastian Wainraich publicó su primera novela “Patria y familia”, con la que se suma al fenómeno antipolítica retratando a un candidato presidencial sin escrúpulos.

Su protagonista Luis Alberto Camino, sin ser ninguna copia exacta a ningún político real, es un personaje que se mueve como pez en el agua en la manipulación mediática, la seducción del poder y la ambición.

Esta novela proyecta una mirada crítica, sobre la política hilvanando el humor, cinismo y una tensión cercana al thriller, anclada en una Argentina en constante crisis, que no logra superar y captura un aire de época marcado por las redes sociales y las fake news.

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el poeta y ensayista Fabián Casas dijo que “Con una sintaxis muy potente, esta novela nos cuenta la máquina mental que maneja a un candidato a presidente. Una especie de american psycho, un arribista, un personaje que pelea palmo a palmo con la realidad que nos toca vivir: los presidentes, esos seres desquiciados que nadie conoce de verdad, ni siquiera -como conjetura Wainraich- ellos mismos.”

Sebastián Wainraich Patria y Familia

La periodista María O’Donnell destaca la verosimilitud política que atraviesa las páginas del libro: “Patria y familia es un novelón que retrata a la política de manera muy real. Luis Alberto Camino, su protagonista, llegó para quedarse. Sebas Wainraich, bienvenido a esta jungla”.

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Wairaicna desde hace más de 30 años ha hecho de la radio y televisión su segunda casa, sin embargo en su primera novela “Patria y familia” editada por Planeta, se desprende todas las temáticas que lo caracterizan, como la radio, Atlanta, la religión que da vida a Luis Alberto Camino.

A continuación un fragmento de las primeras páginas de "Patria y familia"

Son las dos de la mañana, a las ocho se abren las escuelas y a las diez voy a ir a votar. Antonio dice que las diez es la hora ideal. Voy a llevar facturas para las autoridades de mesa y voy a decirle a la prensa las estupideces que se dicen siempre: que es una fiesta de la democracia, que ojalá todo se desarrolle con normalidad, que agradezco a nuestros fiscales y a los de los demás partidos también por cuidar el mejor sistema que tenemos para vivir.

A las seis de la tarde van a cerrar las mesas y transpiro cuando pienso en esas bocas de urna que dirán que soy el nuevo presidente de los argentinos. Lo pienso y me excito. Me caliento. Quiero estar en mi búnker a las nueve de la noche y ser ovacionado por mis militantes. Quiero tener a mis pies a mi vice y a todos los estúpidos de mi partido: los que me apoyan, los que no, los que me jugaron en contra. Van a venir en fila a abrazarme, a desearme suerte, a decirme que me van a acompañar, a humillarse por un ministerio, por una secretaría, por un lugar en mi gobierno. La imbécil de Lucía Corro va a llamarme para felicitarme. Llamé a Luis Alberto Camino para felicitarlo y para comunicarle que estoy dispuesta a hacer la mejor transición por el futuro de nuestra querida Argentina, va a decirles a los periodistas. Le van a preguntar si se arrepiente de ser la ideóloga de la eliminación del ballotage y va a decir que no.

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El diez de diciembre va a tener que ponerme la banda presidencial. Y me va a dar el bastón. Qué risa me da. Le voy a ofrecer algún ministerio. Alguno que no sea muy importante: turismo o medio ambiente. Los demás candidatos me van a llamar pero no los voy a atender. Le voy a decir a Antonio que los atienda y les agradezca de mi parte. Marcela y los chicos van a subir al escenario conmigo y vamos a posar para las cámaras y para todo el país. La familia presidencial. Familia Camino. En el celular voy a tener un mensaje de Isabel. El gobierno va a ser tuyo también, Isa. Sin vos no hubiera llegado hasta acá, le voy a decir. Me van a llamar presidentes de otros países. Y voy a dar un discurso. Y no voy a dormir toda la noche.

Nací para ese momento. Luis Alberto Camino presidente. Sí, nací para eso. Para esa foto. La película son los cuatro años de gobierno. No le tengo miedo a nadie: ni al pueblo, ni a la oposición, ni a mi partido, ni a la coyuntura. Si soy gobernador de una provincia como Buenos Aires hace cuatro años, puedo ser cualquier cosa. Es más difícil ser gobernador de la provincia que presidente. Estoy seguro. Me exaspera tener que pensar un gabinete, un plan económico, una agenda de temas. Pero no me quiero apurar. Quiero pensar en lo bueno. Vivir en la quinta presidencial, ser el jefe, tener un sistema a mi disposición. Tener el poder. Si puedo, mejorar el país. O dejar la sensación de que lo mejoré. Ya quiero ganar, ya quiero el momento del festejo. Y que no se me pase la calentura. Cuando asumí como gobernador, tuve ese miedo. Pero tenía el objetivo de la presidencia.

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¿Y ahora? Después de la presidencia, ¿qué? ¿Otro mandato? ¿Ser reelecto? Nunca me interesaron dos gestiones seguidas. Pero tal vez ser presidente sea distinto. Ni loco sería gobernador cuatro años más. Por eso públicamente dije que sería más fácil presentarme a la reelección como gobernador pero que era tiempo de ser presidente. Que le puedo aportar mucho más al país desde ese lugar. A los dieciséis años, cuando empecé en política, quise ser presidente. Era el mal baterista de una mala banda de mi división de El Pensador, el colegio secundario al que fui con otros hijos de psicólogos de moda y artistas frustrados. Nuestra banda era muy mala y yo como baterista era peor. No necesité mucho tiempo para entender que la gloria no la iba a conseguir por ahí. Yo quería trascender. En una fiesta conocí a Marcela, alumna del colegio Carlos Pellegrini. Ella me habló porque me vio solo. Me contó que era del centro de estudiantes.