CULTURA
Tiempos cosmotecnicos

Yuk Hui: el nuevo fenómeno del pensamiento global

Entrevista exclusiva al filósofo chino Yuk Hui, una de las voces emergentes del pensamiento crítico. Políglota, analítico y riguroso, se publica en el país su primer libro traducido al español.

20200906_yuk_hui_pablotemes_g
El pensamiento del filósofo Yuk Hui horada tanto los nuevos entornos biopolíticos como el presente tecnológico en China, a la vez que analiza los objetos digitales en Occidente. | pablo temes

Aunada a la incertidumbre estructural, una de las certezas de las que disponemos en medio de este annus horribilis es la transformación profunda en la interpretación de un presente abigarrado y contradictorio. Frente a la emergencia de totalitarismos digitales por un lado junto a controles biopolíticos excepcionales por otro, se ha sumado el despojo de ciertos rituales antropológicos —velar a los muertos en compañía de familiares y amigos, visitar a los enfermos, ejercer la libertad de tránsito— que trastocan órdenes simbólicos esenciales para la experiencia humana como la conocemos. Los nuevos paisajes politicos en distintas partes del globo demandan asimilaciones inéditas entre Oriente y Occidente para articular un imago mundi que pueda dar cuenta de la zozobra en que vivimos. En ese contexto, la ascendente figura del filósofo y políglota Yuk Hui ha cobrado una especial preponderancia en algunos de los principales círculos de prestigio intelectual. Formado como programador en la Universidad de Hong Kong, estudió filosofía en el Goldsmiths College de Londres para especializarse luego en el pensamiento de la técnica, la cultura y la estética en medios digitales con posgrados en Francia y Alemania. Con fuertes vínculos en Rusia, comanda investigaciones en tecnología y filosofía de las universidades de Leuphana y Bauhaus y en la actualidad radica en Hong Kong. En los próximos días Caja Negra publicará su primer libro en español titulado Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad, razón por la que PERFIL dialogó en exclusiva con el autor.

– Quisiera saber dónde naciste y recibiste tu primera instrucción así como conocer tu relación respecto a tu lengua materna y preguntarte en qué idioma escribes la mayor parte de tus textos filosóficos.

– Crecí en Hong Kong y estudié en Inglaterra, Francia y Alemania. Con mi lengua materna tengo una relación particular; crecí en una familia que hablaba mandarin, chew chaw (del sur de China) y cantonés. De niños todos estudiamos inglés, y por mi por parte estudié un tiempo japonés, lengua que he retomado en estos días; luego aprendí francés y alemán. Leo filosofía escrita en chino antiguo, pero muy rara vez escribí en chino durante la década pasada. Escribo sobre todo en inglés no sólo porque es una de las lenguas imperiales más populares del orbe, sino también porque es mi medio más familiar para comunicar conceptos de diferentes prácticas lingüísticas. 

– ¿Qué ha significado para ti la vida de migrante?

–En realidad no recuerdo un período de estabilidad en mi vida: he sido nómada desde la niñez. Un nómada es diferente de un inmgrante en la medida en que un inmigrante quiere tener un hogar mientras que el nómada desconoce el concepto. Por lo demás, que los nómadas estén siempre en movimiento no significa que no tengan apego a la tierra, por el contrario, lo están más que la mayoría de la gente. Los nómadas suelen ser melancólicos y nostálgicos. En mi caso, cada vez que dejé un lugar siempre me deprimí. Existe en mí la necesidad de moverse, interna o externamente.

– En relación a las protestas recientes, ¿cómo lees la circunstancia de Hong Kong en el presente?

– Se suponía que Hong Kong sería un experimento de nuevas formas de soberanía, lo que significa que la política de “un país, dos sistemas” permitiría una mayor descentralización o al menos una redestribución del sistema federal. Sin embargo ha demostrado ser un fracaso. La política mundial está dominada por idelogías del siglo XX. Recientemente publiqué la traducción de un artículo escrito por Jean-François Lyotard, pero antes de que fuera enviado a la imprenta el editor tuvo que eliminar un párrafo completo que decía “el marxismo es producto del idealismo alemán y el cristianismo tardío”. Es sintomático porque es una negación; significa que el partido comunista se niega a entender Occidente o que el Occidente que creían entender es sólo una fabulación. Es por esa misma razón que las protestas en Hong Kong han sido descritas como una oposición fácil entre autoritarismo y liberalismo en Occidente y en China como como un movimiento terrorista anti gobierno. Las cosas desde luego son más complicadas. Sin embargo la filosofía política del siglo XX no logró darnos nuevos derroteteros. China y los EEUU están dominados por algunos pensadores schmitianos superficiales y por ello se reflejan entre sí. Cuando dos schmittianos se juntan, especulan sobre si deberían ser amigos o enemigos. No puede existe un amor feliz entre ellos.

