CULTURA
Hoy en la usina del arte

Vinicio Capossela, el profeta en Buenos Aires

Hoy llega al país para presentarse en La Usina del Arte Vinicio Capossela, cantautor y escritor italiano de culto, autodefinido como un “entertainer fantasmagórico”. Esta semana dialogamos en su casa-estudio de Milán sobre sus ambiciones musicales y literarias, y sobre el material de su último disco, “Canzoni della Cupa”, “mi primer disco folclórico, lo más cercano a Atahualpa Yupanqui que hice”, asegura.

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Trovador. Afincado en Milán, dice que Buenos Aires es un lugar de su geografía de la imaginación, “como si siempre hubiese vivido allí sin haberla habitado nunca”. | arias

Es cierto que los alrededores de la Estación Central de trenes de Milán tienen algo que recuerda a Buenos Aires. No los alrededores de ninguna estación de trenes porteña, sino más bien Recoleta, algún enclave palermitano o incluso una esquina de Núñez puede reconocerse andando por Via Domenico Scarlatti o por Via Giovanni Giolitti. Ante todo hay cierta soledad, muy a tono con la cercanía a esos no-lugares adonde se va o adonde se llega pero no se permanece, se está de paso, entre un lado y otro, buscando ese sitio donde poder relajarse y poder decir “aquí me quedo”. Vinicio Capossela (Hanover, 1965) intuyó de un modo misterioso esa similitud, porque nunca había estado en Buenos Aires hasta marzo de 2011, cuando se presentó en La Trastienda.

 Para entender el caso Capossela hacen falta antecedentes y un análisis pormenorizado del espíritu italiano, cosa que no podemos permitirnos hacer en un artículo. Pero básicamente puede reducirse en lo que sigue: Italia es un país donde cualquier automóvil que no sea Fiat provoca desconfianza (como si un BMW fuese un auto húngaro, donde vaya uno a saber dónde van a conseguirse los repuestos). ¿Se entiende la analogía? Bien, en un país así, Capossela, con su música que remite a la música balcánica, al bayón, el bolero, el mambo, la conga, la rumba, el tango, la morna y el rebético, supo hacerse sitio. Es algo extraño el solo hecho de proponerse salirse de los márgenes (hablamos siempre de música), y el antecedente más inmediato es Paolo Conte, que con impecable calidad pero de un modo tal vez menos extremo hizo lo mismo que Vinicio en los años 70 (y lo sigue haciendo, magistralmente). Vinicio cumple con la condición de los anticuerpos en la medicina, es decir que si lo suyo es música, es porque ante todo lo que hace es antimúsica.

 Pero también hace literatura: Non si muore tutte le mattine (2004), Tefteri, il libro dei conti in sospeso (2013, del que hay una edición en español, Tefteri, el libro de las cuentas pendientes, Minúscula 2014) e Il paese dei Coppolini (2015), con el que compitió por el Premio Strega en 2016, sin duda el más importante de Italia.

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 Ahora vuelve a presentarse en Buenos Aires, hoy para ser más precisos, en La Usina del Arte. ¿Qué hará? Ni él mismo lo sabe. Sin duda mostrará material de su último disco, Canzoni della Cupa, aparecido en mayo de 2016.

—¿Qué es “Canzoni della Cupa”?

—Es mi primer disco folclórico, lo más cercano a Atahualpa Yupanqui que hice. Atahualpa me gusta muchísimo, él significa un modo de acceder a un mundo folclórico, rural, de un tiempo inmóvil... la civilización de la tierra... Fui a Alta Irpinia, en la provincia de Avellino, de donde proviene mi familia. Pueblos que con el paso de los años quedaron vacíos –muchos terminaron en la Argentina–. Fui allí a buscar los últimos ecos de la civilización campesina, impregnado de religiosidad, de las premoniciones, de las leyendas...

—¿Pero qué es “la cupa”?

—La cupa es la zona en sombras, en Calitri, el pueblito donde nació mi padre, donde hay, como en muchos lugares, un lugar donde no pega el sol. Eso es la cupa. Por lo general, donde no pega el sol es territorio de las leyendas, donde las cosas no son del todo claras. De hecho en Calitri existe la leyenda de “la criatura de la cupa”; es la zona intermedia, como la selva de Dante, es la zona no clara que hay entre la historia y la no-historia. Se trata entonces de un disco agrícola, cuyo imaginario tiene que ver con los cultos, los rituales, los animales... y que fue grabado en Alta Irpinia, con algunas voces como las de Giovanna Marini, Enza Pagliara, Antonio Infantino... Y luego hay otros temas en los que prevalece el tema de la frontera, que grabados en los Estados Unidos con el grupo Calexico, Los Lobos, el Flaco Jiménez, este mundo tan particular que tiene la frontera mexicana con los Estados Unidos.

—¿Cómo llegaste a Atahualpa?

