Como escribió Roberto Bolaño a fines de los 90, Lemebel “es uno de los mejores escritores de Chile y el mejor poeta de mi generación, aunque no escriba poesía”. Pero además fue performer, militante político, un artista. En contrapartida, Lemebel no era un sujeto de trato fácil, al contrario. Quizá porque a él la vida no le había sido fácil: proveniente de la periferia santiaguina, surgió de un barrio donde el gay estaba destinado a prostituirse. De ahí que en una entrevista haya afirmado: “Hay minorías dentro de las minorías, lugares que son triplemente segregados, como lo es el travestismo. No el travestismo del show que ocupa su lugar en el circo de las comunicaciones, sino el travestismo prostibular”. El crítico español Ignacio Echevarría, en el prólogo de Poco hombre, señala que él se alineó explícitamente con el “travestismo prostibular”. Aunque, claro, Bolaño mucho antes ya lo había señalado: “Es el primer travesti que sube al escenario, solo, iluminado por todos los focos, y que se pone a hablar ante un público literalmente estupefacto”.
Como es de suponer, no fue un tipo cómodo para el campo literario chileno ni para los que, por edad, compartían generación; sólo en los más jóvenes y en las escritoras y poetas feministas, encontró refugio, aprecio, cariño; pero él, como bien señala Echevarría, no escribía para ese campo, sino para otro: el de la política social. Lemebel fue un escritor popular, en el sentido de que encarnaba los ideales y las ilusiones del sector de la sociedad que desde el golpe de Estado de 1973 fue el más pisoteado: primero por la dictadura, luego por los gobiernos de la Concertación. Como plantea Echevarría, “él no participa de la guerrilla literaria sino en la lucha política, que nunca ha dejado de ser una lucha de clases”.
Lemebel opuso al individualismo imperante su individualidad, al crear un sujeto narrativo singular e inimitable, porque lo suyo era poner el cuerpo delante de la escritura, y para lograr este efecto usó en sus crónicas el barroco, es decir una escritura floreada, con idas y vueltas, giros de expresión, que es una estética material. No por nada su escritura tuvo como referente la del argentino Néstor Perlongher, quien definió el barroco como “el arte más escandalosamente antioccidental derivado del propio Occidente”, a lo que agregó: “Revolucionario por su marginalidad, por su excentricidad, por su exceso, el barroco mantiene una férrea disputa con el racionalismo discursivo que se torna dominante en Occidente”. El propio Lemebel parece admitir haber leído muy bien a Perlongher al decir que “estamos apresados por la lógica”.
A mediados de los 80, Lemebel publica un libro de cuentos, Incontables, del que nunca quiso hablar mucho. Cuando llega la “democracia” a Chile, con los sones de un jingle que decía: “Chile, la alegría ya viene”, empieza a publicar sus primeras crónicas en la revista de izquierda Página Abierta. Ya en esta época, hace algo que luego se convertiría en una costumbre: ir publicando sus crónicas en revistas, diarios o incluso radios marginales para luego reunirlas en libros.
Alvaro Hoppe fue uno de los fotógrafos con los que trabajó; de hecho, sus fotos aparecieron en dos libros de Lemebel y cuando se llevó al teatro la novela Tengo miedo torero, colaboró con imágenes de la dictadura que se iban mostrando durante el montaje. A principios de los 90, Hoppe también trabajaba en esa revista de izquierda y le tocaba ilustrar sus crónicas: “Era algo entretenido a la vez que se conocían otras realidades. Conversábamos y nos ‘volábamos’ en imágenes que necesitábamos”. Luego de Página Abierta vino una radio feminista, tres revistas de izquierda y el suplemento dominical del diario chileno La Nación (cerrado por el ex presidente Piñera). A Lemebel parecía no importarle el dinero, sino llegar a la gente que no podía pagar por un libro pero sí por una revista de izquierda. Sin ser su intención, fue construyendo lectores nuevos para una escritura nueva.
Pedro Lemebel se llamaba, según su documento, Pedro Segundo Mardones Lemebel, pero el Mardones lo dejó en ese primer libro de cuentos: quizá la explicación de por qué no hablaba de su primer libro era porque era de cuentos y estaba firmado por Mardones y porque cuento es masculino y crónica, femenino. Era, siempre lo fue, un problema de género. Con Víctor Hugo Robles, periodista y activista gay, condujo “el primer programa radial de homosexuales, lesbianas y trans en Chile, que emitíamos desde la feminista radio Tierra junto al escritor Juan Pablo Sutherland. Escuchando música de Cecilia, Pedro Lemebel leyó sus crónicas y nos habló de la loca política, de la homosexualidad proletaria y de su polémico beso a Joan Manuel Serrat en la Universidad Arcis”.
