Wilheim supo a través de Medayaz de esa improbable ciencia dedicada al estudio de las algas, la Algarotmetria. Durante un tiempo hurgó en la biblioteca de la Universidad de Varsovia sin dar con nada que le asemeje. Después decidió preguntarle a su director de tesis y éste le respondió mandándolo a estudiar cartomancia, o alguna que otra mierda que te interese, charlatán, eso le dijo mientras le revoleaba la cantidad no menor de los cinco tomos de la Gran Enciclopedia Soviética, un mamotreto que se mostraba inservible para los días austeros y cristianos de Polonia. La edición que Joseph le revoleó correspondía a la tercera y última que había estado en manos de Aleksandr Prójorov, un prominente físico que llegó a ganar el Premio Nobel junto a Nikolái Básov y Charles Hard Townes por sus trabajos sobre lasers y masers. En una de las entradas referidas a la botánica se decía algo sobre una supuesta ciencia dedicada al estudio de las algas, pero en ningún momento se hacía referencia a la Algarotmetria. Wilheim recordó que una vuelta había visto al viejo Prójorov caminando por los jardines del Instituto de Física y Tecnología de Moscú, el viejo caminaba encorvado seguramente pensando sobre sus primeras teorías en torno al laser y al maser, en esos pequeños pero grandiosos avances que sólo se pueden dar una vez y que después de nada sirven o valen para el futuro. Pensó que si volviera a cruzarlo le preguntaría sobre sus largos años de trabajo para confeccionar la Gran Enciclopedia Soviética, sobre esa ciencia dedicada al estudio de las algas, sobre cómo se enteró, y tal vez sobre cómo eran los días fríos de la Rusia stalinista. Aunque en el fondo sabía que nada le preguntaría, sino más bien, lo esquivaría por miedo a sucumbir a una mirada perdida y ausente, la misma que había visto en muchos ancianos de Rusia después de la caída de la URSS. En una visita a Chernobyl en busca de helechos demenciales producto de la radiactividad pudo ver a un viejo caminando entre la escasa vegetación; cuando se acercó y pudo hablar un buen rato supo que había vuelto para morir, y que estaba sorprendido con los enormes helechos que colgaban de la ciudad de Prípiat, abandonada tiempo después del desastre. El anciano arrastraba una mirada perdida y por momentos confusa, se quedaba con sus ojos brillosos clavados en la profundidad de los edificios vacíos, a lo lejos parte de una vuelta al mundo abandonada a su suerte, todavía en pie, como desafiando esa mirada perdida pero certera.
En una publicación de la Agenda Internacional para la Conservación en Jardines Botánicos, llamada Organización Internacional para la Conservación en Jardines Botánicos, se detalla la cantidad de jardines botánicos presentes en América del Sur. Unos 107 jardines están destinados a la conservación de diferentes especies. De esos 107, sólo 12 se encuentran en Argentina, y según Medayaz, uno de los más bellos es el que se encuentra en el centro de Buenos Aires, donde los gatos se aparean como moscas entre cientos de variedades de árboles y arbustos.