1Salí en remís a la veterinaria del pueblo porque la Negrita vomitaba desde la mañana. Para colmo a la vuelta se largó a llover. Una buena es que no se cortó la luz. Tal vez el arreglo provisorio que hicimos dio resultado. Siguió vomitando el resto del día. Una baba espumosa, sin restos de nada ni color. A la noche durmió bien pegadita a mí y durante la madrugada la escuché hacer arcadas y mojar las sábanas con más baba. Enseguida pensé que se iba a morir. Me pregunto cómo hacen las personas que tienen hijos, cómo hacen cuando están enfermos para no perder de inmediato las esperanzas. Yo no podría, por eso hijos no tuve. A la mañana la llevamos a Buenos Aires, a su veterinario.
Como siempre, las dolencias de la Negrita son misteriosas. El origen de esta es incierto. Tal vez una hebra de pasto o la pata de algún insecto que comió lesionaron el esófago. Al final del día está mejor y tiene mucho hambre. Se comería un pollo entero si la dejara.
2. De todos modos, no hay mal que por bien no venga. Unos días de nuevo en la ciudad, una pausa al campo, las chicharras y las hormigas coloradas. Fuimos a almorzar a Una Canción Coreana. Hacía mucho que no íbamos. Hay platos nuevos en la carta. Justo ese día es el año nuevo coreano y la casa recomienda tteokguk, una sopa de pasta de arroz, suave y deliciosa. Fuimos al cine. Compramos un sofá.
3. La Negrita se queda una semana en Buenos Aires hasta que esté completamente recuperada. Morcilla y Corazón me acompañan en el campo. Es curioso, pero en el departamento Corazón es muy gordo y aquí el paisaje lo adelgaza. También come muchísimo menos.
4. A principios de enero estaba llena de planes, pero empezando febrero me doy cuenta de que no hice casi nada de lo que esperaba. Todavía no planté las semillas que traje. Empecé a hacer compost pero no sé si está resultando. Escribo un poco cada día. Quisiera trabajar más, pero de a ratos me quedo mirando las hojas de los árboles contra la claridad del cielo. O, de noche, contra su oscuridad.
5. Anoche escuché un disco de Ramón Ayala, del 76. No recordaba su voz de joven, tan luminosa. En el disco hay una canción que nunca había escuchado y que se llama El cachapecero. Tampoco nunca había oído esa palabra. Parece que en guaraní es quien conduce un carro tirado por bueyes. Ayala ha escrito canciones hermosas para los trabajadores más ninguneados. El disco sonaba en YouTube, en mi computadora, pero la voz de Ayala parecía venir desde la hondura del monte.
Me acordé cuando vino a leer al ciclo que hacemos con unos amigos. Era invierno y tenía un tapado precioso. Fui a buscarlo al taxi y cuando le abrí la puerta, él empezó a cantar: “Selva, noche, luna/ pena en el yerbatal…”, los primeros versos de El mensú. Esa noche la sala estallaba de gente.
6. Me uní a un grupo de Facebook de plantas silvestres y comestibles… me acuerdo que cuando era chica mi abuela hacía buñuelos de unas hojas que crecían en los baldíos, llamada lengua de vaca, tierna y sabrosa como cualquier espinaca. Alguien sube una foto de un diente de león y pregunta qué es. Me parece raro que a alguien le interesen las plantas silvestres y no pueda reconocer una tan común como esa. Subo mi primera foto: un yuyo alto y florido que creció en un cantero de mi casa. No la publican de inmediato porque primero deben autorizarlo quienes regentean el grupo. Chequeo a cada rato un par de horas, hasta que me olvido. Al otro día tengo un mensaje y una alegría infantil se apodera de mí. La respuesta no me convence.