María Moreno, quizá la mejor cronista de la Argentina, escribió sobre Lemebel en una hermosa crónica titulada simplemente Pedro. En ella cuenta una fiesta en la casa del cronista. Por esa época, a comienzos de 2000, ya era un escritor conocido y no tenía nada que probar: contaba además con una agente literaria, Jovana Skármeta. Pedro confiaba mucho en ella. Moreno también confiaba en ella, ya que cuenta en esa crónica que “le pedí a Jovana Skármeta que me cuidara de mí misma, ya que mi avión salía temprano y esa noche debía llegar lo más entera posible al hotel”. Skármeta recuerda que las cosas sucedieron tal cual como relata Moreno en su crónica [ver recuadro]. Hay una imagen que la ex agente literaria de Lemebel no puede olvidar, y es “a los dos juntos caminando del brazo por calle Ejército hacia la Alameda, ¡qué lujo ver a ese par de cronistas! Sólo faltaba Monsiváis y se hubiera completado la crónica latinoamericana”.
En relación con su trabajo, Jovana Skármeta dice que, si bien era entretenido trabajar con él, era a su vez “complejo, ya que las ofertas de adaptaciones y publicaciones las pensaba bastante. Digamos que lo económico era importante, pero en ningún caso más importante que la calidad; la mirada estética del interesado”. Y quizá por eso las negociaciones, además de ser largas y conversadas, a veces no prosperaban: “Más allá de la parte estrictamente formal con otros, con Pedro nos hicimos amigos al poco tiempo de trabajar juntos, así que nuestra relación pasaba por otros frentes: nos reíamos mucho. Es una de las personas más divertidas que he conocido, infinitamente agudo, y exigente también”.
La esquina es mi corazón fue el primer libro de crónicas que publicó, y lo hizo en una editorial que era conocida por haber tenido un marcado sello feminista en los 80: Cuarto Propio. Su directora, Marisol Vera, cuenta que no tuvo dudas en publicar el texto, aunque en los 90, con la dictadura terminada sólo a unas cuadras y con la censura aún pesando en algunas decisiones editoriales, el tema que se pensó fue “el momento y su difusión”. Por un lado, estaba la escena que todavía no se sacaba los ropajes dictatoriales, y por otro el hecho de que Pedro era conocido por desafiar esos ropajes. El libro, entonces, no tenía que conceder nada a esa escena cultural. “La idea de portada que tenía Pedro”, recuerda Vera, “no era muy recatada que digamos: Pedro, con una corona de jeringas. Pero la hicimos tal cual. La idea era que si íbamos a publicar el libro, éste debía
mostrar toda su apuesta rupturista. Hubo pocas librerías dispuestas a aceptarlo, y estas pocas no lo exhibían. Pedro siempre dijo que esta primera edición fue como su libro invisible”. Luego, Marisol Vera pensó que podía funcionar fuera de Chile: “En la Argentina, el editor de La Marca me preguntó por qué le llevaba esa ‘basura’; en Frankfurt, se lo ofrecí a la agencia de Carmen Balcells, pero Carina Pons, en ese entonces a cargo de las evaluaciones, no se atrevió con el libro”.
Su último editor fue Matías Rivas, de Ediciones UDP. Para él, sin duda, es un autor que se extrañará, porque “es fundamental para comprender la realidad, la calle, el tono de la vida de los que andan a pie y sin miedo”.
Dos semanas antes de morir de un cáncer a la laringe, Lemebel tuiteaba: “Estamos para quedarnos…”. Las palabras estaban acompañadas por una foto en la que aparecía en silla de ruedas, sonriendo, en un homenaje que se le brindó en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Sin embargo, ya estaba débil. Víctor Hugo Robles recuerda que Pedro lo invitó a pasar el Año Nuevo: “Y ahí estuvimos junto a un grupo de amigos y amigas abrazando al compañero de tantas e intensas luchas. Pedro, desde su cama señorial, sedado con morfina, miraba los fuegos artificiales de Valparaíso a través de la TV”. A días de su fallecimiento, se le rindió un homenaje en la Cámara de Diputados, en donde habló un parlamentario de la pinochetista UDI. Según Robles, de haber escuchado ese delirante homenaje, “Pedro seguramente se hubiera reído a carcajadas”.