– ¿Cómo crees que será la sociedad global después de los estragos del COVID-19 y qué ha representado para ti el confinamiento? Lo pregunto cuando la epidemia aún está en desarrollo y sobre todo en relación a una poderosa línea de uno de tus ensayos que sostiene: “todas las formas de racismo son fundamentalmente inmunológicas”.

– El confinamiento es un momento de suspensión y reflexión, ya que muchas actividades “normales” han sido canceladas o realizadas de otra manera. Por supuesto, son muchas las cuestiones sociales y políticas que produce esta suspensión, ya que también es una especie de “selección natural” según el nivel de seguridad social que se tenga. La crisis podría ser la posibilidad de otro comienzo, en el sentido de Heidegger. De hecho, debemos reconocer que no hay “una vida normal”, sino “normalizaciones", ya que pronto la gente estará acostumbrada a usar máscaras y a mantener la distancia social. Probablemente tendremos un confinamiento más prolongado hasta que se demuestre que la vacuna es efectiva y la pandemia llegue a su fin. Empero, si lo que sencillamente queremos es volver a la vida normal y todo esto es parecido a una persona limada que toma un curso de yoga de dos semanas en la India o un viaje de ayahuasca en la Amazonia para volver a trabajar duro y limarse nuevamente entonces tal vez el confinamiento no haya tenido mucho sentido. Creo que se trata de una ocasión especial para concebir y emprender algunos cambios fundamentales, desde los individuos a los colectivos y hasta los Estados.

– Al revisar tu biografía me resulta imposible no pensar en dos filósofos señeros del presente. Por una parte Byung-Chul Han y por otro, Markus Gabriel, con quien compartes no solamente un temperamento cosmopolita sino también la condición políglota que define a un nuevo tipo de filósofo que ustedes encarnan, una suerte de representación holográfica del inconsciente de Google que mueve a preguntarse qué significa ser un filósofo en el presente. ¿Qué piensas de ellos y qué relación guardas con sus obras, si la hubiera?

– No quisiera compararme con las estrellas que mencionas puesto que no sería sino una confirmación del negocio de la sofistería global, que es cada vez más el caso actual. Sólo quisiera hacer un par de observaciones. En tanto asiático, entiendo lo difícil que es para Byung-Chu Han ser reconocido como filósofo no orientalista en Alemania o en Europa en general. Para un asiático convertirse en profesor de filosofía en Alemania probablemente sea más difícil que haber elegido a Obama como presidente en los Estados Unidos. Han casi lo logró. Lo hizo no tanto a través de sus escritos académicos, sino más bien a través de sus comentarios periodísticos y con panfletos a manera de libros. Creo que la circunstancia se explica sola cuando reparamos en el hecho de que su cátedra no fue renovada teniendo 60 años mientras que Markus Gabriel tuvo su cátedra permanente a la edad de 29. Me gusta más el trabajo anterior de Han, pero no tengo una relación cercana con su pensamiento. 

– En estos tiempos ominosos, cuando el ejercicio filosófico resulta más indispensable que nunca, paradójicamente son pocos quienes pueden dedicarse a la filosofía como una opción para ganarse la vida, sobre todo en América Latina. Por ello ¿cuál crees que es el lugar que del humanismo -profesiones liberales, escuelas de artes y humanidades, periodismo y nuevos proletariados digitales- en un contexto de fatiga ecológica, devaluación del trabajo y sociedades gobernadas por algoritmos? ¿Es posible ser sólo filósofo en el presente o es necesario a su vez ser programador?

– Antes que nada fui entrenado para ser programador antes de estudiar filosofía. En ese sentido, lo hice al revés. Sin duda el conocimiento computacional es necesario para los filósofos que quieran entender el mundo contemporáneo, de otra manera pueden hacer el ridículo diciendo cosas como que la máquina de Turing es mecanicista. No creo sin embargo que todo mundo tenga que convertirse en programador, toda vez que debemos concebir un programa que nos permita acomodar la innovación tecnológica en lugar de simplemente dejarnos llevar por ella, lo que solo redundará en desorientación. El algoritmo es la exteriorización del pensamiento racional, que se complica en su proceso de desarrollo desde una lógica lineal hacia una lógica recursiva. Y esta es también la razón por la que Gotthard Günther, el hegeliano y cibernético alemán, afirma que la cibernética que emplea la noción de retroalimentación es la realización de la lógica reflexiva de Hegel. La cuestión no es cómo nos van a reemplazar las máquinas, esto todavía está dentro de un ámbito muy limitado de la economía política, de la cual Marx fue un precursor. La pregunta es ¿cómo vamos a confirmar esta forma exteriorizada de racionalidad actual? ¿Cuál es la posibilidad de la razón? La digitalización es una “tendencia técnica”, en el sentido de la palabra de André Leroi-Gouhran, pero esta tendencia técnica tiene que ser estabilizada e incorporada por una localidad, significados, valores, conocimientos y relaciones sociales de la comunidad. Cada movimiento tiene que ser estratégico, para no ser destruido por la ideología de Silicon Valley. Creo que esto aún no lo comprenden los tecnólogos y nosotros, los que mencionaste, artistas, humanistas, periodistas y otros liberales tenemos que hacerlo. En primer lugar para desarrollar concretamente una nueva economía basada en la localidad, y en segundo, para reformar el sistema educativo en aras de que los estudiosos de humanidades también puedan comprender la tecnología y los tecnólogos también puedan tener estudios liberales en su plan de estudios. No creo que la interdisciplinariedad sea la clave para el futuro, creo que incluso deberíamos abolir el concepto de disciplinas y dar a las artes liberales una nueva vida después del renacimiento.