—Atahualpa... no me acuerdo cómo llegué a él... ni cuándo... tengo la impresión de que lo conozco desde siempre. Me pasa lo mismo con Mercedes Sosa. Naturalmente, como todos saben, me gusta mucho el tango, y especialmente Troilo y Goyeneche. Pero el tango es música urbana, pariente del rebético, al que le dediqué un libro. La historia del rebético es una historia similar a la del tango: es música producto de la inmigración. La música folclórica es otra cosa: está ligada a la tierra, aunque en mi opinión, el sustrato del folclore es el mismo en todo el mundo, es como un sustrato que perforás y lo que salta afuera, con sus variaciones, los emparenta. Cuando escucho a Matteo Salvatore, tal vez el mejor cantante folclórico de la historia, que era un analfabeto y tocaba la guitarra, en lo primero que pienso es en Atahualpa. No solo por los temas que toca, sino por el modo en que se acompañaba con la guitarra. Y estamos hablando de dos hombres que nunca se conocieron, que vivían en las antípodas del mundo. Cuando escuchás algún viejo blues, o un tema folk, hay algo, un modo de lamentarse de las fatigas y las injusticias de la vida, que es casi análogo en todo el mundo. Ese fue mi punto de acceso al yacimiento folclórico.

—Bien, el show consistirá en parte en esto, ¿y en qué más?

—Buenos Aires siempre gobernó mi cielo al revés, vivo en esta zona de Milán porque esta zona me sugería la idea de estar en un “barrio”, siempre, durante toda la vida, busqué el lugar donde como Troilo poder decir: “Siempre estoy llegando, y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja, titilando como si fueran manos amigas, me dijeron: gordo, gordo, quedate aquí...”. Buenos Aires es un lugar de mi geografía de la imaginación, como si siempre hubiese vivido allí sin haberla habitado nunca. Goyeneche y Troilo siempre fueron para mí como compañeros de escuela, sobre todo en mis primeros discos, cuando estaba más ligado a esta música, el tango. Hace tiempo hice en italiano versiones de los tangos que más amaba: Sur, Garúa, La última curda, Naranjo en flor, Cristal...

—Pero esas versiones nunca las grabaste...

—No, pero me gustaría mucho cantar dos o tres allá. Tengo que encontrar un bandoneonista, pero lo encontraré. Otro de mis temas favoritos es Niebla del Riachuelo, y me dijeron que la Usina del Arte está cerca del Riachuelo.

—Tenemos entonces “Canzoni della Cupa”, el tango y...

—... el resto será algo de la cultura netamente italiana. Quiero cantar algunos sonetos de Miguel Angel, y luego algo del Dante. Borges escribió sobre Dante y lo difundió muchísimo. Y dado que tenemos al papa Francisco, quiero hacer un tema que escribí hace poco inspirado en una de las Florecillas de San Francisco de Asís, que se llama In Perfetta Letizia. El mensaje franciscano es muchas cosas, pero más que nada siempre es de actualidad. No es casualidad que este papa haya tomado el nombre de Francisco. El Papa es una de las pocas figuras que hoy están poniendo en el centro de la discusión al hombre, a la humanidad. Ciertas posiciones que ha tomado –sobre la inmigración, por ejemplo– es el único en el escenario político que habla con claridad, diciendo lo que hay que decir, poniendo en el centro la vida el hombre. El mensaje cristiano es el más revolucionario del mundo: “Ama al prójimo como a ti mismo” es algo casi inhumano, en el sentido de que es un mandamiento simple pero casi imposible de realizar.

—¿Cuál es tu definición de tango?

—El tango forma parte de esas músicas de la ausencia, músicas que te colocan en una dimensión mítica de la vida. En ese sentido son músicas épicas, que elevan los destinos incluso de un miserable, de uno cualquiera. Cuando entrás en una milonga porteña y oís esa música, cada uno de los que están allí dentro se vuelve un gran personaje, cada uno se convierte en Robert de Niro haciendo una gran película. El tango, particularmente, tiene un plus, y es que grandes poetas escribieron textos para él, de modo que además está esta dimensión de la palabra. Y además está la celebración de la vida, celebración de la vida que incluye los errores, donde incluso los errores se vuelven épicos.

—Tu característica es haber hecho música de todo el mundo, pero si tuviste una época balcánica, ya no la tenés; si tuviste una época en que hacías música portuguesa, ya no; y sin embargo pareciera que el tango permanece, sigue vivo en vos...

—Sí, está vivo, como todas esas músicas (el blues, el rebético) que te obligan (yo ya no fumo) a fumar, a encender un cigarrillo, porque te abren un torbellino en el corazón, como si siempre hubiera viejas heridas que se vuelven a abrir, y uno termina teniéndoles cariño a los propios males, a las propias enfermedades y a las propias debilidades. Por eso vuelvo una y otra vez al tango, como se vuelve a los viejos compañeros de viaje...

—A Goyeneche...

—Claro. A Goyeneche lo amo muchísimo. El tenía esa capacidad de recitar cantando, desgranando, desmenuzando las palabras... Me gustan mucho sus últimas cosas, sin la orquesta, prácticamente sin cantar siquiera... “chamuyando”...

—¿Vas a hacer un solo show, entonces?

—Será un solo show, pero será inolvidable.


*Desde Milán.