– Una de las principales preocupaciones de Giorgio Agamben respecto de la pandemia era el lugar del pensamiento vivo en la Universidad, que el encuentra absolutamente ausente en la enseñanza on line. En tu libro “Fragmentar el futuro” señalas que esta crisis es también una oportunidad. ¿Qué beneficios le ves al presente de la vida digital?

– En primer lugar, creo que incluso sin la pandemia las universidades vienen estando en crisis desde hace muchos años y por diversas razones: mercantilización de los títulos, dependencia excesiva de la financiación de terceros, industrialización de teorías críticas, etc. Para los académicos de la generación de Agamben, el entorno ideal de enseñanza sería dedicar un seminario completo a leer palabra por palabra dos páginas de Platón o Heidegger, y en apariencia esto será muy difícil cuando deba hacerse on line, especialmente cuando dichas plataformas no se crearon en realidad con fines educativos. ¿No es un insulto supino que el éxito de Zoom se deba en gran parte al hecho de que ninguna de las universidades del planeta haya desarrollado una plataforma en línea apropiada? Hay que reinventar las universidades, están forzadas a hacerlo, pero no a la manera en que Agamben sugiere, dado que él realmente no entiende la tecnología, aquello que Heidegger llamó Gestell. Como el mismo Heidegger alguna vez dijo: “puede ser que cualquier salvación que no provenga del peligro, se encuentre aún dentro del desastre [Unheil]. En su libro ¿Qué es un aparato? cuando dice “aquí radica la vanidad del bien intencionado discurso sobre la tecnología, que afirma que el problema de los aparatos puede reducirse a la cuestión de su uso correcto. Aquellos que hacen tales afirmaciones parecen ignorar un hecho simple: si un cierto proceso de subjetivación (o, en este caso, desubjetivación) corresponde a cada aparato, entonces es imposible que el sujeto de un aparato lo use ‘de la manera correcta.’.” Creo que no se equivocaba. Sin embargo la clave es crear tecnologías alternativas a estos modos de “subjetivación”. Por ejemplo, podemos imaginar plataformas de educación colaborativa basadas en grupos diferentes de zoom. Y de hecho, creo que lo que Agamben llamó indigencia sólo puede hacerse apropiándose de la tecnología, puesto que la indigencia exige nuevas instituciones que aún tenemos que pensar y construir juntos.

– “El coronavirus destruirá muchas instituciones ya amenazadas por las tecnologías digitales. También hará necesario un aumento de la vigilancia”. El escenario que describes y en el que ya vivimos deja poco espacio para respirar, por lo que haces un llamado a la solidaridad concreta en contra de la cultura monotecnológica en pos de una tecnodiversidad con tecnologías alternativas y sus correspondientes modos de vida, lo que resulta necesario, pero tampoco parece sencillo de ninguna manera. ¿Qué puede decirle Oriente a Occidente para imaginar una resistencia global articulada?

– Si la solución fuera simple, no habría ningún problema. Debido a que no hay una solución simple disponible, debemos probar diferentes tentativas, pero sin depender de una sola autoridad para dar instrucciones. Considero que durante la pandemia mucha gente se ha dado cuenta de que la política no es otra cosa que una sarta de mentiras, y el capitalismo no desaprovechará ninguna oportunidad que le den las catástrofes: la pandemia en realidad no interrumpió la operación del mal. De hecho la pandemia sólo la aceleró, produciendo una sensación de desesperanza, de nihilismo. El Oriente que conocemos hoy no es fundamentalmente diferente de Occidente, en términos de medios de explotación y formas de engaño. En realidad sólo una cosa es clara: estamos siendo llevados por la gigantesca fuerza de la tecnología hacia ninguna parte, y si no tratamos de entenderla y transformarla ahora, tendremos que estar preparados para la llegada constante de catástrofes, si no es todavía el fin de la humanidad.